Cara o cruz

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Presentadas ya las alineaciones de la campaña electoral, y observando los seis partidos que pueden soñar con obtener más del 5% de los votos, queda más o menos claro que las únicas diferencias perceptibles entre ellos son los colores de sus banderas. Para bien o para mal, han desaparecido los matices doctrinarios –dejaron de ser importantes desde hace décadas– y, en materia de filiaciones éticas, nos hallamos en un momento similar al que se da en una mesa de casino cuando se barajan las cartas, se reparten y algún tahúr le echa un vistazo esperanzado a su carta bajo la manga. Es una transición parecida a la que ocurrió en el fútbol al perder los equipos el acento básicamente local: antes de eso, los mocosos de Alajuela no entendíamos cómo era posible que tres hermanos de apellido Alvarado, oriundos de Barva, si bien recordamos, se distribuyeran entre el Club Sport Herediano y la Liga Deportiva Alajuelense; y tampoco era normal que, al terminar un campeonato, un crack –aunque fuera de apellido Piedra– cambiara de camiseta. También recordamos, de nuestros débiles cursos de historia, que Roma tuvo una época en la que el debate público –y, por lo tanto, político– más importante giraba alrededor de los colores de los equipos participantes en las carreras de cuadrigas en el circo. Si mi profesor no era un mentiroso y mis lecturas eran serias, las peleas entre azules, amarillos y rojos –no sabemos si hubo morados– llegaron a ser tan feroces que pudieron tener un efecto negativo sobre la capacidad de reclutamiento del Ejército romano.

Sin embargo, no perdemos la esperanza de que, esta vez, los votantes ticos por fin les pongan atención a los llamados programas de los partidos, aun cuando en este punto la sabiduría popular ya consagró el principio de que el papel aguanta lo que le pongan. Debemos suponer que, pese a todo, decidirse a votar por el partido que tiene los más fantasiosos redactores de utopías vale tanto como escoger a cara o cruz, sobre todo cuando se sospecha que quien tire una moneda al aire cerca de una mesa de votación correrá el riesgo de que la pieza nunca regrese del vuelo.

Con la idea de profundizar sobre el valor indicativo de esos documentos, localizamos sendos resúmenes de los programas de los dos partidos que obtuvieron más votos en las últimas elecciones realizadas en un Estado europeo bastante grande. Ambos programas son angelicalmente democráticos, más progresistas que el de cualquiera de nuestros partidos, y las diferencias entre ellos son triviales. Se trata del Partido Rusia Unida –el de Putin– y el Partido Comunista de la Federación Rusa.