Café Gol

 
El liguista y el saprissista, tal para cual, están dándole vida al campeonato nacional,  con sus penas, ilusiones, chotas, esperanzas. Intentaré perfilarlos; hoy, al rojinegro; uno de estos días, al morado. 
Le comparto mi correo; donde siempre será binevenida su opinión:

Antonio Alfaro

Se graduó en la UCR, debutó en la revista Triunfo, hizo carrera en Al Día y hoy, con 30 años de periodismo, vive el partido de pie, al lado de la línea, como estratega de la sección deportiva de La Nación. A veces desearía entrar al campo como en los tiempos del Mundial Corea-Japón 2002 o los Olímpicos Londres 2012, pero lo suyo es hoy el banquillo

El aficionado inquebrantable

A veces no entiendo al liguista. En ocasiones lo admiro. A menudo lo compadezco. De vez en cuando lo creo iluso y, en otras tantas, lo proclamo el mejor aficionado del mundo.
Llamarse saprissista es fácil: seguidor del vigente tetracampeón, con las 40 copas bien lustradas y una colección de jactanciosas frases a la mano.
El liguista, en cambio, ya pasó por el fuego. Y sigue ahí. Con solo un título en los últimos 21 torneos, se ilusiona año tras año, ve a su equipo tomar impulso, se frota las manos, le brillan los ojos, se lleva otro sopapo, jura olvidarse del fútbol o al menos desentenderse un poco: ver más Netflix, dormir temprano, ir al gimnasio, hacer cualquier cosa que no sea estar esperando a su Liga Deportiva Alajuelense en la esquina donde se cruzan la calle Ancha de Alajuela y la avenida Ilusiones.
Basta, sin embargo, un nuevo torneo, unos cuantos fichajes, el ‘chuzo’ de uniforme, la llegada de un cuerpo técnico curtido o un promisorio liderato para que vuelva a enfundarse la rojinegra. ¡Qué digo enfundarse! ¡Pintársela en la piel!
Con devoción, le llama Catedral a su estadio; ahí reza, purga pecados y en ocasiones espera los tres pitazos del árbitro como el “podéis ir en paz”.
El liguista reta la lógica. Basta un vistazo a la asistencia de feligreses durante el ‘tetra’ saprissista.
En lugar de desplomarse, la afluencia de rojinegros al Morera Soto subió de 49.000 en el Apertura 2022 —el primero de los cuatro títulos morados— a casi el doble, 91.287, en el Clausura 2024.
Empiezo a creer que eso de inquebrantable no es solo una idea poética de Luis Montalbert y Abel Guier, vocalista y bajista de Gandhi, autores de una canción que, al parecer, es capaz de tocar las fibras rojinegras.
No habla de títulos —aunque Alajuelense los tiene y no pocos (30), por más que el vecino quiera convertirlos en meme—. Tampoco se jacta de triunfos internacionales. No vanagloria figuras, más allá del legendario Mago del Balón. Tan solo habla de pasión.
Al liguista le sobra. ¿Quién se atreve a dudarlo?
Tal vez no sabe de lo que es capaz. Tal vez no termina de creerse inquebrantable. Lo es, aunque teme, como es lógico después de lideratos con final frustrante. El liguista se dobla, duda si su ventaja no supera los cuatro puntos, pero no se quiebra.
Quizás tampoco termina de asumir —algo que el saprissismo tiene claro de sobra— su papel de protagonista, de espectador-actor.
El liguista llega al estadio a festejar triunfos; el saprissista, a provocarlos.
Aunque fue el Morera Soto el que sostuvo el 1 a 0 ante el Comunicaciones en los últimos cinco minutos, cuando el jugador arrastraba las piernas, el rival sometía y el árbitro no pitaba, el aficionado rojinegro aún calla en momentos decisivos. Quizás apenas está aprendiendo a rugir.
No lo culpo. A veces no lo entiendo. A veces lo admiro. A veces lo compadezco. A veces lo creo capaz de soportar más que cualquier afición del país.
Que esté ahí todavía es difícil de igualar.

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