Pandemia: 26 relatos de valentía y lucha desde los hospitales

Personal de CCSS cuenta en un libro sus vivencias llenas de miedo, cansancio y angustia, pero también de valor, trabajo y amor en cada acción para salvar vidas y acompañar en la muerte

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“Una habitación llena de cables, un sonido sordo de fondo al que irremediablemente te acabas acostumbrando, ese olor tan característico, desinfectado y casi familiar para mí… Mi nombre podría ser cualquiera y esta historia podría ser contada por miles de compañeros que han vivido esta guerra desde la primera línea.

“Soy terapeuta respiratorio en el hospital de Guápiles y si tuviera que describir lo que hemos vivido con una palabra, elegiría MIEDO. Miedo de los pacientes, que se dibujaba en sus rostros cuando ingresaban solos sin saber si saldrían de aquella UCI.

“Miedo cuando el médico les explicaba que debía intubarles y se dormían tomando mi mano preguntando si despertarían. Miedo de las familias que dejaban a sus familiares enfermos en la puerta de Urgencias, sin saber cuándo recibirían noticias. Miedo a la temida llamada de que su familiar había fallecido. Miedo a enfermar. Miedo a empeorar. Miedo a morir… solo”.

El emotivo relato de Asdrúbal Quesada Jiménez es una de las 26 historias de trabajadores de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) que dan vida al libro Miradas: relatos de una pandemia, que la institución elaboró como homenaje al personal que ha luchado durante casi tres años de pandemia.

Para la recopilación de las historias, la CCSS abrió en su página web la posibilidad de que sus funcionarios enviaran sus relatos. Llegaron 147 y se seleccionaron 26 historias, incluida la de este terapeuta respiratorio del hospital de Guápiles, en Pococí (Limón).

Cada uno de esos relatos se eleva como un recordatorio de lo que pasó. Aunque la pandemia no ha acabado, los primeros dos años cambiaron la vida en todo el mundo. Hubo héroes y heroínas, muchos de ellos en los hospitales.

“En esta pandemia el personal debió resistir aquellos instantes de incertidumbre al ver cómo los hospitales se llenaban, las salas de UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) se saturaban y cómo muchos costarricenses sucumbían, recordándonos la fragilidad de la vida”, dijo Marta Esquivel Rodríguez, presidenta ejecutiva de la CCSS.

Y aunque la vida parece retornar a la normalidad, con la falsa apariencia de que nada pasó, la verdad es que estos casi tres años difícilmente se borrarán de la memoria.

Compartimos en esta nota el resumen de algunos de los textos, escritos por personal de atención directa en salud, pero también administrativos y de apoyo. Este es el enlace para ver las historias completas www.ccss.sa.cr/miradas

Del miedo a la esperanza

(Por Lizbeth Araya Serrano)

“Estos dos años han sido difíciles. Muchos perdieron su trabajo y aún no lo recuperan. Soy afortunada de tener el mío y no ha sido fácil para nosotros los llamados ‘héroes de primera línea’.

“Nos han llamado ‘héroes’, nos han aplaudido y hasta nos han cantado. Se cumplieron dos años desde que empezó esta batalla y, lejos de ganarla, seguimos luchando y no en primera línea, sino desde dentro.

“Falta poco para volver a la ‘normalidad’ y sobrevivimos los más fuertes o los que tuvimos mucha suerte, pero nuestras vidas no volverán a ser las mismas.

“Presenciar tantas muertes fue realmente difícil, principalmente la de aquellos compañeros que dieron hasta su último día de vida sembrando amor y esperanza a los más frágiles de salud. ¡Fue duro perderlos!

“Que el recuerdo de esta pandemia no nos sea indiferente en el futuro. Que nos ayude a ser más humanitarios con el prójimo, más empáticos ante el dolor ajeno, más conscientes con el medio ambiente y a ser mejores hijos, padres, hermanos, vecinos y compañeros”.

Tocados por el cielo

(Por Nancy Natalia Brenes Salas)

“Para la población general, el coronavirus trajo consigo nuevas palabras a las que, como personal sanitario, tuvimos que acostumbrarnos rápidamente: cuarentena, PCR, covid, confinamiento, respirador… Nos habituamos a escuchar a diario una palabra que, conocida por todos, se repetía una y otra vez: muerte.

“Pero era una muerte más dramática, si cabe, de a la que ‘estuvimos acostumbrados’. Se trataba de una muerte en la más absoluta soledad. Me atormenta pensar lo que pasó por la mente de aquellos primeros pacientes de covid en marzo del 2020.

“Una mezcla de tristeza, miedo, soledad, sensación de muerte inminente, desconcierto e incredulidad. Estas palabras que por separado asustan, unidas nos proveen una idea de la magnitud de la situación que se vivía y se vive aún, en el interior de las habitaciones de cada uno de los hospitales de nuestro país. Estremecedor”.

