Premios y beneficios atraen a toreros improvisados a Pedregal

Participantes acusan largas filas y venta de espacios en redondel de Zapote

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Belén. Minor Jiménez, alias Máscara, se retiró del redondel de Zapote hace un año. Su apodo surgió 17 años atrás cuando decidió entrar a la plaza de toros con una máscara para que su madre –enferma del corazón– no lo identificara a través de la televisión.

Jiménez, de 47 años, lleva 31 años desafiando a los toros cada diciembre y en sus planes no está el retiro. Al contrario, espera que su nieto, de cuatro años, cumpla 18 para entrar con él a las corridas a la tica.

¿Por qué dejo Zapote? “A nosotros aquí (Pedregal) nos dan comida, nos están dando refrescos, agua; esas son cosas que en Zapote nunca se dieron; en Zapote a mi nunca me dieron un almuerzo o un fresco”, afirmó Máscara, mientras se preparaba para salir al ruedo.

Al igual que Jiménez, decenas de toreros improvisados se mudaron de Zapote a Pedregal por los beneficios y premios que ofrece la organización.

Por ejemplo, todos los días rifan una motocicleta entre los improvisados más arriesgados.

Además, hay un campeonato de toreros improvisados en el que obtienen puntos cada vez que hacen quites y desplantes. El ganador se llevará hasta ¢1 millón el próximo 3 de enero.

Este monto suena poco si se compara con el riesgo que corren los toreros en la arena.

No obstante, muchos de los participantes son desempleados y ¢1 millón para iniciar el año podría hacer la diferencia.

Jefrey Benavides, conocido en el ambiente taurino como Conejo, es otro de los toreros que dejó el redondel de Zapote.

“Aquí nos apoyan y nos chinean demasiado; en realidad, Zapote no me hace falta, aquí me siento como en familia”, expresó Conejo, quien se dedica a animar fiestas privadas.

Benavides, de 28 años, es uno de los toreros que recibe un “salario” de la empresa que organiza el evento. Sin embargo, la cifra es todo un misterio, nadie en la plaza se atreve a revelar cuánto paga Roberto Camacho, empresario a cargo del espectáculo.

Los participantes con este privilegio tienen la tarea de coordinar a los demás improvisados, animarlos para acercarse al toro y, en caso de un levantín, asistir al compañero en aprietos.

Entre los improvisados destaca José Alberto Rojas, de 52 años, alias Pity. Su suerte más famosa es pararse al lado de la puerta de salida del toro, no moverse y que el animal pase a pocos metros.

Pity aún va a Zapote, pero cada vez menos. Confiesa que en Pedregal hay menos público, pero el trato compensa la disminución de aplausos.

Ventajas. Édgar Incera, coordinador de improvisados en Pedregal, aseguró que muchas personas han dejado Zapote por las largas filas que se deben hacer para entrar a ese ruedo, la venta de espacios y las “argollas” entre los toreros más experimentados.

La logística para traer a 250 hombres que retan a los toros se inicia a las 11 a. m. con la salida de autobuses desde Desamparados, Cartago y San José.

Luego se debe revisar a los corredores para evitar que pasen, “en la medida de lo posible”, ebrios o con drogas y anotarlos en una póliza de seguro en caso de accidentes.