Confesiones en la cárcel dan paz a hombres que buscan el perdón

Privados de libertad celebran la Semana Santa con misas, rosarios y devoción

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Los días en una cárcel son lentos, entre horas de ansiedad y rencillas de quienes aguardan por su libertad, cargando una cruz de rejas.

Aunque el paisaje sea el mismo, en las celdas de San Sebastián, en San José, el calendario también pasa sus páginas y en estos días los católicos celebrarán Semana Santa.

El sonido de una campana avisa que es hora de la misa: uno de los momentos más esperados del día.

La entrada a este templo no tiene un “guachi” que cuide carros, sino un custodio con uniforme, quien vigila y pide un carné de ingreso en el portón de hierro de esta capilla, donde los privados de libertad aseguran respirar la paz.

“Uno aquí conoce a Dios. En la calle se cometen muchos errores, pero aquí uno siente la paz. La cárcel es un infierno, si uno se queda en los pabellones son problemas”, narró Melvin Sandí, uno de los 20 que asistió la tarde del viernes a la misa que oficia, desde el año pasado, el padre Bernardo Mora.

“En las confesiones con ellos noto sus ansias de Dios, mucho respeto, devoción y arrepentimiento porque no es nada bonito estar acá, y ellos ante todo son personas”, manifestó el presbítero Mora.

Cruzar el portón es signo de conversión, es doblar rodillas y cerrar los ojos en un momento de oración, mientras de fondo suena la letra de una canción de Roberto Carlos, que acaba de poner en la grabadora Didier Soto, uno más del grupo.

“Para mí fue un cambio radical en mi vida, pegué un giro total, no ve que yo antes ponía música en un night club y ahora cambié a otro mundo. Soy el que pone la música de Dios. Yo esa oportunidad la agradezco porque uno siente una paz inmensa”, expresó Soto, quien tiene 36 años y está a dos meses de cumplir su condena.

Tranquilidad. El tiempo en la confesión y las misas los aleja del ruido y los problemas entre barrotes. Una pizarra en la entrada del centro penitenciario revela sobrepoblación.

Mientras la capacidad real es de 664 personas, ahorita hay 1.080.

“ Uno viene aquí a curar el alma, a contarle al padre los problemas. Yo tenía 20 años de no confesarme y cuando vi al padre Bernardo, lo inundé de pecados. Esos momentos de conversar y de que a uno lo escuchen son muy necesarios y dan una tranquilidad enorme”, explicó Didier Soto, quien es conocido como Dj por su afición a la música.

“Yo les pido a ellos que esto no sea flor de un día. A veces parece que estamos en un túnel, pero siempre llegaremos a encontrar una luz y que esa luz sirva para hacer el bien a otros”, comentó el padre Mora, quien confiesa que cuando llegó al centro por primera vez le “temblaba todo”.

“Hay mucho prejuicio, pero cuando uno conversa con ellos se da cuenta de una experiencia positiva y aleccionadora”, dijo el cura.

La luz del templo se apaga, ya no hay ninguno de los 20 dentro, han regresado a los pasillos con cruces más livianas, cargando un día más de la rutina y esperando la hora en que alcancen su libertad.