Dos testimonios

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Leímos los libros, publicados en Costa Rica, de dos autoras extranjeras, las señoras Liesel Derezinski Selva, nacida en Tegucigalpa en 1935, y Luisa Hermans, nacida en Bruselas en 1920. El primero ( Nuestra odisea , Ediciones Uruk) apareció en el 2006, el segundo ( Esmeralda, crónica de mi supervivencia , Editorial Promesa) es del año que corre. Ambos relatan los padecimientos que la Segunda Guerra Mundial les trajo a ellas y a sus familias, habitantes, en el momento del estallido, de dos países que, cuando el conflicto ya era inminente, debían de considerarse ajenos a él: Honduras por su lejanía, Bélgica por su declarada neutralidad. Sin embargo, la guerra no tardaría en convertir a ambas mujeres en víctimas directas por razones muy distintas: a una, porque la dictadura hondureña de entonces vio en su padre a un enemigo de la “democracia”; a la otra, por haber actuado como debía hacerlo, una vez que su país fue invadido y ocupado. Pese a que difieren en el orden literario –uno es fluido y directo; el otro, minuciosamente documentado–, la lectura de ambos libros en un corto período nos hace sentirlos complementarios.

No cabrían en esta columna dos largas reseñas, pero la proximidad de las editoriales hace que nuestros lectores puedan acercarse con facilidad a los dos textos. Baste con señalar que el padre de la niña Liesel fue detenido por la Policía hondureña, en el otoño de 1943, solo por ser alemán, fue entregado a Estados Unidos para que, allí, él y su familia fueran internados en un campo de concentración y, luego, deportados a Alemania, donde les tocó padecer los peligros y las penurias de la etapa final de la Guerra. Liesel no regresó a su país natal sino en febrero de 1947. Por su parte, la joven Luisa fue, como ella misma lo escribe, “pescada” por la Gestapo en Bruselas el 7 de mayo de 1943, y volvió a su hogar exactamente dos años después, tras haber estado detenida sin interrupción y haber sobrevivido a siete cárceles y campos de concentración, desde Brendonck, en Bélgica, hasta Ravensbrück, en Alemania, y Mauthausen, en Austria.

No se trata simplemente de dos lamentos originados en lados opuestos de la empalizada, sino, más bien, de un testimonio único ofrecido por la víctima s empiterna de la guerra. Liesel reconstruyó memoriosamente el recuerdo de una odisea iniciada cuando ella tenía tan solo ocho años de edad; Luisa, al ser liberada, había cumplido los 25, lo que le permitió describir su ordalía en un registro extremadamente detallado que, ahora, bajo la competente guía editorial de Víctor Valembois, se ha convertido en un volumen intenso, sombrío y memorable.