Amenaza populista

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Juan Diego Castro llena todas las casillas propias de un líder populista y demagogo. A eso sumémosle su reconocida propensión autoritaria y tenemos una candidatura que debe alarmarnos.

Costa Rica no es inmune al fantasma populista que ha recorrido con triste suceso otras naciones latinoamericanas –y que ahora incluso arribó a EE. UU.–. El país reúne varias condiciones que han sido caldo de cultivo para este fenómeno: un sector nada despreciable de la población siente un tremendo hartazgo hacia la clase política, a la que percibe como corrupta e inútil. Pero el rencor va más allá y afecta también a los medios de comunicación, empresarios y el Poder Judicial. De ahí que el llamado mesiánico a “reconstruir el país” encuentre tanto eco.

Otros factores contribuyen a este ambiente de crispación. En nuestro caso, el aumento de la violencia y la percepción de que las autoridades son blandengues con los criminales parecen atizar el desencanto. De igual forma, como lo reveló una encuesta reciente de la Contraloría, una mayoría de los costarricenses siente que la corrupción va en aumento.

Todas estas son percepciones. Unas sin sustento y otras con asidero. Lo cierto es que el país viene arrastrando serios problemas desde hace décadas y la gente no es bruta por querer un cambio de rumbo. La trampa radica en la solución propuesta: confiarle poderes extraordinarios a un vendedor de humo con un discurso incendiario.

A través de hechos y palabras, Juan Diego Castro ha demostrado ser un individuo impulsivo. No olvidemos cuando estando al frente de Seguridad Pública rodeó a la Asamblea Legislativa con policías –algunos equipados con fusiles– lo que le valió el único voto de censura a un ministro en la historia. O cómo el año pasado llamó a un paro nacional para exigir la renuncia de los miembros de los tres poderes de la República. De igual forma, no hay que escarbar mucho para descubrir la demagogia detrás de su discurso antipolítica tradicional, si apenas hace tres años se declaró “un soldado” nada menos que de Johnny Araya.

La gente que apoya a Castro debe caer en cuenta que, si bien el país está mal, puede estar mucho peor. Nadie escarmienta en cabeza ajena, pero basta repasar cómo han terminado los experimentos en otras latitudes con personajes similares que prometen hacer una limpia si tan solo les dan más poder. La amenaza que representa Juan Diego Castro no debe subestimarse.