Burbuja china

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¿Quién iba a pensar que un gobierno comunista intervendría masivamente para salvar (¿salvar?) una institución tan capitalista como el mercado de valores?

Cosas asombrosas están pasando en China. Su desenfrenada globalización, el creciente capitalismo de mercado y el reciente remezón en las bolsas de valores son síntomas de la metamorfosis que vive esa nación.

En las bolsas de Shanghái y Shénzhen convergen fondos de las grandes empresas e inversionistas, flujos financieros de la clase media y profesional y, más recientemente, ahorros de obreros, agricultores y trabajadores. Hasta jefes y jefas de familia se han contagiado del credo de Adam Smith. Por infortunio, muchos de ellos, en su mayoría con escasa formación económica, se endeudaron en los bancos para invertir en acciones. Y ahora, después del desplome, asoma la sombra de las pérdidas patrimoniales irreparables.

Las bolsas chinas existen desde hace varias décadas. Lo novedoso es la burbuja desatada hace apenas ocho meses, cuando las acciones comenzaron a cotizarse muy por encima de sus valores convencionales y propiciaron alzas insostenibles de los índices bursátiles. La inflación actual es un 1,5%, pero las tasas pasivas de interés apenas rondan el 2,5% anual. El ahorro real es bajo. Se apagó el interés por rentas convencionales y se avivó el deseo de invertir en bienes raíces y acciones bursátiles para obtener jugosas ganancias de capital a corto plazo. Si alguien veía al vecino invertir ¥1.000 en un título que duplicaba su valor en pocos meses, se contagiaba.

Los accionistas ascienden a 90 millones. Son muchas almas para dejarlas caer. Los índices subieron un 100% en poco tiempo, pero cuando comenzaron a bajar la gente corrió en tropel a vender para no mojarse. Entonces, el Gobierno intervino para evitar un descalabro.

Lo hizo de muchas formas, incluyendo prohibir vender acciones cuando se poseía más del 5% del capital de una empresa, regular transacciones diarias y comprar títulos privados y de empresas públicas para incrementar la demanda y apuntalar precios.

De momento, han surtido efecto, al menos en parte. Después de caer un 30%, el mercado se estabilizó, pero algunos critican que se debió dejar al mercado hacer la corrección de la burbuja. Es incierto lo que aún pueda suceder. El consumo de personas y firmas perdedoras podría resentirse y, aunado a la ralentización, afectar el crecimiento y exportaciones del resto del mundo hacia China y, quizás, contagiar a otros mercados. Otra mala noticia en este aciago mar de la economía mundial.

(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.