Ciudad de Turquía se tapiza de contenedores un año después de mortal terremoto

El desastre del 6 de febrero del 2023 mató a más de 50.000 personas y borró en mitad de la noche ciudades enteras en el sudeste de Turquía

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Antakya. Mevlude Aydin todavía no logra ir a visitar las tumbas de su hija, de su marido y de decenas de familiares que perdió en el catastrófico sismo de Turquía hace un año.

Pero ver su ciudad natal de Antioquía, en la provincia de Hatay, en un puñado de ruinas irreconocibles es todavía demasiado traumático para esta mujer de 41 años.

“Nuestro Hatay desapareció. Desaparecido del todo”, afirma la mujer en una de las deprimentes casas-contenedores habilitadas por el gobierno para acoger a los supervivientes de esta provincia arrasada.

"Quiero ir al cementerio a visitar a nuestros niños, pero simplemente no puedo. Simplemente no quiero ver la ciudad en ese estado. Me pone enferma. Mi niveles de azúcar se disparan", afirma.

El desastre del 6 de febrero del 2023 mató a más de 50.000 personas y borró en mitad de la noche ciudades enteras en el sudeste de Turquía.

Ningún lugar quedó tan afectado como Antakya nombre turco de esta ciudad rodeada por montañas, cuna de las civilizaciones cristiana y musulmana, conocida a lo largo de la historia como Antioquía.

Un 90% de los edificios se perdieron. Más de 20.000 personas murieron en la ciudad y la provincia que la rodea.

Los supervivientes deben lidiar con el trauma en campamentos vallados de cientos de casas idénticas que parecen contenedores de mercancías.

Las familias pueden acceder a agua potable y energía que el gobierno ofrece gratuitamente.

Pero los rudos policías que custodian las entradas dan a estas pequeñas ciudades de metal el aspecto de un campo de prisioneros.

“Sobrevivir el día”

Cagla Ezer vive en la otra punta de esta ciudad arrasada. En un contenedor de aspecto similar, llora por la vida que tuvo.

"Ya nunca hay excitación, no hay un propósito", dice la mujer de 31 años, madre de dos niños. "El objetivo es que pase otro día, sobrevivir el día indemne".

Las autoridades locales estiman que la población de Hatay se encogió de 1,7 millones antes del sismo a 250.000. En noviembre, casi 190.000 vivían alojadas en contenedores.

La mayoría de quienes se han quedado no tienen familia en otras partes de Turquía a la que acudir o simplemente se sienten demasiado apegados a su tierra.

Pero el lugar guarda poco parecido a lo que era antes del primer terremoto de magnitud 7,8.

Antioquía, una animada ciudad con una vibrante vida nocturna y arquitectura antigua se transformó en un amasijo de enormes espacios vacíos y restos esqueléticos de edificios derruidos.

En un día particularmente lluvioso, aislado en el centro de uno de estos campos de escombros, destaca el contenedor metálico verde de Fevzi Sislioglu.

Con la ayuda de vecinos de buen corazón, el hombre de 65 años, que sobrevivió a un cáncer de garganta, consiguió colocar el contenedor en el mismo lugar donde antes había su ferretería.

"Estoy vendiendo todo lo que no fue saqueado en mi tienda original", dice Sislioglu en una voz apenas audible.

"No tengo electricidad aquí, ni agua, y muy pocos clientes. Pero tengo que seguir adelante. Me tengo que encargar de mi mujer y mis dos niños", agregó.

“Inyección de moral”

El abatimiento es compartido por los pocos vendedores que quedan en el bazar Uzun Carsi de Antakya, un laberinto parcialmente cubierto de 1.500 tiendas que fue una importante parada de la antigua Ruta de la Seda.

Las autoridades quieren empezar a demoler en mayo los restos del edificio por precaución. El plan es levantar en su lugar un nuevo bazar más seguro.

"Con suerte, veremos días mejores y tendremos un mercado incluso más bonito", dice el presidente de la asociación de comerciantes, Mehmet Hancer Gunduz.

"Yo creo en ello", afirma.

El brillo que irradia el restaurante Umut Et (que significa tanto "La carne de Umut" o "Mantener la esperanza") ofrece a Resim Devir y a su familia una rara ocasión de sonreír.

El local original quedó destruido y erigieron el nuevo usando solo madera y acero.

Muchos todavía tienen miedo de entrar en edificios de cemento porque muchos de ellos se derrumbaron y atraparon a los primeros supervivientes bajo toneladas de escombros.

"Es uno de los pocos sitios donde puedes escapar del estrés", dice Devir en medio de una comida de varios platos. "Necesitamos una inyección de moral para sobrevivir en estos días".

Juegos de niños

El dueño del Umut Et, Mustafa Kassab, piensa que hasta de aquí una o dos generaciones Antakya no volverá a asemejarse a lo que era y los negocios volverán a la normalidad.

"La gente todavía no ha podido superar el efecto psicológico del terremoto", dice Kassab. "Y financieramente, va corta".

Yazgin Danisma puede ver el dolor reflejado en los juegos con los que sus tres hijos se entretienen en las calles pavimentadas y sin vida que se forman entre las hileras de contenedores.

"Puedo escuchar a los niños hablar entre ellos de escapar. Pero yo todavía quiero vivir en Antakya", dice la mujer de 31 años.

“Los niños han desarrollado miedo. Cuando juegan, el juego siempre termina con un supuesto terremoto”, afirma.