Diógenes

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La Feucr fue, a principios de los años sesenta, anfitriona de un congreso centroamericano de estudiantes universitarios al que asistieron las seis uniones nacionales estudiantiles de la región. A los organizadores nos faltó tiempo para preparar debidamente los textos de las resoluciones que se discutirían en la comisión de asuntos internacionales del congreso, de modo que optamos por la vía fácil de plagiar, con variaciones cosméticas de nuestra cosecha – copy paste sin computadora–, las resoluciones sobre temas similares adoptadas meses antes por el Primer Congreso de la Juventud Liberacionista.

Encabezaba la representación de Panamá un joven comunista llamado Diógenes de la Rosa, por azar homónimo de un notable diplomático panameño de aquel tiempo. (“¿Cómo que dio genes de la rosa, si él es un oso moscovita?”, ironizó con saña reaccionaria un compañero cartaginés). Diógenes, advertido del plagio por un camarada local, lo aprovechó para denunciar “la descarada injerencia del Partido Liberación Nacional en los asuntos del movimiento estudiantil”. Atrapados en nuestro juego, en vez de alegar que se trataba de una coincidencia, defendimos el punto diciendo que al menos los estudiantes ticos contábamos con una guía ideológica autóctona y no recibíamos orientaciones de origen exótico, y pasamos al ataque negándole al “lugarcomunista canalero” la autoridad moral para criticar nuestro “diáfano” sesgo político. En esto último había, además de una humorística desfachatez, algo de verdad, ya que, en efecto, en aquella época, cada vez que ocurría un duro acto de represión en Europa oriental, los comunistas locales más conspicuos desaparecían y no volvían a dejarse ver sino después de haber memorizado al dedillo las explicaciones oficiales del “Pe-CUS” (Partido Comunista de la Unión Soviética).

En todo caso, aquello no fue sino un juego retórico sin consecuencias y hoy no sabemos siquiera si un tal Diógenes anda todavía por ahí con una lámpara revolucionaria colgada del cuello. Pero está de recordarlo ahora después de que Otto Guevara recibiera sus varapalos en las redes sociales por el supuesto plagio de un texto romo y anodino de un aburrido político español de derechas. Más bien, se le deberían dar gracias a Dios porque Guevara no plagió a Margaret Thatcher o a Benito Mussolini y, por lo demás, a como va la actual campaña electoral, podemos preguntarnos si los costarricenses somos tan ingenuos como para seguir esperando de alguno de los candidatos a la presidencia la expresión de un par de ideas que vayan más allá de la comprensión de Manolito, el amiguito de Mafalda.