Desenfreno reina en la fiesta más esperada por los colegiales

Fincas terminan llenas de botellas, restos de drogas y condones usados

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Un bus lleno de alegres y ruidosas muchachas se estaciona frente a una casa de barrio. Las adolescentes, disfrazadas de provocativas enfermeras (o meseras, policías o hawaianas) bajan en tropel y se dirigen apresuradamente hacia la vivienda, de la cual sale un grupo de animados compañeros de colegio.

Tras encontrarse con ellos, los invitan a abordar el autobús. El precio del viaje es tragarse un shot de tequila, Cacique o Jäger tan pronto cada quien vaya subiendo, especie de peaje obligatorio que el grupo vigila, uno a uno, con porras y aplausos.

Llegó el día de la serenata –la esperadísima “sere”–, sin duda la más añorada de las fiestas de último año de secundaria. Es una suerte de ritual que los estudiantes preparan por cuenta propia y en la cual –repiten incansablemente directores y profesores– los colegios no tienen participación ni responsabilidad alguna.

Aunque la celebración (dos en realidad, porque suele haber una serenata de mujeres a hombres y, meses después, otra en que ellos devuelven la invitación) tiene rasgos comunes con las barras libres y otros eventos similares, una serie de características la hacen única y explican por qué está revestida de tal trascendencia para la mayoría de los muchachos.

Sus características principales son la abundancia y variedad de licores disponibles; la ausencia de adultos, salvo por los proveedores de algunos servicios que se contratan (como DJ o bartenders ); los atuendos de las mujeres (por lo general, muy escasos de tela y, sobre todo en colegios privados, encargados a una misma costurera tras decidir el “tema” de la fiesta); la locación (los lugares predilectos son fincas privadas en zonas alejadas y solitarias), la prolongada duración de la actividad (usualmente, amanecen en el lugar o incluso extienden el festejo por dos días) y la sensación colectiva de que, tras varios años como compañeros, en cuestión de meses cada uno tomará distinto rumbo y, por tanto, “hay que celebrar y desahogarse”.

“La ‘sere’ es una fiesta en verdad especial porque representa el final de una etapa y uno tiene una gran libertad, ya que no van profes ni papás”, explicó Ariadna, quien cursa el undécimo año en un colegio público de Tibás, San José, y por estos días está preparando la fiesta de su grupo con varias amigas.

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“Es un momento donde uno se atreve a hacer cosas que nunca haría frente a otra gente; estar a solas con los compas en plan de vacilar da mucha confianza”, describe Ignacio, quien en el 2014 se graduó de un centro educativo privado en Moravia, San José.

“Nuestra serenata, hace dos años, fue la mejor. Nosotros no alquilamos un bus ni una buseta, sino un camión para transportar ganado. Así fuimos parando, casa por casa, a recoger a cada compañero. Para llegar a una de las casas, nos tuvimos que desviar una hora de camino de la calle principal. Llegamos a la finca tardísimo”, relata Tatiana, exalumna de un colegio en Puriscal.

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Gozar, la consigna. Con sutiles diferencias entre jóvenes de área rural y urbana, y de instituciones estatales y privadas, las serenatas son hoy parte infaltable de la agenda de los graduandos. Suelen programarse entre mayo y agosto, antes de los exámenes de admisión de las universidades públicas, aunque uno que otro grupo celebra la suya en octubre, a las puertas de las pruebas nacionales de bachillerato .

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En casas de enseñanza privadas, lo usual es que la generación entera celebre junta, mientras que en centros públicos, cada sección suele organizar su propia fiesta, y en colegios técnicos, lo más frecuente es que se separen por especialidades. La ocasión es propicia para reencontrarse con compañeros que reprobaron algún año o desertaron del cole, y son invitados pues formaron parte del grupo en algún momento.

En todos los casos, los alumnos deben buscar el modo de financiar el evento, por lo que casi siempre empiezan a recoger dinero desde principios de año.

Quienes poseen más recursos, fijan un monto (nada despreciable) por persona, que se paga en cuotas, cada semana o quincena, pero, si no tienen esa posibilidad, hacen rifas o ventas periódicas de repostería, bisutería, artesanía u otros en los propios colegios.

