Crisis pasadas

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Por algún extraño motivo estamos convencidos de tener tiempo de sobra. Todo lo posponemos y para todo estamos dispuestos a esperar, con la única excepción del arranque del conductor de adelante cuando el semáforo pasa a verde.

La crisis de las pensiones de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM) no es potencial. No está reservada para el futuro. Es un hecho presente y hasta pasado. Los beneficios de los jubilados se vienen deteriorando desde hace lustros, como lo previeron quienes impulsaron, con el cambio de siglo, la creación de los sistemas complementarios de la Ley de Protección del Trabajador.

La medida fue previsora, pero no eximía de impedir el deterioro del IVM. Mucho menos autorizaba a acelerarlo, como ocurrió por varias decisiones de los últimos lustros. A nuestros políticos les encanta repartir beneficios, pero abominan comunicar malas noticias. Por eso el IVM se deslizó en silencio hacia la condición de régimen de reparto, mientras sus recursos se distribuían sin importar el mañana, que es hoy.

La crisis, ocurrida en el pasado, ya nos alcanzó. Con parsimonia, creamos una comisión para enfrentarla. Todo el mundo está representado. Si las deliberaciones no terminan en empate, su aporte será limitado. Y el tiempo pasa. Entre los pocos puntos de consenso está la conclusión de que el deterioro sería menor si hubiéramos actuando, también, en el pasado.

Otro tanto puede decirse de la situación fiscal. La crisis ya ocurrió, no está en el futuro. Para mañana solo podemos esperar las peores consecuencias. Las hemos cultivado con esmero, con cada gasto exagerado y cada posposición de la reforma fiscal derrotada, también en el pasado, por quienes ahora pretenden impulsarla.

El primero de mayo no vaticina un año productivo en el Congreso. Es el último de la administración Solís y la voluntad reformadora del Ejecutivo práctica-mente quedó reducida a pedir la aprobación del impuesto al valor agregado y cambios en el tributo sobre la renta. Lo pide sin muchas ganas y el Congreso escucha sin grandes posibilidades de complacer la petición.

El tiempo pasa. Se va y, en materia fiscal, hace daño al pasar. Ya pasó. Nuestras crisis son de ayer. Solo nos queda esperar sus peores consecuencias, porque en ningún lado se ve la voluntad de atenuarlas. Las sufriremos todos, pero es particularmente vergonzoso heredárselas a quienes deberíamos entregar un futuro promisorio, no el pasado en que se nos convirtió el presente.

Armando González es director de La Nación.