Brasil y China: sombras de un comercio sin techo

230.000 hectáreas de selva brasileña estarían en riesgo por la destrucción que causa la demanda china de soja

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En marzo, poco después de que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, tuvo que posponer su visita a China por problemas de salud, aterrizó en Pekín su ministro de Agricultura, Carlos Fávaro. Acompañado por casi un centenar de empresarios del sector agropecuario, Fávaro tenía la crucial misión de convencer a China de que aumentara sus compras de carne bovina.

Apenas 24 horas después, China satisfizo sus demandas con dos decisiones de calado. Pekín anunció, por una parte, que levantaba el embargo a la carne brasileña, impuesto en febrero como consecuencia de un caso de vacas locas. Por otro lado, las autoridades fitosanitarias concedieron la licencia exportadora a cuatro nuevas plantas cárnicas. Ya son 30 los mataderos brasileños habilitados para vender cortes al gigante asiático, un tercio de ellos localizados en la Amazonía. Otros 50 aguardan la luz verde de Pekín. En el 2022, Brasil duplicó sus ventas anuales de carne bovina a China, que pasaron de $3.906 millones a casi $8.000 millones.

A finales de abril fue el propio Lula, ya recuperado, quien viajó a China acompañado de una amplia delegación ministerial y parlamentaria. El punto fuerte de la visita se vivió en el Palacio del Pueblo, donde Lula se reunió con el presidente Xi Jinping y dio una serie de declaraciones sobre la invasión rusa en Ucrania y la influencia internacional de Occidente, que inquietaron en Bruselas y Washington.

“Nadie va a prohibir a Brasil que profundice su relación con China”, dijo Lula, que recordó que el valor de sus exportaciones a China es mayor que la suma de sus exportaciones a Estados Unidos y la Unión Europea.

Ambos países suscribieron una quincena de acuerdos, así como una decepcionante declaración conjunta sobre el cambio climático, en la que no se mencionó ni una sola vez la Amazonía. De esta forma se pasó por alto el papel que China tiene en la destrucción —o la salvación— de la mayor selva tropical del planeta.

En el 2022, Brasil vendió a China bienes por valor de $90.000 millones. El 56 % de ese monto correspondió a productos agroalimentarios, lo que hacen de Brasil el mayor suministrador de productos agrícolas de China, con una cuota de mercado del 21 %.

Debilidad de China

La seguridad alimentaria es un aspecto central en la estrategia nacional de todo país, pero en el caso de China tiene una significación aún mayor, pues todavía está vivo el recuerdo de la gran hambruna de 1960, cuando entre 20 y 45 millones de personas murieron por las desastrosas políticas agrícolas del Gran Salto Adelante.

Por eso, si China pudiera, sería autosuficiente. Pero no puede. Controla apenas el 6 % del agua dulce del planeta y el 9 % de la tierra arable. Dos factores añaden presión a este desfavorable cuadro para el segundo país más poblado del mundo: el aumento de la demanda de carne, cuya producción requiere más recursos, y la reducción del área cultivable como consecuencia de la rápida urbanización (en la última década, China ha perdido un 6 % de sus tierras arables, según estudios recientes.)

El commodity agrícola del que Pekín más depende es la soja, cuya producción requiere grandes cantidades de agua (entre 1.300 y 2.300 toneladas por cada tonelada). China utiliza esta leguminosa altamente proteica para producir aceite de cocina y tofu, además de snacks. Pero la razón que explica que China importe decenas de miles de millones de dólares cada año (cerca del 85 % de toda la soja que consume, según datos oficiales) es la fabricación de harinas y piensos para alimentar a su ingente sector porcino.

Todo lo anterior explica que el año pasado casi 40.000 millones de compras chinas a Brasil fueran de soja y carne. Este comercio sería un ejemplo de cooperación win-win, en la jerga de la diplomacia china, si no fuera porque no se sabe exactamente cuánta de esa soja, y sobre todo de esa carne, está libre de deforestación.

Investigaciones de la organización Trase, que analiza las cadenas de suministro a escala global, señalan que 230.000 hectáreas de selva brasileña estarían en riesgo por la destrucción que causa la demanda china de soja.

Incentivo para la depredación

La situación de la industria ganadera es aún más preocupante. Estudios demuestran que mafias ganaderas son las causantes de la mayor parte de la deforestación amazónica, que sigue a niveles récord en pleno gobierno de Lula.

Esto es así porque esas mafias, que alegan ser meras asociaciones de ganaderos, se apropian de áreas de selva de titularidad pública, talan y queman el bosque, falsifican documentos catastrales y luego forman pastos para producir ganado.

Este predatorio proceso de apropiación ilegal del patrimonio público se conoce en Brasil con el nombre de grilagem. También conlleva violencia yla expulsión de pequeños campesinos y comunidades indígenas.

A quienes se oponen les espera la ley del gatillo. No por casualidad la Amazonía brasileña es la región del planeta donde más ecologistas fueron exterminados en la última década. Según Global Witness, 290 activistas fueron asesinados desde el 2012 en la Amazonía.

Como mayor comprador de commodities amazónicos, las empresas estatales chinas del sector agroalimentario que operan in situ para garantizarse el suministro de soja, como Cofco, pueden implementar mecanismos transparentes que garanticen la trazabilidad de los productos y permitan dejar fuera del mercado a las mafias medioambientales.

Es posible hacerlo. La Unión Europea se apresta a aprobar una ley que obliga a las empresas que venden en el mercado común a demostrar que commodities como el aceite de palma, la soja y la carne no han sido producidos en tierras deforestadas después del 2020. Se espera que Estados Unidos y Japón sigan la estela de Europa y autoricen leyes similares.

China como parte de la solución

Xi Jinping también debe dar un paso al frente y presionar a Lula para que cumpla su compromiso electoral de erradicar la deforestación ilegal de aquí al 2030. China también debería contribuir al Fondo Amazonía, creado por Lula en su anterior administración para recibir financiación destinada a sufragar las costosas operaciones de preservación de la selva.

Noruega y Alemania ya han donado cientos de millones de dólares, mientras Estados Unidos y el Reino Unido prometieron en mayo futuras aportaciones de $500 y 100 millones, respectivamente.

Muchos proyectos chinos en el extranjero muestran un patrón común: bajos estándares y malas prácticas. Su impacto en la Amazonía, donde China prioriza su seguridad alimentaria, es directo y preocupante. Por ello, debe exigirse a Pekín que tome cartas en el asunto.

La alternativa es seguir ignorando el problema y, por medio de compras masivas, fomentar una economía criminal que destruye el medioambiente e inflige sufrimiento a las poblaciones locales. Como en muchas otras regiones del planeta, China se juega en la Amazonía su credibilidad.

De lo que haga depende que sea reconocida como una potencia responsable o como una mera autocracia que apenas persigue sus propios intereses.

Heriberto Araújo es periodista especializado en Brasil y en la internacionalización de China, y colaborador del proyecto Análisis Sínico en www.cadal.org.