El cinismo político de la ciudadanía

El cinismo político es la actitud que generaliza que el sistema y todos sus actores son incompetentes y carecen de integridad

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cada día resulta más difícil para los partidos políticos de América Latina aglutinar el apoyo necesario para ganar la presidencia en la primera vuelta, obtener mayorías en el Congreso y favorecer la construcción de identidades partidarias sólidas que permanezcan después de los períodos electorales.

Cómo hacer para que una ciudadanía cada vez más diversa y escéptica encuentre eco en la oferta partidaria, lo cual —como se ha visto en Costa Rica, donde 25 agrupaciones compiten por la presidencia y un 31% no decide por quién votar a tres días de la elección— no pareciera depender de la cantidad, quizá de la calidad de las opciones.

Existen múltiples factores que generan desafíos a la representación política, entre los cuales se encuentran aspectos estructurales de los sistemas electorales y de partidos. Pero además se presentan elementos que dificultan que los partidos políticos se aseguren mayorías estables debido a fenómenos tales como la atomización y sobreoferta partidaria, la desidentificación a raíz del desdibujamiento ideológico a partir de los años 90, la personalización de las iniciativas políticas por encima de los programas partidarios y la incapacidad para formar liderazgos que motiven a sociedades significativamente distintas a las del pasado.

Sin menospreciar el peso que esos y otros factores tienen en la dificultad para representar y atraer apoyo, los partidos políticos están llamados a analizar dos elementos preponderantes: el desafío de movilizar electores que han caído en el cinismo político y la complejidad para interpretar los valores e intereses de nuevos tipos de ciudadanos.

Cinismo político

Uno de los mayores retos de la democracia y de los partidos es funcionar en un ambiente de creciente cinismo político ciudadano que, como señalan Patterson, Eric Belanger y Richard Nadeau, reducen la participación y obstruyen los procesos democráticos. El cinismo político es la actitud negativa de una persona basada en la creencia de que los actores, instituciones y sistemas políticos en su totalidad son incompetentes e inmorales.

Está relacionado también con desilusión, disgusto y enojo con la política, la percepción de mal funcionamiento del país, la falta de conocimiento político, la socialización políticamente negativa y una autoestima negativa.

El cinismo político va más allá de la desconfianza en la política, que no solo produce cuestionamientos sobre el actuar de instituciones y políticos, sino que afirma y generaliza que todos estos son incompetentes y carecen de integridad.

Encuestas informan de la creciente erosión de la confianza en los partidos (solo un 28,2% confía), poderes ejecutivos y Congresos (un 43 y un 39% respectivamente) en la región, pero no miden específicamente el cinismo político. Sin embargo, aunque sea de forma desagregada, es posible extraer de algunas de ellas que una gran cantidad tiene una visión bastante generalizada (casi el 50% de los entrevistados por Barómetro Global de Corrupción) sobre que la mayoría, si no todos, son corruptos, y otras que señalan de igual forma sobre su desempeño ineficiente.

Claro está, no todo el electorado que se abstiene o está indeciso responde a actitudes cínicas. Entre los indecisos, como lo señala la encuesta del CIEP de final de enero, hay un 36% al que no le gusta ninguna candidatura o no quiere que alguna gane. Sería interesante contar con los datos para saber cuántos de ellos tienen una visión generalizada de que los partidos y la clase política son todos incompetentes y poco íntegros.

Cinismo político como estrategia

A pesar de la falta de datos, no es extraño escuchar con cierta frecuencia que la política es sinónimo de ineficiencia y falta de ética y moral, lo cual se convierte en una justificación suficiente para dejar de participar en ella.

Al cinismo en la ciudadanía han contribuido los mismos partidos y los políticos, por haber incurrido en actos contra la probidad y la integridad y porque su desempeño en las instituciones gubernamentales ha generado decepción.

A eso debe sumarse que es común que algunos líderes utilicen el cinismo como estrategia electoral, en campañas que capitalizan narrativas deslegitimantes de instituciones y partidos para presentarse como nuevas opciones ante la ciudadanía.

Para los cínicos, como dice Peter Sloterdijk, “la verdad es aquello que se puede hacer de la mentira”, y eso tiene repercusiones. Lo absurdo es que haya quienes parecen ignorar que el ataque irresponsable contra instituciones y partidos tienen un efecto búmeran, puesto que cala en la ciudadanía hasta hacerla dudar de la eficacia de la participación electoral que requieren los partidos para su supervivencia política.

