Conmigo no cuente, ministro, soy muy miedosa

Llevo en la mente y el corazón el olor y el sonido de la muerte

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Una parte de mi infancia y adolescencia transcurrió en León XIII. En las esquinas, niños y jóvenes inhalaban pegamento y tíner. Fui compañera de escuela de algunos de ellos, y varios están muertos.

Caminábamos vestidos con nuestros uniformes “heredados” hacia los centros educativos entre zombis, y día y noche escuchábamos a los vecinos pelear, a los maridos golpear a sus esposas y a los adultos pegar a los niños.

Llevo en la mente y el corazón el olor y el sonido de la muerte. En una ocasión, frente a nuestra casa, abandonaron a un hombre a quien minutos antes habían molido a tubazos a orillas del río, a donde iban a fumar marihuana y a consumir otras drogas.

Nos tiramos al suelo para arrastrarnos hasta el teléfono y llamar a la Policía. Durante los minutos de espera, escuchamos el gemido agonizante. Un pitido, una respiración imposible, como la de quien sufre asma.

Finalmente, el silencio. No podíamos salir por miedo a ser identificados por los criminales. Una silueta pintada de blanco, a centímetros del portón de nuestra vivienda, permaneció durante varios días hasta ser borrada por la lluvia y los zapatos de quienes transitaban por la acera. La tiza desapareció, pero no de mi memoria.

El homicidio fue cometido por una familia conocida como los Marcianos, gente sumamente violenta contra propios y extraños. En aquella época, de León XIII era posible salir de dos maneras: muerto o con mucho trabajo y estudio. Si estoy contando el cuento, usted sabrá cómo fue.

Por eso, ministro Jorge Torres, no cuente conmigo para ir a tocar a la puerta de ningún narcotraficante. Si de tales horrores eran capaces en mi niñez y adolescencia —a finales de la década de los setenta y primeros años de los ochenta—, sin armas “de grueso calibre” aún, imagine el destino de un ciudadano en estos momentos.

No obstante, los colegios y las escuelas eran refugios donde durante algunas horas nos sentíamos protegidos. Es verdad, también había maestros crueles que castigaban a los estudiantes, y sobre eso se han escrito horrores. A mi hermana menor, por ejemplo, en un par de ocasiones, en la Escuela León XIII, le pegaron con una regla porque es zurda, pero mirar el pasado no resuelve los problemas actuales.

El método

Existe, por tanto, una manera inteligente de enfrentar a los narcotraficantes, los países avanzados la practican desde hace décadas y en nuestro territorio lo confirma ahoritica mismo Freissman Carvajal Perkins, de Chacarita, Puntarenas.

Carvajal tiene 17 años, es de la generación alfa (nacidos después del 2010) y en mayo representará al país en la Olimpíada Internacional de Filosofía, en Grecia, al sureste de Europa.

Él se crio en la provincia donde, según dijo el director del Organismo de Investigación Judicial en el 2021, Walter Espinoza (ya fallecido), sin contención de la violencia, ahí se iba “a armar una matancinga terrible”.

El Consejo de Gobierno no puede cerrar los oídos a las palabras de Freissman: “Ante toda esta situación de la oleada de violencia, quedamos más gente que intentamos salir adelante, a pesar de los problemas en educación, infraestructura, sistemas. Quedamos personas que queremos desarrollar la provincia. Por ejemplo, el colegio científico es un gran desarrollo para jóvenes que tienen demasiado esfuerzo en sus estudios y que quieren representar a sus provincias y salir adelante” (La Nación, 23/3/2023).

No nos sermonee a los contribuyentes, guárdese el discurso para cuando participe en el Consejo de Gobierno, diga a los jerarcas que es momento de emplear los escasos recursos en la renovación del país. Yo le propongo seguir pagando mis impuestos sin poner mala cara y exigir las facturas timbradas. Espero que quienes me lean hagan lo mismo.

Pero abogue usted para que construyan escuelas y colegios modernos, donde los estudiantes permanezcan “encarcelados por placer” la mayor parte del día en laboratorios, talleres, practicando deportes, aprendiendo idiomas, construyendo robots, programando o simplemente conversando con sus pares, orientadores y amigos.

Aconseje a sus colegas ministros sobre el aprovisionamiento de los comedores escolares sin la mano del Consejo Nacional de Producción de por medio; un estudiante, de los catalogados grupos vulnerables, bien alimentado permanecerá en las aulas aunque ese sea su mayor aliciente.

Atender a los jóvenes

Exija, como parte de la estrategia, la liberación del espectro radioeléctrico —al cual el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) prefiere tener sin uso en nombre de su divina “autonomía”— para poder dotar de internet los centros educativos porque ya es tarde, las redes sociales destruyeron millones de empleos y otros millones más desaparecerán si se confirma que la inteligencia artificial reemplazará a los humanos en otros tantos miles de tareas.

El problema de la inseguridad es muy complejo, por supuesto; sin embargo, hasta ahora solo hemos escuchado los lamentos de siempre y tantas ocurrencias como ingredientes se mezclan en un shop suey.

Una parte de la solución está en volver la mirada hacia los jóvenes. No extraña la coincidencia entre la debacle educativa y que la mayoría de las víctimas de homicidios del 2015 al 2020 tenían entre 18 y 29 años.

La Policía sabe adonde ir a tocar a las puertas. Los lugares donde la violencia causada por el narcotráfico es peor son conocidos.

Vaya, por ejemplo, a León XIII, le doy las coordenadas: casa 1093, alameda 32. Yo no pude volver porque, como dicen popularmente, “ahí no entra ni la policía”. Quizás a usted no le pase nada, y si se afana y mira hacia el lado correcto, a nadie más nunca jamás.

gmora@nacion.com

La autora es editora de Opinión de La Nación.