‘Quien no sube la cuesta con los baldes, no come, no bebe y no se baña’

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Una empolvada pendiente, ubicada en El Jazmín de Alajuelita, dibuja con el Sol de las 5 a. m. las sombras de niños, mujeres embarazadas y adultos mayores que bajan y suben la cuesta para llenar los baldes con el agua que usan en sus viviendas.

“Aquí el que no sube la cuesta, no puede hacer nada: no come, no bebe, no se baña, no hay de otra. Todos venimos aquí porque el agua solo llega a este lugar y por dos horas. El que no madruga, salado”, dijo Escarlet Dávila, vecina del precario desde hace seis años.

El camino de regreso va marcado por un paso lento y de corrientes de polvo que, empujadas por el viento, llenan de tierra los rostros de varios niños, mientras uno que otro estornuda o lleva el ritmo de la tropa con su tos.

“Habíamos conectado unas mangueras para abastecernos con el agua de una quebrada que está arriba de la montaña, pero ya está seca y viene muy contaminada”, dijo Gladys Loáiciga, líder de la barriada, que alberga a 42 familias.

Mendigar un derecho. Cuando el tubo de El Jazmín lanza la última gota, hay quienes no tienen más remedio que ir a pedir agua tocando las puertas de barrios aledaños.

“ Aquí se arman unos pleitos por el agua... La gente se empuja; ha habido problemas feos. Es mejor solo subir la cuesta que caminar hasta un kilómetro por los barrios cercanos y que le hagan a uno mala cara por pedir”, manifestó Darling Gómez, quien tiene cuatro meses de embarazo.

“Yo creí que el agua nunca se acabaría, pero qué va. Aquí la cosa está muy mal y nada que llueve”, agregó Gómez.

Cada día, la suerte, el cansancio y las carreras tejen la realidad de subir la cuesta por el agua.