La narrativa de fraude en Perú, México, Brasil y Estados Unidos, de la que Costa Rica no ha escapado en diversos momentos a pesar de que el TSE ocupa los primeros lugares del mundo en integridad y competencia, es otro ejemplo de cinismo como estrategia para desacreditar el triunfo del rival y a las instituciones electorales.

A lo anterior se agrega el papel de las redes sociales como cámaras de eco, pues reproducen rápidamente el cinismo de líderes y ciudadanos, y originan una espiral de escepticismo y paranoia cuyo resultado es que las personas decidan, como la criatura de Kafka en La madriguera, retirarse a sus miniesferas privadas y esperar que la sociedad salga de alguna forma adelante.

No se trata obviamente de que la ciudadanía no cuestione, todo lo contrario. Como afirma Pippa Norris en su obra por publicar In Praise of Scepticism: no es óptima la actitud de absoluta confianza, pero tampoco la de un cinismo que subestima y desacredita per se el desempeño de instituciones y políticos.

Dentro de lo posible, es pertinente, señala ella, confiar pero verificar siempre, a lo que hay que agregar que eso podría ser posible si los partidos se comprometen también a revertir prácticas y procesos alienantes.

Nuevas ciudadanías

El otro factor es el desafío de ofrecer opciones político-electorales a una ciudadanía cada vez más diversa sin la tentación de convertirse en partidos atrapatodo, que desilusionan rápidamente a sus seguidores cuando no pueden conciliar políticas tan dispersas.

La conceptualización de una ciudadanía como bloque homogéneo ligada al Estado nación, presente en las visiones políticas y académicas del siglo XIX y parte del XX, es poco eficaz para analizar las características y valores de las sociedades contemporáneas, que manifiestan, como señala Pierre Rosanvallon, “una sucesión de historias singulares y una agregación de situaciones específicas” que representan múltiples expresiones de la realidad social.

Debido a lo anterior, la ciudadanía se comprende mejor mediante la visualización de una amplia multiplicidad de minorías. Además, el cambio de valores ciudadanos en los últimos años es otro elemento crucial para entender lo que enfrentan los partidos para representar intereses actualmente. Para ello, Norris y Ronald Inglehart, en su obra Cultural Backlash, ofrecen un buen aporte respecto de la transformación de los valores ciudadanos a partir de la década de los 70 en muchas sociedades, con el incremento de valores posmaterialistas que enfatizan la importancia del cosmopolitismo, el secularismo, la apertura hacia la diversidad y estilos de vida, la solidaridad con los migrantes y la cooperación internacional.

Paralelamente a esa transformación se ha generado una reacción entre grupos socialmente conservadores en pro de preservar el statu quo y categorizar la diversidad como una amenaza para la supervivencia de sus valores e intereses. Pero entre esos grupos existen también ciudadanos que comulgan con valores de un lado y del otro.

A partir de los procesos de democratización y globalización en América Latina, emergieron una serie de colectivos que carecían antes de representación política y cultural, y que empezaron a reivindicar el reconocimiento de su identidad. Lo anterior, señala Paola García, deriva en un cuestionamiento de la concepción de una ciudadanía creada sobre la base de los Estados nacionales cuando se reconocen los Estados multinacionales y pluriculturales.

Se trata además de personas mejor informadas, más conscientes de sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales, y cuyo acceso a internet y a las redes sociales les ofrece mecanismos más directos para plantear sus demandas, haciendo un baipás a los partidos políticos y a otras organizaciones sociales anteriormente encargadas de canalizarlas.

Ante esa heterogeneización de la ciudadanía, los partidos deben preguntarse cómo aglutinar el apoyo de esas múltiples minorías. Será definitivamente tratando de identificar un balance entre las opciones atrapatodo y las visiones estrechas y excluyentes, y arriesgándose a adoptar posiciones sinceras en cuestiones fundamentales con el fin de generar mayor confianza ante la ciudadanía, no obstante el riesgo de sacrificar otros apoyos.

tatibenavides@gmail.com

Tatiana Benavides Santos es politóloga, investigadora afiliada a la Universidad de Columbia, especialista en gobernanza democrática, elecciones y paz.