La huella de ser sobreviviente

(Por Shirley Hernández Lanza)

“Recuerdo muy bien el día que me contagié. Algunos usuarios llegaban asustados a la plataforma de servicios de la Dirección de Inspección y hablaban con síntomas evidentes de covid-19. Tenían la intención de asegurarse antes de hacerse la prueba, por si resultaban positivos y luego necesitaran medicamentos, hospitalización o terapia.

“Los compañeros de la plataforma de servicios de la Dirección de Inspección mantuvimos la atención presencial desde que se presentó el primer caso en el país hasta hoy. Siempre tratamos de cuidarnos.

“El 8 de febrero de 2021 salí positiva del virus. Recuerdo muy bien el día que me contagié. Estaba atendiendo a un usuario que llegó tosiendo y tocándose la mascarilla a cada rato. Le advertí que no podía acomodarse la mascarilla y luego pasarme los papeles. No hizo caso o, si lo intentó, su reacción era como un reflejo incontrolable.

“Yo también tuve un reflejo que me costó el contagio. Al menos así lo recuerdo. Por error involuntario, me toqué un ojo para corregir la posición del lente de contacto, que sentí que se había movido de su sitio. Cuando me percaté de lo que había hecho, quería tener una máquina del tiempo para devolverme ese segundo. Sentí un golpe en la boca del estómago. Por más que me lavé la cara de inmediato al terminar de atender al usuario… cuatro días después me daban la noticia. Le dije a los compañeros: ‘estoy pegada’”.

El gran poder que tiene un abrazo

(Por Verónica Rosas Delgado)

“Covid-19 nos cambió por completo el diario vivir y, a lo largo de este proceso, comprendí el gran poder y valor que tiene un abrazo. No es fácil llegar a casa y no poder abrazar a los seres que amas sin antes pasar por una larga descontaminación; y saber que sentías ese temor de abrazarlos y de que estuvieras contaminándolos, de que los podías contagiar.

“Este proceso no ha sido para nada fácil… La situación de mi madre, enferma de cáncer, incrementaba mi temor de ser contagiada y saber que la podía contaminar.

“Tomar el teléfono, llamarla y decirle: “Mamita no puedo ir a verte, no porque no te quiera, sino, al contrario, te amo tanto que no voy para cuidarte”.

“Una gran lección para saber valorar las pequeñas cosas, los pequeños gestos. Un abrazo que, en estos tiempos, su valor no tiene precio”.

Adiós, mi ángel

(Por Amalia Montero Sánchez)

“Ella no falleció a causa del covid-19, se me fue por otras causas. Ella era mi madre. ¡Cuánto sufrí porque no pude ir a verla, a pesar de tanto que me lo pidió! Yo traté como funcionaria que soy, con personas que conocía, para que me dejaran entrar un ratito a verla.

“Sin embargo, por el buen cumplimiento del protocolo y para proteger a los pacientes y funcionarios del centro médico donde estaba internada, no pude hacerlo. Fue hasta en sus últimas horas cuando me permitieron ingresar para despedirme.

“A mi mamá no se la llevó el covid-19, pero murió en medio de la pandemia. Esta es la otra cara, la de las personas que perdimos a alguien y no pudimos estar con ellos en sus últimos momentos, por la restricción que había.

“Muchos de ellos, los pacientes, tampoco pudieron ver por última vez a sus familiares. Rescato, sin embargo, la gran calidez humana de mis compañeros trabajadores de esta institución quienes, de alguna manera, aunque fuera por videollamada, ayudaban a que una pudiera verlos y que ellos sintieran nuestra cercanía”.

En las noches oscuras, una luz es esperanza

(Por Henry Vargas Salas)

“Mi historia inicia el 18 de mayo de 2021, con la alegría de tener un nieto, fuerte y robusto. En esas fechas, la familia de mi hija Je contrae covid-19 y en el tamizaje realizado en Sala de Partos salió positiva.

“A media mañana de ese 24 de mayo la trasladaron al salón de covid y allí le colocaron una cánula de alto flujo. Estuve mirándola por los cristales y ella me regaló un corazón con los dedos de ambas manos. Entonces bajé esperanzado de que todo iba a salir bien.

“Antes del cambio de turno recibí una llamada desgarradora y, entre gritos de dolor, me decía: ‘Papito, me van a intubar y yo no quiero. No deje que me intuben’. Entre las voces escuché al médico tratante y hablé con él. Me dijo: ‘Usted, al igual que yo, sabe que si Je no se intuba en este momento, se puede morir. Usted debe convencerla de que permita el tratamiento’.

“Entonces la llamé y me dijo con un nudo en la garganta: ‘Me dejo intubar si usted me promete que NO me deja morir. Recuerde papito, tengo un bebé que me espera en casa’. El nudo de su garganta se enlazó a mi corazón sin respuestas, sin promesas”.