El volcán Stromboli es el vecino malhumorado de las islas Eolias

La última gran erupción, a principios de julio, afectó el turismo, pero los habitantes confían en la recuperación de la actividad

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Stromboli, Italia. La violenta erupción en julio del volcán Stromboli, en la isla más famosa del archipiélago de las Eolias, frente a las costas de Sicilia, fascinó pero también enfrió el turismo con su columna de humo de 2 km de altura.

Una de las laderas del volcán aún emite, sobre todo por la noche, impresionantes chorros de lava roja que descienden hacia el mar, un fuego que quema la vegetación y deja fuertes olores.

El mismo fenómeno se registró en el 2014, la última vez cuando la actividad fue tan intensa, expresó Marco Giorgianni, alcalde de Lipari, a cargo también de Stromboli, quien recordó que no se llegó a evacuar la población de la isla y que está regresando todo a la normalidad.

Desde el 3 de julio está prohibido escalar hasta los cráteres después de la inesperada erupción que causó la muerte de un excursionista. Sin embargo los ferris atracan normalmente.

"Por supuesto, debemos ser conscientes de que es un volcán, una geografía muy especial", reconoce el alcalde.

La isla volcánica turística, que cubre un área de 12,6 km², tiene unos 500 habitantes y atrae a muchos visitantes durante los meses veraniegos.

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El volcán es considerado uno de los más activos del planeta, tiene su cima a 920 metros de altitud mientras la base se encuentra a 2.000 metros bajo el mar.

El llamado "faro del mar Tirreno" suele ser sacudido por pequeñas erupciones, que acompañan a los excursionistas que hacen su ascenso.

Christian Del Bono, presidente de la Federación de Hoteles de las Islas Eolias, está seguro de que la actividad hotelera se animará.

"Toda la gente de Stromboli se ha quedado. Hay una erupción así de fuerte cuatro veces en un siglo, y los residentes saben qué hacer", observa.

Por razones aún no estudiadas, el turismo en todo el archipiélago disminuyó en julio, según Del Bono.

A los pies del hotel Carasco, construido sobre un acantilado de la isla de Lipari en los años 60, flotan desde hace algunos días los lapilli, unas piedras porosas que proyecta el Stromboli, que dista unos 60 kilómetros.

El volcán sigue siendo omnipresente. El archipiélago es la parte emergente de un cinturón volcánico submarino que se extiende por 200 km. Solo cuatro de las siete islas habitadas todavía registran alguna forma de actividad volcánica. Centro a menudo de la atracción turística.

Turismo y vulcanismo

Lipari, la más poblada, cuenta con un museo que documenta los 8.000 años de presencia humana en esa zona, desde la prehistoria hasta el período grecorromano.

La isla de Vulcano propone en cambio sumergirse en el lodo sulfuroso a la sombra de su propio volcán que lanza fumarolas, mientras Salina es la más verde, Panarea la más mundana, Alicudi y Filicudi las más aisladas.

El mito es que las islas fueron el hogar de Eole, dios de los vientos, y que Ulises se habría detenido allí.

“Hace 100 años, cada localidad en Lipari era independiente, hablaban dialectos sicilianos distintos”, explica Christian Del Bono.

“Las islas Eolias son muy auténticas, las familias han estado aquí por generaciones”, dice.

Sin embargo, quedaron despobladas a fines del siglo XIX debido a problemas económicos y también por el volcán.

La extracción de piedra pómez, principal actividad, sufrió una grave crisis en Lipari, mientras que en Salina una epidemia de filoxera destruyó los viñedos, según cuenta el museo de la migración de Salina.

Las islas perdieron la mitad de su población en los años 30, por emigraciones a América y luego a Australia.

El archipiélago, casi desierto, vivió un verdadero renacimiento gracias al cine, comenzando con Stromboli, la obra maestra neorrealista de Roberto Rosselini (1950) con Ingrid Bergman, que cuenta la dificultad de vivir allí y con Vulcano con Anna Magnani (1950).

Junto con el renacimiento llegó el turismo y nuevos habitantes.

“Nací con el turismo”, confiesa Mariella Fiorentino, directora del hotel Arciduca de Lipari, fundado por sus padres. Lleva el nombre del archiduque Louis-Salvator de Austria (1847-1915), amante de las islas Eolias, que las atravesó en un barco a vapor, viaje resumido en ocho volúmenes y 200 dibujos.

Más modestamente, el abuelo de Mariella, pastelero de Mesina, en Sicilia, vino al archipiélago para realizar pasteles de boda. Conoció a la esposa en Panarea y luego abrió una pastelería en Lipari.