Melilla: La frontera entre la riqueza y la desesperación

Cientos de mujeres viven de trasladar mercancías para comerciantes

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New York Times News Service

Melilla, España Eran las 9 a. m. y cientos de mujeres marroquíes ya estaban trabajando, agachadas y esforzándose para subir poco a poco la cuesta para llegar al puesto fronterizo en esta ciudad. Muchas llevaban bultos a la espalda, tan grandes como una lavadora de ropa.

Docenas más, temerosas de ir más lejos, esperaban a un lado con sus paquetes, con el agotamiento y la derrota reflejados en el rostro. Adelante, hombres con cachuchas amarillas, algunos usando el cinturón como látigo, trataban de controlar las crecientes muchedumbres con poco éxito.

“Mis hijos necesitan comer”, dijo una de las mujeres, Rkia Rmamda, quien observaba el caos y sollozaba. “¿Qué voy a hacer? Necesito trabajar”.

Es probable que no haya una línea de falla económica más abrupta en el mundo que las vallas que rodean a Melilla y Ceuta, los enclaves de España en la costa norafricana.

En la primera, solo unas cuantas hileras de alambrada de tela metálica y alambre de púas separan a la riqueza de Europa de la desesperación de África.

Tan débil es la barrera y tan tentadora de traspasar, que los inmigrantes de África tratan regularmente de arremolinarse alrededor de la defensa. El intento más reciente fue un asalto coordinado, realizado por unas 800 personas que trataron de escalar las bardas el viernes 11.

Las “damas mulas”. Sin embargo, las mujeres como Rmamda, conocidas como las “damas mulas”, están entre las pocas marroquíes afortunadas que viven en la región que rodea a Melilla y no necesitan visa para cruzar la frontera.

En las dos últimas décadas, han convertido el privilegio en una magra ventaja, al acarrear ropa usada, papel higiénico y pequeños aparatos electrónicos de España a Marruecos, con lo que a veces ganan muy poco, unos tres euros por viaje, y otras, unos 10 euros. La mayoría no saca más de 15 a 20 euros a la semana, o unos 20 a 27 dólares.

“La diferencia, en términos de ingreso, entre España y Marruecos es de entre 17 a 20 veces”, notó José María López Bueno, el presidente de Promesa, que apoya el desarrollo económico de Melilla. Agregó: “Es la mayor diferencia en ingresos en cualquier frontera”.

Cerca de 300 millones de euros (unos $412 millones) en diversas mercancías llegan cada año al puerto de Melilla, casi todos se quedan en Marruecos.

Mujeres como Rmamda los cargan a la espalda o intentan rodarlos cuesta arriba por unos 400 metros, para que los comerciantes marroquíes puedan evitar los impuestos de importación. Cualquier paquete que se lleva en la mano a Marruecos se considera equipaje, por lo que es libre de impuestos.

En los últimos meses, los tiempos duros en Marruecos han provocado que los hombres también busquen estos trabajos.

Hombres vs. mujeres. Jóvenes y en forma, salen disparados, bloqueando a las mujeres y haciéndolas a un lado, levantando polvo mientas llevan a cuestas sus propios bultos o ruedan enormes neumáticos para tractor hacia la garita fronteriza, indiferentes a quienquiera que esté en medio.

Entre más veces puedan cruzar la línea limítrofe y regresar durante los periodos, breves y arbitrarios, en los que está abierta la frontera, ganarán más dinero.

“Los hombres hacen que esto sea imposible”, notó Rmamda, quien tiene que alimentar a cuatro hijos y un marido ciego. “Este trabajo es tan peligroso ahora. Me da miedo romperme un brazo o una pierna allá adentro”.

No fue sino hasta los años 90 que hubo una barrera que se notara entre Marruecos y Melilla. Antes, la gente y las mercancías se movían fácilmente de un lado al otro. Sin embargo, la membrecía en la Unión Europea cambió todo eso. Se esperaba que España reforzara sus controles fronterizos, y lo hizo.

Fue en esos años que nació el trabajo de estas mujeres. Ellas llegaban a Melilla temprano por la mañana y cargaban los paquetes de regreso.

Hoy, la frontera solo está abierta cuatro días a la semana, y aunque ellas se presenten, no siempre les dan algún paquete.

Sin soluciones. Funcionarios españoles dicen que es poco lo que pueden hacer respecto de lo que pasa en la frontera, aun si es en territorio español. La mayoría de los días, solo se asigna a siete guardias civiles para que vigilen a los cargadores.

La mayor parte del control de multitudes se les deja a los hombres de la cachucha amarilla, a quienes contrataron comerciantes marroquíes para mantener el orden, explicó Juan Antonio Martín Rivera, un portavoz de la Guardia Civil de Melilla.

Juan José Imbroda, un alto ejecutivo de Melilla, dice que ofreció crear un cruce fronterizo más grande para aliviar la presión, pero no estuvo de acuerdo el Gobierno marroquí, que tiene el control y es quien abre y cierra a voluntad la frontera para esta actividad.

Con esta medida impulsa la necesidad de que la gente se apresure a pasar los controles mientras están abiertos.

“Es un problema puramente socioeconómico”, señaló Imbroda, “que no se resuelve fácilmente”.

Los cargadores empiezan a llegar desde Marruecos al amanecer, hacen fila, a veces durante horas, para empezar temprano, cuando abren la frontera a las 7 a. m.

Muchas de las mujeres apenas si sobreviven. Kechache, cuyo esposo está ciego, lo mantiene a él y a una hija que todavía vive con ellos en un cuarto. Sin embargo, Kechache debe siete meses de alquiler y teme que la desalojen. Por lo general, la familia hace una comida al día.

Rmamda vive en una casa de hormigón a medio terminar, sin ventanas, y los pisos están cubiertos con delgadas alfombras de junco. Se cuela el viento por agujeros en la herrumbrosa puerta principal. Por fin logró pasar su paquete. “Fue un buen día”, dijo.

Hasta la sugerencia de que una de sus hijas pudiera terminar cargando paquetes hace que le broten las lágrimas. “Esto no es vida”, expresó, sobándose discretamente una rodilla que le punza constantemente.

La mayoría de las mujeres que atraviesan la frontera cargando mercancías no saben leer ni escribir. Cuando se les preguntó el nombre, sacaron el pasaporte de mandiles cosidos a mano que llevaban bajo la ropa. Todas ellas quieren más orden en la frontera. También que los mercaderes hicieran más chicos los bultos.

Algunas simplemente esperan que les cambie la suerte.