Lucrativo. No faltan las personas externas o empresas que hace años descubrieron la lucrativa oportunidad que subyace tras estos eventos y, así, ofrecen “combos” con la finca, el transporte (bus, microbús o incluso limusina), el DJ, la comida y, por supuesto, el licor.

El representante de una de estas firmas, con oficina en Cartago, admitió a fines de mayo tener “43 fechas vendidas” para este año y agregó que daban el servicio en todo el país. “Hace poco nos llamaron de Guanacaste”, contó.

Si bien los padres de familia con gran frecuencia ignoran los detalles de la organización, en casi todos los casos, hay un par de ellos, o bien hermanos mayores, dispuestos a ayudarles a los estudiantes –que casi siempre son aún menores de edad– con la compra del licor y la firma del contrato de alquiler de la finca. Incluso, no pocos alumnos cuentan que, a la mañana siguiente de la fiesta, varias mamás les llevaron desayuno “con pinto y todo”.

“Después de estas serenatas, recibimos la propiedad llena de basura, sobre todo vasos desechables y botellas de cerveza. Pero también es común encontrar restos de droga, marihuana casi siempre, y condones usados en los lotes vecinos”, contó, bajo la condición del anonimato, el administrador de dos fincas en El Coyol de Alajuela, uno de los sectores más buscados para realizar estos festejos, además de La Garita y zonas retiradas de Cartago.

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Dijo que empezaron a alquilar las quintas para estos efectos hace unos cinco años y exigen que el contrato sea firmado por un adulto, lo que nunca es un escollo. “A la persona que llega, se le advierte de que por ser menores de edad los que vendrán, está prohibido que ingresen licor, y se le dice que la propiedad incluye una casita donde pueden permanecer los padres que así lo deseen, pero casi nunca la usa ninguno”, relató el administrador, quien precisó que alquilan cada propiedad en unos ¢200.000 por 24 horas.

Una descripción de las estampas infaltables en las serenatas debe incluir, necesariamente, a muchachos y muchachas vomitando profusamente –a veces en los lugares menos aptos– o sumidos en un sueño profundo, una condición que sus amigos aprovechan para escribir y dibujar sobre su piel toda clase de leyendas, de preferencia, imágenes fálicas. También son de rigor las escenas amorosas –o apretes , para usar la jerga adolescente– a menudo dentro de la piscina, pero no siempre entre novios o parejas que “se gustaban”, sino entre compañeros que, en estado de sobriedad, nunca se habrían dado ni la mano.

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Pese a todo esto, conseguir el consentimiento de los padres para ir no parece ser problema, a juzgar por sondeos hechos entre estudiantes de área urbana y rural: la asistencia a las serenatas siempre es superior al 90% del grupo o la generación.

La disyuntiva. Los colegios insisten en que no tienen relación alguna con estas fiestas, pero tampoco parecen ser capaces de impedirlas, y muchos padres se enfrentan con la disyuntiva de cómo manejar el asunto con sus hijos: ¿deben o no darles permiso de ir?

Al respecto, Rocío Solís, psicóloga experta en niñez y adolescencia y presidenta de la Comisión Costarricense de Cooperación con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) , considera valioso analizar factores como lo importante que es, a esa edad, la aprobación de los iguales, la autoestima y estructura de personalidad de cada joven, y la presión de grupo a que se verán sometidos.

El Estado también está construyendo una estrategia multiinstitucional para abordar el fenómeno, según Guillermo Araya, director del Instituto Costarricense sobre Drogas (ICD), aunque reconoce que es un esfuerzo incipiente que privilegiará la prevención sobre la represión.

Entretanto, los colegiales regresan mañana a las aulas tras la vacación de medio periodo y los de último año vuelven especialmente cargados de ilusiones.

Antes de su graduación, el eventual ingreso a la ‘U’ o el inicio de la vida laboral, los entusiasma la segunda ‘sere’. “¡Mucho más que el baile (de graduación)!”, aseguran, sin dudarlo un segundo, todos los jóvenes consultados para este reportaje.