Isla del Coco: La tragedia que no fue

Los guardaparques de la Isla del Coco salvaron un barco lleno de turistas (y combustible) que quedó a la deriva y cerca de estrellarse con las rocas en la Bahía Wafer. Esta es la historia

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Isla del Coco. En buena teoría, los funcionarios del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) destacados en el Parque Nacional Isla del Coco tienen un horario “normal”: de 8 a. m. a 4 p. m.

Sin embargo, a 536 km de Puntarenas, a 38 horas de viaje por el Pacífico, en el territorio costarricense más lejano y aislado, la normalidad es un concepto relativo. Por eso los llamados se atienden fuera de horario de oficina... especialmente cuando es un pedido de auxilio de un barco con decenas de turistas a bordo.

Los guardaparques lo cuentan ahora como una anécdota, pero lo que vivieron la madrugada del sábado 20 de mayo pudo haber terminado mal, muy mal.

Su sueño fue interrumpido de la peor manera posible, pues debieron aventurarse al mar en medio de la oscuridad para auxiliar a la tripulación del Okéanos II, uno de los imponentes barcos turísticos de la compañía del mismo nombre.

Es una nave de 36,5 metros de largo, con 11 camarotes, espacio para 22 pasajeros y nueve tripulantes, que también traslada desde Puntarenas a los visitantes foráneos, funcionarios y voluntarios que vienen y van cada tantos días a la isla más emblemática de Costa Rica.

El cómo aquellos valientes juntaron esfuerzos e ingenio en aquellas horas determinantes impidió un accidente que pudo necesitar no solo del rescate de los turistas y la tripulación, sino que también tuvo el potencial de tragedia ecológica, pues el combustible del barco bien pudo haber llegado a las aguas de este delicado y protegido ecosistema, poblado por un sinfín de especies marinas.

La relación entre las tripulaciones de los barcos Okéanos y los guardaparques de la Isla del Coco es vital para que el parque nacional funcione. Es en esos navíos que se traslada todo desde “el continente”, ya sean las personas que aquí trabajan como también los suministros, alimentos, combustible e insumos necesarios para la operación del área protegida insular.

A lo largo del día es común oír en los radios de comunicación mensajes que van y vienen entre los barcos anclados en las aguas de la isla y los guardaparques. Sin embargo, nadie espera que el radio se active pasada la medianoche. Si eso sucede, solo puede tratarse de una emergencia.

”Nos sacaron de la cama”, reconoce Katherine Quirós Poveda, actual administradora del parque nacional. Ella y los suyos aquel sábado corrieron de sus dormitorios tan pronto llegó el pedido de auxilio del capitán Carlos ‘Liberia’ Sánchez, un viejo conocido del equipo y quien estaba al frente del Okéanos II.

Como luego explicó el experimentado marinero, aquella madrugada, a las 12:45 a. m., se les reventó uno de los cabos de fondeo, lo que de inmediato activó el protocolo de emergencia: se lanzó el ancla, se dio la alarma de colisión, se preparó a los pasajeros y por todos los medios la tripulación trató de recuperar el control del barco.

Sin embargo, la corriente arrastró al navío especial para buceadores dentro de la bahía de Wafer. A la deriva, el Okéanos II se acercaba sin remedio hacia las rocas.

Como parte de los protocolos de emergencia, los guardaparques tienen siempre lista la Cocos Patrol (Coquitos, de cariño), una patrullera que está anclada a poca distancia de la playa, preparada para zarpar a toda velocidad, ya sea para atender algo en las inmediaciones de la isla o bien enrumbarse a alguna base naval en Quepos, Golfito o Puntarenas.

Cuando el pedido de socorro de la Okéanos II los despertó, los funcionarios del Sinac no lo pensaron dos veces: tomaron sus botes y kayaks y se lanzaron al agua en pos de la Coquitos. Sabían que el tiempo les jugaba en contra.

Chiquita pero matona

Ahí donde la ven, la Coquitos tiene con qué defenderse. Es una patrullera con capacidad para seis pasajeros y un motor de 400 caballos de fuerza. El pequeño barco fue el que, literalmente, salvó al gigante.

Desde el Okéanos II se lanzaron cabos (cuerdas), los cuales se sujetaron a la Coquitos, que emprendió la titanada de remolcar al barco turístico lejos del peligro.

De esto se encargaron Katherine Quirós, Filander Ávila, Maynor Zúñiga y Markus Murillo como capitán, todos guardaparques de la Isla del Coco y con distintos tiempos de vínculo con este paraíso.

Al mismo tiempo, los marineros de la Okéanos II empujaban con sus botes inflables con motor fuera de borda al barco para alejarlo del coral, dado que el timón había quedado inutilizado. Markus enrumbaba la patrullera, que poco a poco empezó a cambiar la historia.

La lógica en esto no juega, pues si de eso se tratara, nadie apostaría a favor de que la Coquitos fuese capaz de tirar de un barco 10 veces más grande y pesado que ella. Y es mejor así: en circunstancias tan apremiantes, solo el instinto y la preparación sirven y lo que parecía una locura termina por ser la única solución posible.

Mientras eso sucedía en el agua, el guardaparques Moisés Gómez quedó a cargo de la base.

La posibilidad de que se requiriera un rescate de emergencia de los pasajeros del Okéanos II lo mantuvo alerta, en caso de que otro bote necesitara unirse a la operación.

Igualmente, los dos paramédicos del Cuerpo Nacional de Bomberos que están de turno en la isla, Milton Agüero y Erick Moreno, siguieron todo a la expectativa, así como las cocineras Flor Trejos y Kathia de Ford, que de repente se vieron ante la posibilidad de tener que atender a decenas de asustados extranjeros: esa madrugada nadie volvió a dormir en la isla.

Poco a poco, Katherine, Markus, Filander y Maynor lograron sacar al Okéanos II de peligro.

No tienen claro si los turistas a bordo llegaron a percatarse de lo cerca que estuvieron de tener que abandonar la nave y, la verdad, prefieren no saberlo. Los buzos foráneos nunca salieron a cubierta durante todo el episodio.

Al final, la Coquitos apartó al Okéanos II del peligro y la llevó a aguas más profundas y calmas, en la Bahía Chatham.

Ahí, la tripulación trabajó por largas horas hasta solventar los problemas y dejar el barco listo para su regreso a Puntarenas, el cual emprendió sin inconvenientes el lunes 22 de mayo.

Cuando los guardaparques volvieron a su base, en la Bahía Wafer, ya el sol se asomaba por el horizonte. Por varias horas habían batallado contra las posibilidades, evitado un percance con todo para convertirse en tragedia.

El que hoy la Isla del Coco no sea noticia de abrir de las páginas de Sucesos tiene nombres y apellidos. Para ellos, en medio de la anormal normalidad de un lugar donde lo impredecible es la norma, fue solo ”otro día más en la oficina”.