En la era digital, EE. UU. elige a su líder con una reliquia política

Alternancia de dos partidos en el poder frena cualquier afán de cambiar sistema

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En el tiempo de la inmediatez digital, del comercio en línea y computadoras en la “nube”, EE. UU. elige el martes a su presidente sirviéndose de una reliquia.

Con más de 200 años vigente, este sistema electoral prueba que no todos los votos fueron creados iguales y, aún así, hay razones que parecen asegurarle un futuro que roza la inmortalidad a esta figura de la Constitución de 1787.

En EE. UU., los electores votan por delegados estatales quienes nominan al presidente y vicepresidente tras la elección. El grupo, comprometido a respetar la voluntad de los estados que representan, es esa figura histórica llamada Colegio Electoral.

Cada estado tiene asignada una cifra de representantes o votos electorales, producto de la suma de sus miembros en el Senado (siempre dos) y en la Cámara de Representantes (varía de acuerdo con la población estatal).

Así, California (el más poblado) aporta 55 votos electorales mientras Dakota del Norte solo tres, dada su población.

El sistema es doblemente desigual pues el día de elección el candidato ganador recibe todos los votos electorales del estado en donde ganó. Hay dos excepciones: Maine y Nebraska.

En el 2008, las voluntades de 5 millones de electorales en California que apoyaron al candidato republicano, John McCain, de nada valieron frente a los 8,2 millones recibidos por Barack Obama. Los 55 votos electorales que asigna el estado los ganó Obama.

Eso explica por qué aunque un candidato sume más cantidad de votos populares bien puede perder la Casa Blanca.

Así, en el 2000, el candidato demócrata, Al Gore, con 543.816 votos más que el republicano George W. Bush perdió la elección por la distribución estatal de los sufragios. Bush consiguió 271 votos electorales contra 266 para el entonces vicepresidente del país.

Es inmortal. Jennie Lincoln, profesora de temas internacionales del Instituto de Tecnología de Georgia, consideró que si en el 2000 no hubo voluntad política para cambiar el sistema, “este nunca cambiará”.

“Si sobrevive es porque la visión en EE. UU. es que el individuo es el más poderoso, la esencia del sueño americano, que una persona puede cambiar el mundo. ¿Dónde late ese sueño? En su estado, por eso escucha mucho sobre la distribución del poder político hacia los estados”, señaló Lincoln.

Para ella, el federalismo como valor político explica que el Colegio Electoral haya sobrevivido.

“La fuerza del modelo reside en que la toma de decisiones de asuntos clave ocurre en el estado donde vive el elector. La elección de representantes para nominar al presidente evidencia que las decisiones importantes ocurren en el plano estatal, no nacional. El poder del estado manda”, concluyó Lincoln.

Otra razón que preserva el sistema es que, con pocas excepciones, los partidos Republicano y Demócrata controlan la presidencia, el Congreso y los cargos de gobernador y legislaturas estatales.

Un presidente demócrata puede gobernar un país con decenas de estados dirigidos por republicanos.

Por lo tanto, como lo explican folletos informativos del Departamento de Estado, el Colegio Electoral es un incentivo claro para la fórmula bipartidista que ha marcado la vida política de EE. UU.

Aunque hace años se multiplican las voces para lanzar al Colegio Electoral al basurero, la voluntad política es tan sorda como nula.

Suprimir esa institución supone que ambos partidos pacten borrar (y, más aún, reescribir) esa parte de la Constitución donde se les asegura la alternancia en el poder. No ha sido por azar que, en 220 años de vida democrática, solo han sido aprobadas 27 enmiendas a la Ley Fundamental.