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Escaso eco se ha hecho la prensa internacional de ciertos crímenes perpetrados en Ucrania, que no pueden ser atribuidos a los rebeldes pro rusos ni al Ejército regular, porque habrían sido obra de las formaciones de mercenarios a quienes el Gobierno de Kiev les concede, además de la paga sangrienta, la nacionalidad ucraniana. Es como para preguntarse si los dirigentes ucranianos no se han percatado de que: 1) podría acontecerles lo que le ocurrió a Roma con los mercenarios visigodos –romanos por alianza militar– y un día de estos les saquean su capital; 2) si en algún momento esos mercenarios protagonizaran una masacre de rusos ucranianos, Rusia podría sentirse moralmente habilitada para permitir el paso de combatientes voluntarios que vayan a defender a las víctimas. Y ¿qué decir de la posibilidad de que entre estos voluntarios figuren belicosos musulmanes procedentes de Chechenia? Después de todo, se ha revelado que uno de los más conspicuos líderes del califato yihadista es un checheno reclutado por Occidente en el intento de derrocar la dictadura de Siria. Sin duda, vivimos una época de oportunidades para la clase de los mercenarios.

Puede que los torturadores solo dejen de serlo tras cumplir los 120 años de edad. La revista Life se editaba en Nueva York entre 1883 y 1976. De sus contenidos de la época anterior a la Primera Guerra Mundial se deduce que de lo último de lo que se le podría haber acusado era de antiamericanismo. Un amigo gringo nos envió el facsímil de la portada del 22 de mayo de 1902, en la que se presentan un oficial y dos soldados rasos del Ejército de EE. UU. en el acto de torturar a un filipino, presumiblemente opuesto a la ocupación americana de su país. En un artículo publicado en la misma edición, un teniente del Ejército describe una modalidad de tortura al uso. En el fondo de la portada se vislumbran cinco toscos soldados de los peores regímenes coloniales de África (alemán, belga, francés, inglés y portugués), que, según el pie de grabado, cantan en coro: “Esos piadosos yanquis nunca jamás podrán lanzarnos piedras”. (Meses después, olvidando que España los había catequizado desde hacía tres siglos, el presidente McKinley sostuvo que los filipinos serían incapaces de autogobernarse mientras no fuesen cristianizados, como si el fundamentalismo protestante lo autorizara a negar la fe cristiana del catolicismo y a justificar no solo la ocupación indefinida de una nación católica, sino también la tortura de sus patrióticos resistentes).