Salvadoreño rodó por calles ticas tras huir de las maras

Sin dinero y sin familia salió de su pueblo natal por miedo a perder la vida

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Con la llegada de fin de mes, la sentencia para Jorge era clara: pagaba $2.000 (¢1 millón) a las maras o él y su familia morirían en aquel barrio salvadoreño dominado por pandillas, drogas y prostitución.

“En El Salvador, las maras mandan y cuando le digo que exigen plata, es que si usted no paga, es hombre muerto y es ahí donde crece el miedo y uno huye”, narró Jorge, cuyo apellido se mantiene en reserva por el riesgo que podría representar para su condición de refugiado en suelo tico.

Cuando el peligro tocó la puerta de la casa, la ansiedad lo obligó a alistar maletas, sumar los ahorros y buscar la salida más rápida.

“El poco dinero que tenía se lo entregué a mi esposa y a mi hijo para que se fueran donde unos familiares, que viven en otra colonia. Yo me vine en bus, a probar suerte y a ver cómo consolido el futuro para traerlos a ellos”, narró Jorge.

Abandonó su hogar y solo con un maletín, una camisa y un pantalón emprendió un viaje de 36 horas hasta que llegó a Peñas Blancas.

“En la frontera pedí ride (aventón) y ahí un señor, en un camión, me trajo hasta el parque La Merced, en San José y ahí empecé a conocer lo que era Costa Rica y su gente”, recordó.

En la calle. Sin mapa ni brújula que guiara su camino, llegó hace dos años y empezó a caminar por las calles de la ciudad, distraído en las vallas y rótulos publicitarios.

Ahí, compartió con indigentes y durmió en colchones de cartón hasta que llegó al comedor dormitorio, que administra la Municipalidad de San José, en calle 8.

“Ese comedor es mi casa. Ahí yo desayunaba y cenaba. Este país es precioso, uno no se muere de hambre, la gente es solidaria”, afirmó.

Motivado por el agradecimiento, Jorge se convirtió en trabajador voluntario del Ejército de Salvación, con el fin de ayudar a otros que, como él, quedan en la calle.

En su país, se dedicaba a manejar transporte público y recuerda cómo los mareros tomaban poder de su ruta para ordenarle que los llevara a comprar drogas o a cometer algún delito.

Ahora, ya no encuentra empleo pues, según dice, a los 54 años es aún más difícil conseguir uno.

Su situación no es exclusiva. De acuerdo con la investigación “Personas refugiadas en Costa Rica: voces, retos y oportunidades”, un 79% de los refugiados que viven aquí se desempeñan en el sector informal.

A pesar de esas congojas, Jorge está decidido a no regresar a El Salvador porque, aseguró, en Costa Rica se siente lleno de “bendiciones” y además él quiere morir “en un pueblo de paz”.

“Ustedes critican mucho a su país, pero Costa Rica es un oasis de paz en Centroamérica. Comparado con lo que yo viví, ustedes son privilegiados, aquí se respira una tranquilidad inmensa”, expresó.