Un centro en Siria para rehabilitar a niños de yihadistas extranjeros

La suerte de los niños del centro de rehabilitación una vez alcanzan la mayoría de edad es otro problema al que se enfrenta la administración kurda

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Qamishli. En un centro del noreste de Siria, varios hijos de yihadistas extranjeros del grupo Estado Islámico escuchan atentamente las explicaciones de una maestra como parte de un programa de rehabilitación.

Hay más de 50 niños de entre 11 y 17 años, entre ellos franceses, estadounidenses, británicos y alemanes, en este centro de rehabilitación de Orkesh, el primero de este tipo establecido por la administración kurda.

Algunos juegan al fútbol en el patio del centro, otros reciben clases de árabe e inglés, matemáticas e incluso música. También pueden jugar ajedrez y ver documentales o dibujos animados.

El objetivo del centro es prepararlos “para integrarse en sus sociedades en el futuro y comportarse normalmente”, explica a la AFP Aras Darwish, director del proyecto de rehabilitación.

Inaugurado hace seis meses, el centro, muy vigilado, está cerca de la ciudad kurda de Qamishli. Acoge a niños y adolescentes trasladados de los dos campamentos del noreste de Siria, Roj y Al Hol, donde están detenidos familiares de yihadistas.

Otros estudiantes del centro estaban detenidos en la prisión de Ghwayran, que fue blanco de un ataque sangriento del grupo Estado Islámico en enero de 2022 para tratar de liberar a los presos.

El centro está abierto a los niños varones, que corren un mayor riesgo de radicalización. “Daesh (acrónimo árabe de EI) necesita niños para poder reconstituirse militarmente”, explica un responsable de la administración kurda, Khaled Remo.

Las fuerzas kurdas, apoyadas por la coalición internacional antiyihadista, fueron la punta de lanza de la lucha contra el EI, derrotado en 2019 en Siria. Desde entonces, la administración kurda detuvo a miles de combatientes yihadistas en sus cárceles y a decenas de miles de sus familias en ambos campamentos.

El centro ofrece sesiones de apoyo psicológico a estos hijos de yihadistas, cuyo grupo había hecho reinar el terror en algunas partes de Siria, imponiendo una estricta aplicación de la ley islámica.

Luchar contra nueva generación de extremistas

En las aulas, decenas de dibujos de los alumnos cuelgan de las paredes. “Se ve una gran diferencia entre el día en que llegaron y hoy”, explica a la AFP la consejera psicológica del centro, Rim al Hassan.

“Al principio, algunos se negaban a tomar clases con maestras”, debido a la segregación de género impuesta por el EI. “En la actualidad, asistimos a una mejora progresiva, aunque lenta”, añade esta mujer de 28 años.

Se alienta a los niños a expresarse mediante el dibujo. En un aula, uno de ellos dibuja una puesta de sol. En otra, una profesora enseña a los alumnos palabras de inglés. Pero no es fácil ya que los chicos hablan varios idiomas.

El edificio de dos plantas, que incluye un dormitorio, un comedor y aulas, está equipado con cámaras de vigilancia. Antes de este centro, la administración kurda había abierto uno en 2017, destinado a la rehabilitación de antiguos yihadistas.

El futuro de los yihadistas detenidos y sus familias es un enigma para la administración autónoma kurda que gestiona estas regiones del noreste de Siria.

La Unión Europea exige constantemente la repatriación de las familias de yihadistas a sus países de origen, pero la mayoría de los países afectados los reciben a cuentagotas.

En el campamento de Al Hol viven 56.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, entre ellos más de 10.000 son familiares de combatientes extranjeros del EI.

En diciembre, la ONG Save the Children advirtió que unos 7.000 niños extranjeros, “atrapados” en los campos de Al Hol y Roj, corren el riesgo de sufrir ataques y violencia.

La suerte de los niños del centro de rehabilitación una vez alcanzan la mayoría de edad es otro problema al que se enfrenta la administración kurda.

Se presentan dos opciones: establecer un nuevo programa de rehabilitación adaptado a su edad o ejercer presión diplomática para que sean repatriados a sus respectivos países, añade Remo.

“No queremos que los niños permanezcan siempre en estos centros, pero los esfuerzos diplomáticos son lentos”, explica.

Para él, si la experiencia de los centros de rehabilitación tiene éxito, permitirá “salvar a la región de una nueva generación de extremistas”.