‘La voz que inyecta emoción en el redondel de toros de Zapote’

Pese a que nunca fue ganadero, Álvaro Zamora es un aficionado de la actividad taurina. Con sus jeans , micrófono en mano y una camisa con el logo estampado de ‘Toros a la tica’, este ramonense es el encargado de animar la fiesta de fin de año en el redondel de Zapote.

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Conversar con Álvaro Zamora es como abrir un archivo de anécdotas y datos sobre las corridas de toros en el redondel de Zapote.

Esa ha sido su oficina de fin de año, de 1999 a la fecha, como animador oficial del espectáculo.

La fiesta taurina es su afición y en un libro apunta los nombres, apodos, embestidas e historias de unos 500 toreros improvisados que han pasado por el ruedo de las fiestas josefinas.

“Tengo que empezar por contarles que yo no me dedico a esto. Durante el año, yo soy animador de fiestas. No soy ganadero ni me considero un experto en toros, sino un recopilador y comentarista taurino; como un periodista pero sin título”, dijo Zamora.

Desde sus inicios, tiene la costumbre de ir a la fila de los toreros improvisados a preguntar nombre y procedencia de cada uno para armar un expediente.

“Al inicio me decían que era un ‘mozote’ por hacerlo, pero era para llamarlos por el apodo y darles más protagonismo en las corridas. Así me fui ganando el cariño de ellos”.

Ante de animar las corridas de toros, este ramonense recortaba las noticias que salían en periódicos sobre corridas de toros y las fue guardando en un archivo personal que ni la familia sospechaba.

La voz de los toros cobró vida en 1999, cuando su amigo Frank Brenes lo llamó para que animara el juego de pólvora de una de aquellas ventosas noches de diciembre en el redondel. Ese día le dijeron: “Luego lo llamamos”.

Inicio sin fin. Sin embargo, la espera fue corta. La tarde siguiente a su debut, veía la corrida de toros por televisión y recibió una llamada del entonces presidente de la Comisión de Festejos, Warner Bolanos. “Me dijo: ‘Véngase a animar la corrida de la noche’, y desde ese día, aquí estoy”, recuerda Zamora.

Este aficionado a los toros es el encargado de inyectar emoción en el público mediante un narración que provoca gritos y aplausos.

En el libro de los recuerdos tiene registrado que el toro número 1.000 en entrar al ruedo fue el Mujeriego, de la ganadería 3 X. “Otro dato es el levantín número 1.000, que fue el 31 de diciembre del 2011, protagonizado por el toro la Mula del Diablo y el torero cartaginés Ólger Chinchilla”, puntualizó.

Ese mismo archivo tiene la historia de Abdenango Calvo, el primer muerto en el redondel de Zapote. Don Nago, como lo llamaban de cariño, fue un policía que, en 1971, por ir a recoger su radio de comunicación en el ruedo perdió la vida por un golpe que le dio el toro.

Álvaro Zamora ha sido testigo de anécdotas y cambios de un redondel que empezó su actividad desde 1970, en Zapote. En el 2003, vio su demolición y dos años seguidos narró las corridas en un ruedo portátil. En el 2007 inauguró la nueva estructura con “el patrón”, Roberto Camacho, organizador de las corridas de toros de fin de año.

“Álvaro es un amante de la actividad taurina que disfruta lo que hace. Es un conocedor de los toros y un defensor de los toreros improvisados”, comentó Camacho.

Zamora también ha sentido el escalofrío de tener al toro cerca. “Hace unos años, me resbalé y casi caigo donde estaba el toro de monta. Si no es por un camarógrafo que me ayudó, tal vez me hubiera quebrado todo”, narró.

Con queque y música, los toreros improvisados le hacen rueda todos los 27 de diciembre para celebrarle su cumpleaños.

“Esto empezó como un gusto y terminó como mi mayor pasión de fin de año. Para mí es un gran sueño que me permitieron cumplir”, enfatizó Zamora.

Su familia lo acompaña cada diciembre desde la gradería. De sus cinco hijos, aún no sabe a cuál va a heredar el libro histórico de las corridas de Zapote. Pese a que disfrutan de la actividad con él, no hay alguno que viva el espectáculo con la misma adrenalina.

Álvaro Zamora es sinónimo de historia en las corridas, de admiración entre ganaderos y de emoción que contagia a familias enteras que cada diciembre, desde la gradería aplauden una tradición que se inicia con el grito: ¡puerta!