Zona azul de ticos centenarios tiene un baquiano y se llama Jorge

En más de 20 años colaborando con estudios en la zona azul, Jorge Vindas López ha conocido a unos 600 adultos mayores de 99 años y cerca de 450 que sobrepasaron el siglo de vida

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Hace dos décadas a Jorge Vindas López le pidieron entrevistar a un señor de 102 años como parte de una investigación de la Universidad de Costa Rica (UCR) sobre longevidad.

Jorge tenía el expediente en la mano y, no, no había leído mal. Ahí estaba el nombre del señor y su edad: 102 años. “Lo primero que pensé fue: ‘seguro ya se murió'”, reconoce hoy con cierto dejo de vergüenza.

Su sorpresa fue mayúscula aquel día, pues al tocar la puerta, quien le abrió “tulún, tulún” como si nada, fue el longevo hombre, el primer centenario de los más de 450 que Vindas López habría de conocer en los siguientes 20 años de su vida.

La entrevista tardó tres horas. Vindas le hizo un test de memoria y el señor se pegó todos los puntos. Era un adulto mayor lúcido y funcional.

“Cuando terminé ese día entendí lo que acababa de vivir: hablé con alguien que había estado en todas las guerras mundiales, en una pandemia y que estaba más claro que yo. Me contó cuando trabajó en el ferrocarril de 1918 y de sus amigos de la escuela”, recuerda.

Desde ese entonces, la vida de Vindas ha dado unas cuantas vueltas, pero siempre acaba frente algún centenario de la zona azul península de Nicoya, compartiendo una tortilla palmeada bajo un galerón, un sancocho de jarrete a la orilla del fogón o, ¿por qué no?, un traguito de vino de Coyol, de esos que calientan el espíritu al caer la tarde.

Cualquier persona que necesite conocer la zona azul de la península de Nicoya, trátese de un periodista, un académico o un científico, inevitablemente llega a tocar la puerta de Vindas.

Él es el baquiano del territorio de los ticos centenarios: conoce a cada uno por su nombre, su edad, los ha visitado en su casa, les sabe sus gustos, se ha sentado a tomar café con ellos o ha acompañado a sus familias en los duelos, cuando un centenario se va.

Juan de Dios, Marta, José Bonifacio (mejor conocido como Pachito, que en paz descanse), Reinieri, Panchita, Chepe Guevara, Felipe Godoy y su hermano Cándido, las hermanas Díaz... La lista es casi interminable.

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Su trabajo como encuestador con el Centro Centroamericano de Población (CCP), de la UCR, junto al demógrafo Luis Rosero Bixby, no solo le dejó muchas enseñanzas. También le permitió aprender un modo de vida que intenta imitar hasta en sus últimos detalles.

Jorge Vindas López, de 60 años, es el fundador y presidente de la Asociación Península de Nicoya Zona Azul, creada en el 2016 para apoyar a los más longevos de Costa Rica, quienes viven en cinco cantones de la península de Nicoya, en Guanacaste: Hojancha, Nandayure, Santa Cruz, Carrillo y Nicoya.

Además de la península, las otras zonas azules del mundo están en Loma Linda, en California (EE. UU.), Cerdeña (Italia), Icaria (Grecia) y Okinawa (Japón).

Desde que se pensionó por enfermedad hace 12 años (padece espondilitis anquilosante, dice), trabaja ininterrumpidamente con esta población en un esfuerzo por visibilizarla.

“Se habla muy románticamente de la zona azul y de la longevidad pero se ignora que mucha de esta gente está con hambre y pasando necesidades”, declara quien ayudó incontables veces al periodista de National Geographic, Dan Buettner, a recorrer una de las cinco zonas azules del mundo, la más extraordinaria de todas, según el periodista. Buettner protagoniza el documental de Netflix Live to 100: Secrets of the Blue Zones, emitido en agosto anterior.

De extracción campesina

En la casa de su mamá, en el barrio Linda Vista de Tibás, Jorge tiene su centro de operaciones y también muchos pero muchos detalles que trasladan al visitante a décadas pasadas; hay desde una vieja pero aún útil grabadora de casete, hasta un tele de esos que solo funcionan de a pie: parándose uno a mover la perilla para cambiar canales.

En esa casita de madera vivió su adolescencia junto a siete hermanos (eran ocho porque la segunda murió bebé). Jorge Vindas cuenta que, curiosamente, él nunca conoció a sus abuelos, pero la vida después le regaló “un montón”.

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Según sus cálculos, ha conocido como a 600 personas mayores de 99 años, y a unos 450 de más de 100 años; esto solo en la península de Nicoya.

Con Luis Rosero, cuenta, trabajó en el CCP del 2004 al 2009 en la investigación “Costa Rica. Estudio de longevidad y envejecimiento saludable”, conocida como CRELES. Sin querer fue el que más entrevistó a centenarios en lugares como San José y Desamparados.

Vindas sitúa en el 2006 el momento en que empezó a echar raíces en la península de Nicoya. Fue en una ocasión en que Rosero le pidió llevar a Dan Buettner y al equipo de National Geographic a la península.

“Era mi trabajo, lo hacía para la universidad y por eso me pagaban. Pero en el 2006 tuve que hacer una revisión de los centenarios para el estudio de la ‘U’. Esto me permitió relacionarme con las familias y los centenarios desde el 2006 hasta la fecha, de forma ininterrumpida”, afirma.

