42 escolares caminan descalzos entre el barro para estudiar

Son alumnos de la escuela El Campo, en Pocosol de San Carlos; trampas de barro se forman con las lluvias y acompañan sus recorridos de una hora a la escuela

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En la zona norte, los inviernos son muy rudos. No hay día en que los aguaceros no caigan con fuerza sobre estas nobles tierras y formen trampas de barro para los pies de los caminantes, en complicidad con los caminos rojos, abundantes entre montañas y llanuras.

Ahí, en el caserío El Campo pegado a la frontera con Nicaragua, muy cerca del río San Juan, 42 niños de la Escuela Pocosol conocen la fuerza de esos cepos de lodo. Casi todos los días, sus tres maestras los ven llegar empapados, descalzos y llenos de barro porque el agua los acompaña siempre, todos los inviernos.

Ellas se han encargado de darles unas sencillas bolsas de plástico para que, al menos, protejan del agua y del lodo sus cuadernos, bultos y lápices, pero saben que no es suficiente en esos viajes de una hora o más hacia sus casas.

Viven en un rinconcito de Pocosol de San Carlos, a 54 kilómetros de Santa Rosa y a 96 kilómetros de Ciudad Quesada. Hay tres de ellos que cruzan la frontera, pues sus casas están del lado nicaragüense.

Marcela Delgado Solera es vecina de esa zona y se enteró de las vicisitudes que pasan este grupo de niños y sus maestras.

En su página de Facebook, Delgado lanzó una campaña para buscar quien les regale capas y botas de hule a estos chiquitos, con el propósito de que puedan viajar más seguros y confortables en su ruta hacia la escuela.

Son 23 hombres y 19 mujeres los que necesitan estos implementos básicos para seguir sus estudios con algún grado de comodidad.

La campaña está abierta para recibir 42 botas y 42 capas. En el caso de estas últimas, las tallas van de la S (small o pequeña) hasta las 16. Para las botas, una voluntaria recoge la información de cuánto calza cada niño y niña para encontrarles zapatos.

Según contó Delgado a La Nación, este singular llamado de solidaridad se inició con un incipiente equipo de fútbol, el que logró integrar la directora de la escuela, Siany Oviedo Quesada, por primera vez en los casi 30 años de historia del centro educativo. Lo hizo para cumplirles el sueño a estos chiquillos de participar en campeonatos regionales.

“Me pareció una situación urgente buscarles capas y botas para que no falten a estudiar. Es algo que hago, de manera personal, porque conozco la realidad de estas comunidades. La zona fronteriza es otra Costa Rica. Hay muchas escuelas en condiciones muy precarias. Estoy segura de que en esta, como otras veces, la ayuda llegará”, dijo Delgado.

La directora Siany Oviedo es nueva en la comunidad, contó. Ella viaja desde Florencia para dar clases y dirigir el centro educativo. En su cuarto año como docente, fue nombrada directora de la Escuela Pocosol y su motivación como educadora es también darles a sus estudiantes motivos para no faltar a clases y disfrutar las aulas. El deporte es uno de ellos.

Conoció a Delgado cuando se lanzó una primera campaña para dar al equipo de fútbol escolar uniformes y tacos para jugar. La respuesta a esta campaña fue muy buena y llegó ayuda. Por eso, cuando Delgado ofreció más apoyo, la directora le habló con franqueza: “Le dije que ya teníamos algunos implementos pero que, si quería apoyarnos, le compartí mi preocupación por los estudiantes que caminan entre el barro, descalzos, para no faltar a la escuela”.

Esa fue la semilla para esta nueva campaña.

La directora describe al caserío como muy pobre, algo muy común en los pueblos fronterizos. Oviedo, además de dirigir la escuela, atiende a nueve estudiantes de cuarto grado, de los cuales solo dos tienen refrigeradora en su casa, y casi todos lavan su propia ropa en la piedra de un río. Cuenta que los papás de sus alumnos trabajan en piñeras y otros siembran lo que comen en sus casas, humildes viviendas con interior de hueco.

Cerca de la escuela, dijo, está la cancha de fútbol, si se le puede llamar así. La novel directora tuvo que pedir ayuda a dos vecinos para que la limpiaran con ayuda de un ‘chapulín’ o pequeño tractor; tal era el nivel de monte que tenía. Logró, además, la donación de los dos marcos para el campo de juego en donde sus estudiantes practicarán de cara a un campeonato estudiantil, en julio.

“Los saco de clases diez minutos antes para que jueguen. La primera vez que los llevamos a una competencia de campo traviesa, en el estadio de Pital, corrieron en medias porque no saben usar zapatos. Las docentes queremos darles estas experiencias, que salgan un poco de la comunidad”, dijo Oviedo.

Si usted se quiere apuntar, puede enviar su ayuda por medio de Sinpe al 6186-8161, a nombre de Marcela Delgado, que ayuda con la recolección a la escuela.

Lo que llegue será invertido, con prioridad, en botas y capas, y si se hace ‘el milagro de la multiplicación de los panes’ se cubrirán otras de las muchísimas necesidades de este centro educativo. Quizá −¿por qué no?− hasta se cumpla el sueño de sus incipientes estrellas del fútbol.