Educadora veló 30 años por su madre enferma

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No pasa una noche sin que Ileana Ramírez Andújar se despierte en la oscuridad para ver si su mamá está ahí, respirando a su lado.

Durante 30 años, esta profesora de Estudios Sociales cuidó a su progenitora y el hábito de tantos años a su lado todavía la despierta con el impulso de darle una medicina o quitarle con agua la resequedad de los labios.

Pero María Isabel no está. Su viejita de 98 años murió en mayo anterior y dejó a Ileana con un inmenso vacío que hoy trata de llenar con buenos recuerdos.

“Mi mamá era mi todo”, asegura en la casa donde vive, en Río Oro de Santa Ana.

Ileana se convirtió en la principal cuidadora de María Isabel Andújar, aunque hermanas, sobrinos y cuñados la apoyaron en todo este largo proceso de la enfermedad de su madre y estuvieron a su lado, alrededor del lecho de muerte de Misabel, como le decían los nietos de cariño.

Ileana es soltera y no tiene hijos. Cuando su mamá empezó a caer enferma, ella pidió incapacidades; luego, permisos sin goce de salario en el colegio donde trabajaba, hasta que la situación de María Isabel la obligó a dejar del todo su ejercicio profesional.

Ella no se arrepiente de haberse dedicado por completo a su mamá, en jornadas de 24 horas, los siete días de la semana, sin vacaciones ni fines de semana libres, y despertándose varias veces en la noche para vigilar su sueño.

“Yo le doy gracias a Dios por haberme permitido velar por ella hasta el final”, dice. Pero, al mismo tiempo, reconoce que le está siendo difícil retomar su vida.

Ha necesitado terapia psicológica para enfrentar la pérdida y reorientar sus pasos.

“Tuve que dejar el trabajo porque mi rendimiento en el colegio, con los estudiantes, ya no era el mismo. En el colegio, me ayudaron mucho; aún ahora, que esperan mi regreso”, comentó.

Su función de cuidadora fue desgastante. “Me daba horror dormirme y que ella me necesitara. Yo la bañaba, la vestía, le daba de comer. Estoy tratando de rehacer mi vida sin ella, pero es muy duro”, comenta.

“La recuerdo a cada instante, con cosas insignificantes: cuando voy al súper a comprar queso, que le encantaba. ¡Todo giraba alrededor de ella!”, asegura.

Próxima a cumplir 58 años en octubre, Ileana padece de presión alta y de una alergia que los médicos relacionan con el estrés.

Su asidero ahora es el apoyo espiritual y el de su familia; especialmente sus sobrinos, a quienes quiere sobre todas las cosas.

Con frecuencia, asiste a misa a la iglesia Virgen de Loreto, en Pavas, comunidad en la que vivió muchos años.

Ahí espera dedicarse a ayudar a otras personas que pasan por lo que ella vivió con su mamá. Quizá encuentre en ese servicio un alivio para la nostalgia.