Según sus cuentas, ha conocido a todos los que han llegado a 99 en lo que él define como “una longevidad excepcional”. Pero advierte que ya se empieza a ver más pobreza en esta población, una de las amenazas para la zona azul.

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Cuando se validó la zona azul península de Nicoya había 33 centenarios, pero alguna vez llegaron a ser 65, la máxima cantidad que se llegó a registrar desde el 2006. Actualmente, hay 59 ticos centenarios.

“La pobreza se reproduce igual que la longevidad”, advierte mientras informa de que Costa Rica, en el 2017, organizó un encuentro mundial de zonas azules, en Nicoya, del cual salieron “muchos documentos lindos”, pero pocas acciones en pro de estos centenarios.

“Yo no voy a ser eterno. Me da mucha tristeza que un sancarleño que vive en Tibás tenga que ir a decirle a alguien de la península donde están sus centenarios.

“Mi meta es crear grupos en cada cantón para que se preocupen por su gente. Desde hace diez años estoy tratando, pero solo lo logré en Santa Cruz, donde hay un comité de centenarios que será asociación pronto y que trabaja también en Carrillo”, cuenta.

Vindas es de extracción campesina. Nació en Aguas Zarcas de San Carlos, donde vivió hasta los 8 años en un hogar de agricultores. Su papá, Blas Vindas, y su mamá, Luz Marina López (ya fallecidos), procrearon ocho hijos; Jorge es el quinto. La pareja era originaria de San Juanillo de Naranjo.

El alcoholismo de Blas Vindas le alteró la vida a esta familia. Un día de tantos, el señor cambió las 14 hectáreas de potrero y cafetal que tenía en San Carlos por una propiedad de café más pequeña y un negocio, en San Juan de Grecia. La familia Vindas López vivió ahí tres años, antes de llegar a Tibás con las manos vacías.

Ahí sus padres se separaron en uno de los eventos que más le han dolido en la vida. “Fue muy difícil, papá era buena persona. El problema fue el alcohol. Fue muy duro porque mis hermanos menores y yo éramos los más pegados a mi tata”, cuenta.

Vida tranquila

Sus primeros trabajos en la oficina de información de la Casa Presidencial, en la época de Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), le permitieron entrenarse en el oficio de hacer encuestas. En este caso, para medir la popularidad del mandatario.

Así que participar en investigaciones haciendo entrevistas no resultó algo nuevo para él cuando se metió en el mundo de los centenarios. Sin embargo, no es lo único en lo que ha trabajado Vindas en su vida.

Ahí donde ustedes lo ven, fue jardinero, comerciante, pintor de brocha gorda y hasta árbitro de fútbol cuando pasó una temporada en Ohio, Estados Unidos, en donde aprendió el inglés. Llegó hasta ahí siguiendo a una exnovia que le ofreció un puesto de asistente de chofer en el circuito escolar.

“Un día vi en un periódico hispano que se ocupaban árbitros de fútbol. ¡Había que sobrevivir! Pagaban $40 por cada partido”, cuenta sobre una época en la que ya se había convertido en padre y haber dejado a sus hijos en Costa Rica tras el divorcio que le dolía en el alma.

Su primogénito, Jorge Eduardo, nació un 29 de agosto, hace 35 años. Dos años después, Laura, y el más pequeño, José Gabriel, nació hace 27 años. Junto a su nieto, Felipe, son su mayor tesoro.

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Sabiduría de los más grandes

“Es en Hojancha, en parte del camino a la Maravilla, como para ir a Puerto Carrillo, por Estrada y el lado por el que se va de Nicoya a Sámara. Ahí es”.

Jorge Vindas da las direcciones como si hubiera nacido en Guanacaste. Ama a la provincia, con sus atardeceres plácidos y bochornosos. Tanto que hace cinco años le compró un lote a José Bonifacio Villegas Fonseca, mejor conocido como Pachito Villegas, quien falleció el 26 de setiembre anterior, a los 106 años.

Ahí levanta “El jardín azul”. Así piensa llamar a su casa de retiro, ubicada a la par de la casa de Pachito, detrás de la iglesia de Pochote de Quebrada Honda, en Nicoya.

“Se va a llamar ‘El jardín azul’ porque voy a tratar de replicar ahí muchos de los cultivos de la dieta de los centenarios. Una vez hice una sopa y tenía ayote, elotes, ñampí, yuca… solo me faltaba la carne”, relata con cierto orgullo por sus raíces campesinas.

Jorge Vindas no quiere vivir cien años, pero los que viva los anhela pasar tranquilo, en paz, como lo aprendió de sus centenarios.

“Tengo un lugar donde vivir: a las 6 de la tarde usted se sienta en la terracita y es una paz... Nunca había visto las estrellas tan claritas como allá. A veces, me compro un ceviche y una cervecita… ¡eso no se paga con nada!”, dice, y nos hace la boca agua a todos.

Son lecciones de sus centenarios que lo motivan, asegura, a seguir “en esto” hasta que él pueda, porque además lo disfruta mucho.

Los más longevos de Costa Rica le han enseñado el valor de una vida tranquila y la importancia de la familia. Si no, que lo diga su amigo don Juan de Dios, quien lo mira desde una foto colgada en la pared de la casa con una sonrisa de oreja a oreja. Ese señor siempre se ve así, a sus 103 años.

Su plan para los próximos meses es visitar a los centenarios del 2024. Viajará por toda la península de aquí a enero para seleccionar a quienes tienen más necesidades y ayudar a sus familias desde la Asociación.

¡Buen viaje!