‘Corruptos’

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Albino Vargas, secretario general de la Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (ANEP), justifica el incumplimiento tributario del jefe de fracción del Frente Amplio, Gerardo Vargas Varela, con una afirmación tajante: “El padre no es un corrupto”.

Afirmaciones igualmente tajantes le han servido al Frente Amplio para etiquetar de “corruptos” a sus opositores. Pero don Albino tiene razón, la falta del diputado Vargas, cuyos terrenos estaban valorados en sumas ridículas para efectos tributarios, no sustenta un juicio tan severo, definitivo y amplio.

“El problema de la cultura tributaria es de generaciones y abarca a Raymundo y todo el mundo”, afirmó el dirigente sindical, sin omitir que esa circunstancia “no justifica”. Luego, hizo votos por que el legislador “arregle la situación”.

No hace muchos años, el Ministerio de Hacienda publicó un estudio donde demostraba la bajísima contribución de los profesionales liberales. El pago anual del impuesto sobre la renta rondaba la absurda cifra promedio de ¢35.000. Juzgar a tantos costarricenses como corruptos, sin más, es un exceso evidente. El mismo médico que evade impuestos atiende, gratis, a un semejante necesitado. Los ejemplos sobran, pero, como dice de don Albino, no justifican.

Las informaciones publicadas a partir del caso del diputado Vargas dan cuenta de un par de docenas de legisladores en circunstancias similares. Calificarlos a todos de “corruptos” entraña los mismos riesgos, para no mencionar la temeridad de juzgar, con tan lapidaria severidad, a “Raymundo y todo el mundo”.

El caso del diputado Vargas no es tanto de corrupción como de coherencia. La retórica destemplada, útil para cosechar votos contestatarios, termina por volverse contra quienes la emplean y se arrogan la potestad de sentenciar y absolver, según su conveniencia.

El método debe ser desterrado. En nada contribuye a resolver los problemas de fondo, en este caso la inaceptable evasión tributaria. Es preciso cambiar la mala cultura señalada por don Albino y, para hacerlo, solo queda perfeccionar los mecanismos de control y elevar el costo de burlarlos.

Hay quienes merecen el calificativo de corruptos. Para ellos debemos reservarlo. La retórica desorbitada más bien contribuye a cobijarlos en el complejo universo habitado por Raymundo y todo el mundo. Crea confusión, entraba las soluciones y pone a sus cultores en el difícil trance de la incoherencia, cuando no la hipocresía.