Perros felices y sus familias humanas se dan un baño en el sol

Entre selfis y carne asada, los vacacionistas disfrutan en el mar

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Mr. Bean iba y venía, este martes, por la arena de playa Esterillos Oeste (en Parrita, Puntarenas) con su rosada lengua colgando a un lado del hocico.

Édgar Morales, vecino de Alajuela, lo llamaba para jugar un poco más a la orilla del mar, pero el perro seguía correteando en un sentido y otro sin atender las indicaciones de su amo.

“Ya tiene nueve años pero se pone como loco cuando venimos a la playa”, refirió Morales, quien eligió ese sitio para un paseo familiar de un día.

A unos metros de Mr. Bean, Molly, una perrita french poodle de dos años, perseguía frenéticamente un juguete cubierto de arena que Miguel Ángel Campos le lanzaba una y otra vez.

Su papá Roberto Campos y su mamá María del Rocío Marín seguían con detalle la escena. Al pie de sus sillas, estaba la taza de agua de Molly y una bolsita con su comida.

Poca asistencia. A tres días de concluir el 2015, las playas del Pacífico Central mostraban este martes una moderada concurrencia de bañistas.

Familias enteras meciéndose con las olas, parejas caminando sobre la arena y la inagotable energía de las mascotas daban forma al paisaje veraniego que se cocinaba bajo un sol que golpeaba como martillo.

En el horizonte, la línea infinita el mar parecía fundirse con el celeste del cielo mientras Albert Schaefer paseaba a su perra raza rottweiler Roxy.

Hace meses, Schaefer vino a Costa Rica de vacaciones por un mes y, estando aquí, descubrió que él y su esposa estaban esperando un hijo.

“Fue cuando decidimos quedarnos todos hasta que naciera y después de eso regresar a Estados Unidos”, señaló.

En Caldera, Bryan Porras y 11 miembros de su familia devoraban gallos de carne asada.

Llegaron ayer mismo desde su casa en Palmichal de Acosta.

“Este lugar es muy bonito para pasar en familia y meterse al mar, el oleaje no es tan fuerte”, refirió Porras.

A kilómetros de allí, en Jacó (Garabito), crecía la presencia de excursionistas en una playa limpia de basura. Recostados en los paños extendidos, los tatuajes reinaban en el lugar.

Unos leían libros, otros dictaban mensajes de Whatsapp y no pocos usaban el celular para tomarse el selfi de rigor o la fotografía de sus piernas extendidas apuntando hacia las olas.

El sol blanco de mediodía había convertido al mar en una alfombra turquesa, donde ingenio y diversión se mezclaban.

Moisés Umaña, de Heredia, llegó con varios amigos y familiares y dos colchones inflables.

“Nos hemos tirado hasta cuatro en un colchón y llegamos a la orilla, se lo juró”, recalcó Umaña. Para despejar dudas, organizó a su grupo e hicieron una demostración. Umaña tenía razón.