“Me hubiera gustado hacer otra cosa”

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Es mediodía en Limón y el sol golpea con toda su fuerza; es casi insoportable estar al descubierto. Sin embargo, William Pérez, de 62 años, debe pasar 12 horas en el muelle, en su puesto de estibador, uno de los trabajos más comunes en esa provincia y con menor grado de exigencia académica.

“El trabajo es desgastante. Hay que trabajar de noche, bajo el sol y la lluvia. No hay horario fijo”, explica mientras se seca el sudor de la frente.

Su ingreso mensual depende de la cantidad de barcos programados. No tiene un pago fijo. Gana poco más de ¢300 por cada contenedor que ayuda a bajar.

Si una de las grúas se daña, perderá dinero, pues tendrá que esperar hasta que la reparen para volver al trabajo.

“Me hubiera gustado hacer otra cosa”, agrega Pérez.

Durante sus 35 años en este oficio, ha visto accidentes por decenas: golpes, amputaciones y hasta muertos debido al alto riesgo de su labor en el puerto.