El amor y el no amor

El amor es la creación de una mitología y de un lenguaje común entre dos seres humanos

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“Andate para París”, me exhortaba el perínclito maestro Philip Wood, director de mi segunda tesis doctoral en Houston y amigo excepcional. “¡Quién sabe si ahí vas a vivir un apasionado affaire amoroso!”. El venerabilísimo profesor me instaba vehementemente a aceptar un cargo diplomático que me había sido ofrecido en París. ¿“Un apasionado affaire amoroso”? ¿Puede alguien decirme qué demonios significa eso? ¿Rodar por las alfombras profiriendo gemidos bestiales y retorciéndose en medio de epilépticos espasmos?

No sé lo que es “un apasionado affaire amoroso”. Créanme que no lo sé. Nunca he vivido ni me interesa vivir tal cosa. Sé lo que es la ternura. Sé lo que es la intimidad. Sé lo que es jugar. Sé lo que es inventarle nombres a la mujer amada, tiernos unos; infantiles otros. Sé lo que es la compañía. Sé lo que es sufrir con ella y cuidarla. Sé lo que es chinear y, más aún, ser chineado.

Sé lo que es jugar a Hansel y Grettel, caminando a través del bosque, solos contra el mundo. Sé lo que es echarla de menos. Sé lo que es viajar con ella, explorar latitudes remotas, llevarla a los más bellos sitios del planeta, enternecerme al ver sus ojos desmesuradamente abiertos, sus ojos de niña, sus ojos de criatura que descubre el mundo.

Sé lo que es el gozo inmenso de hacer las veces de baquiano, acompañarla a museos y catedrales, y explicarle lo poquillo que de ellos conozco. Sé lo que es oír sus pasos en la escalera que conduce al apartamento, y empezar a mover la colita como un cachorro que escucha con júbilo el regreso de su amo.

Sé lo que es compartir una buena pizza o ir al cine y colarme con ella a varias tandas sucesivas, burlando entre risas maliciosas al colector de tiquetes que se afana por estar en todas las salas de proyección a la vez. Sé lo que es meterse bajo las cobijas hasta la nariz y abrazarse entre infantiles sonrisas después del desayuno del domingo.

Sé lo que es sentir el frío de sus pies en medio de la noche y transmitirle el calor de los míos. Sé lo que es prepararle una bolsa de agua bien caliente para aliviar sus dolores menstruales. Sé bien lo que es buscar desesperadamente por toda la escuela de música un tejidito multicolor que estaba preparando para su hermano, y que había dejado caer en algún lugar del vasto edificio.

Sé lo que es ir a sus ensayos y buscarle la música apropiada para sus coreografías. Sé lo que es asistir a sus espectáculos para apoyarla y darle mis consejos, que seguramente no valían mucho, pero eran prodigados con amor. Sé lo que es correr a confortarla tan pronto llora. Sé lo que es leerle un cuento para ponerla a dormir. Eso sé, y muchas cosas más.

Cosa distinta. Pero ¿“un apasionado affaire amoroso?”. Vamos, explíquenme ustedes con rigurosa exactitud lo que esto significa. ¿Rasgarse mutuamente las vestiduras? ¿Tirarse del cabello? ¿Morder los muebles de la sala? ¿Chillar hasta perder el resuello como mandriles en celo? ¿Abandonarse a una masiva, tóxica, alienante secreción de hormonas? ¿Chapalear en un charco de endorfinas, oxitocina, dopamina, estrógenos, gestágenos, testosterona, progesterona, gonadotropinas, hipofisarias? ¿Practicar la esgrima de las lenguas e intercambiar galones de saliva?

¿Barrer y despedazar de un manazo los electrodomésticos y las cajas de cereal del desayunador, y copular frenéticamente sobre la superficie de formica donde se preparan los alimentos? ¿Encaramarse a una azotea y hacerlo a capela recostado sobre la baranda, a treinta y cinco pisos de altura? ¿Sacarle a la mujer cuarenta y nueve orgasmos en una hora? ¿Intercambiar fluidos viscosos, degustarlos ritualmente y declararlos ambrosía?

¿Morder orejas y chupar dedos como si de fondue de queso se tratase? ¿Mantener una erección estrictamente perpendicular al vientre durante cinco horas? ¿Percutir la vulva con la reiterada brutalidad de los timbales en La consagración de la primavera? ¿Rodar por la playa como Deborah Kerr y Burt Lancaster en From Here To Eternity, mientras los cangrejos le muerden a uno las nalgas y las conchas filosas se incrustan en la espalda?

¿Hacerlo en mitad de la campiña, urticado por los mozotes, acribillado por los mosquitos, perseguido por el zaguate del cuidador, atacado por las moscas y tábanos? ¿Amarse como Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Pablo y Virginia, Abelardo y Eloísa, Odiseo y Penélope, Paolo y Francesca di Rímini, Orfeo y Eurídice, Tosca y Mario Cavaradossi, la Traviata y Alfredo Germont, Mimí y Rodolfo, Aida y Radamés, Juana la Loca y Felipe el Hermoso, Hero y Leandro, Angelina Jolie y Brad Pitt (¡perdón, se me fue ese par de payasos!)?

No creer. Yo no sé que es “un apasionado affaire amoroso”, y menos aún en París. No tengo capacidad de ignición. Y la verdad sea dicha, no creo en los “apasionados affaires amorosos”. Creo en la luz, no en el fuego. Creo en la ternura, no en el delirio. Creo en el cirio, no en la llamarada. No conozco otra forma de amar. La pasión es ciega. El amor es clarividente. La pasión es explosiva; el amor es lento. La pasión es esclava de la sangre; el amor es su dueño. Aun el término affaire es, en este contexto, repulsivo: “el affaire Dreyfuss”, “el affaire Pétain”, “el affaire Clinton-Lewinsky”… ¡Qué palabra tan vulgar!

El amor es la creación de una mitología y de un lenguaje común entre dos seres humanos. Cimentar un “nosotros” a partir del “tú” y el “yo”. Un juego de tres requiere tiempo, mucho tiempo. Vida cristalizada en mil vivencias compartidas.

¡Creer en los amores a primera vista es como pretender conocer a alguien con el primer apretón de manos! ¿Fornicar? Eso sí es verosímil, y con alguna suerte hasta puede ser gratificante, pero tal cosa nada tiene que ver con “un apasionado affaire amoroso”, y menos aún con el amor.

¿De dónde salió tal ocurrencia? ¿Será quizás de Casablanca (el “siempre tendremos París” de Humphrey Bogart a Ingrid Bergman)? ¿Del puente de Solferino, donde las parejillas van a colgar candados con los cuales creen inmortalizar simbólicamente su relación? ¿Del desmadre que armaron Henry Miller, Anaïs Nin y June Mansfield, convirtiendo cada parque, cafetín, museo y cementerio de la ciudad en burdel ad hoc?

Perdón, amigos y amigas, pero creo que las hormonas y los apasionados affaires que me recomienda mi profesor son un terreno muy movedizo, muy volcánico, muy sísmico, como para construir nada durable sobre él. Soy un viejo anticuado: creo en el amor.

El autor es pianista y escritor.