30 burdeles en zona roja venden sexo las 24 horas

Negocios de San José reclutan a una mujer por día y llenan los tres turnos para atender la demanda

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Sin importar si es de día o de noche, una cortina de color vino y de gamuza se abre y se cierra al paso de clientes que buscan sexo.

Esta es la zona roja, en San José, y al cruzar esa barrera de tela el calor de las 2 p. m. deja ver una fila de frentes sudorosas. Unos se frotan las manos y otros clavan la mirada en escotes y minifaldas.

Huele a sudor con látex y para escoger no se tarda mucho: se pregunta el precio, los servicios que ofrece en la cama y los minutos que durará el encuentro.

“Papi, son ¢7.500 por 15 minutos y yo le hago de todo. Después de ahí, lo que usted aguante”, dijo ella y recorrió sus labios con la lengua.

Si el cliente ofrece subir la tarifa a ¢20.000, a cambio de sexo sin condón, la respuesta es un “¡sí!”. En esas condiciones, el negocio no deja de ser una bomba de tiempo.

Así se mueven los 30 burdeles de la zona roja josefina que venden servicios sexuales en tres turnos, sin parar las 24 horas y bajo paupérrimas condiciones de higiene.

Por los pasillos de la pensión se escucha el jadeo combinado con el sonido de los resortes de un catre viejo. En el vetusto cuarto solo hay una pileta con un paño para limpiarse y recibir al siguiente.

Estos sitios se disfrazan con el nombre de pensiones, hoteles o salas de masajes y reciben como mínimo a una nueva prostituta por día, según datos de la organización no gubernamental de trabajadoras del sexo La Sala, ubicada en la josefina calle 8.

El mapeo de esos treinta sitios lo hizo este grupo de mujeres, que entrega volantes informativos en la zona sobre la importancia de exámenes vaginales y de sangre para prevenir enfermedades.

“Se hace un trabajo de información, pero ahorita nos urge una psicóloga que brinde sus servicios de forma voluntaria, al menos una vez por semana. El contexto de cada una es muy duro”, dijo la líder de La Sala, Grettel Quirós.

En el lugar. Los clientes y las ofertas también varían en gustos, olores y sabores. Unos entran callados al cuarto, otros empiezan sus fantasías con ladridos y nalgadas.

Allí atienden a hombres casados, a jóvenes de escasos 18 años (de esos que llegan en pantaloneta y tenis) y a otro tanto con traje de vestir e incluso corbata.

En esos lugares, la mujer es un objeto más entre las paredes.

“Las necesidades son muchas. Unas no tienen cómo mantener a sus hijos o no consiguen empleo; otras vienen a vender su cuerpo para comprar un celular nuevo. Antes de decir que es prostituta y juzgar que es trabajo fácil, es una mujer y, en muchos casos, madre”, dijo Grettel Quirós, de La Sala.

La Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) no tiene estadísticas oficiales de cuántas trabajadoras del sexo hay en el país. Sin embargo, el programa institucional de VIH-Sida de la Caja atiende por mes a unas 3.000 mujeres.

“Esa cifra es, quizás, una tercera parte del total. No hay estadísticas exactas y muchas no asisten a los sistemas de salud pública”, explicó la doctora Gloria Terwes, coordinadora del programa.

Hay un estudio del 2004, elaborado por el Banco Mundial, que estimaba, para ese año, unas 9.000 trabajadoras sexuales en el país.

En la travesía por estos negocios, basta con hacer un acento extranjero y ofrecer billetes verdes para que alguien se anime a ofrecer, con descaro, los servicios de una adolescente de 15 años.

“Que sea menor de edad no quiere decir que no sepa a hacer lo mismo. Le cobro el triple y se la mando a llamar”, expresó la administradora de una de las pensiones.

La líder de La Sala, Grettel Quirós, aseguró que la atención de las instituciones del Estado es nula y que en el Ministerio de Salud solo tienen derecho a cinco condones diarios y de mala calidad.

“Hay funcionarios que incluso nos dicen: ‘¿A usted no le da vergüenza venir a pedir condones?’ ¿Cómo vamos a querer ir’”, cuestionó Quirós.

La doctora Terwes refutó la cifra y aseguró que algunas reciben en su primera cita médica hasta 20 condones y de buena calidad.

La dependencia a las drogas es otra de las cadenas que enfrentan estas mujeres. Lo único que interesa es reunir el dinero para llegar a la casa sin que necesariamente la familia sospeche.

“Tengo más de treinta años de dedicarme a la venta de los servicios sexuales. Hice que mi hija estudiara y ella no sabe que soy trabajadora del sexo. Son muchos los dolores que se viven acá, pero todo se va cuando llegás a la casa y podés llevar comida”, expresó Carolina, de 53 años.

En cada entrada, la requisa no es asunto de seguridad, sino de conquista. Una mano por aquí y otra por allá buscan convencer al cliente de ir al cuarto.

En la zona, los negocios están divididos por nacionalidad. Hay burdeles atendidos por dominicanos, nicaragüenses o ticos sin las regulaciones básicas para operar.

El reloj sigue dando vueltas, los clientes y las mujeres también. Es un trabajo sin horario y con citas pendientes de atender.