Costarricense en México: 'La gente corría y pegaba alaridos... no gritos... alaridos'

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Dos horas después del terremoto, Enrico Villegas seguía sin conseguir un taxi, el metro no funcionaba y los autobuses iban atestados... ya las piernas le fallaban y quería echarse a llorar pues necesitaba saber qué había sido de su papá que quedó al otro lado de la ciudad.

"Vine con mi papá, el escultor Ólger Villegas, quien está terminando un trabajo en la colonia Iztapalapa, de las colonias más grandes de Ciudad de México... A las 11 a. m. sonó la alarma antisísmica, pero era por un simulacro... viera el escándalo. Se supone que suena 10 segundos antes de un sismo", recordó Villegas esta mañana, vía telefónica.

Curiosamente, la alarma falló cuando sobrevino la emergencia verdadera.

Cuando ocurrió el movimiento de 7,1 grados, Villegas estaba a varios kilómetros de distancia de su padre, pues se había ido a dar un paseo con un amigo a un tianguis (una especie de mercado abierto). A esa hora, el sitio estaba repleto de gente sobre plena vía pública a lo largo de varias cuadras llenas de chinamos.

"Alguien gritó que temblaba y entonces me salí de la calle a ver qué era. La gente corría y pegaba alaridos... no gritos... alaridos. Se veía caer polvo de los edificios. Mi amigo Gabriel, con quien iba caminando, tiene una niña de 4 años en la escuela y además dos chiquitos gemelos. Me empezó a decir que estaba preocupado. Mire, parecía como si estuviéramos subidos en La Tagada de Zapote, jamás había sentido la tierra moverse así", narró este agente de la empresa Amazon y vecino de Heredia.

Villegas afirma que la alarma antisísmica sonó segundos después, cuando ya el sismo estaba en lo más fuerte. Ningún semáforo funcionaba. La autopista Ermita, una de las principales arterias viales de la capital, estaba saturada, toda la vía se había vuelto un parqueo. En los carros detenidos, los conductores tenían el terror dibujado en las caras mientras procuraban hacer llamadas que tampoco concretaban.

"Llamaba y llamaba a mi papá y nada. Estaba desesperado por regresar. Teníamos como una hora varados ahí en plena calle hasta que por fin conseguimos subirnos a un autobús para acercarnos", explicó.

Para ese momento, todo el transporte público de esa zona colapsó, los autobuses iban con gente hasta en las gradas, desesperada por volver a sus hogares. Cuando llegaron a la parada del metro, tampoco funcionaba y el área estaba repleta de personas buscando ese servicio.

"Ni taxis había. Todos los taxistas se fueron a buscar a sus familias porque habían reportes de derrumbes en el centro de la ciudad. Cada quien salió corriendo a buscar a sus hijos y familiares. Ahí en la estación del metro estaba muy desconcertado, quería sentarme a llorar, dejar pasar las horas a ver si las cosas se acomodaban", relató.

Por casualidad, Villegas y su amigo lograron abordar una suerte de "taxi colectivo" que iba hacia colonia Iztapalapa. El taxista iba a buscar a su esposa y el otro ocupante había salido del trabajo rumbo a su casa.

Ahí, había postes de alta tensión caídos sobre el asfalto y la Policía estaba moviéndose hacia las estructuras caídas en busca de heridos.

"Ví a varios de los muchachos que limpian parabrisas y hacen acrobacias en los semáforos, dirigiendo el tránsito porque los semáforos no funcionaban. Realmente era de mucha ayuda. Fue un detalle de solidaridad que en verdad me impactó. Otros prestaban sus teléfonos que sí funcionaban o aún tenían carga para que completos desconocidos pudieran llamar a sus seres queridos", recordó.

Entre tanto, por su teléfono, cuando funcionaba, entraban decenas de mensajes por WhastApp de sus familiares y amigos en Costa Rica, pero que él no podía contestar debido a la intermitencia del servicio.

Al final, Villegas se reencontró con su papá hasta las 8 p. m., cuando lograron darse un abrazo. Para entonces, el padre ya había podido hablar con la madre en Costa Rica.

"No comí nada ayer, me fuí a dormir como a las 1:40 a. m. y nos despertamos como a las 5:30 a. m. apenas recién comimos algo al desayuno, mi primera comida en horas", afirmó.

Como un 'bajonazo de presión'

También la periodista Lucía Alvarado Echeverría sintió en algún momento que las fuerzas le fallaban para reaccionar ante la fuerza del terremoto. Ella tiene varios años de residir en México junto a su esposo, Federico Valerio De Ford, su hijo Felipe y su hija Pía.

"Al principio fue extraño. Sentí como si se me bajara la presión. Vos lo que sentís es un mareo. Quise apoyarme en un poste de la luz y en eso vi los árboles, los cables eléctricos y como todo se mecía. Estaba temblando durísimo", comentó Alvarado, a quien el temblor sorprendió cuando regresaba con su hijo de una actividad escolar.

La escuela se localiza a unos 200 metros de su residencia en una torre de apartamentos de 20 pisos de altura, localizada en la zona de Santa Fe, en Ciudad de México.

Al llegar, todos los residentes estaban en los jardines sin poder comunicarse por teléfono. Ella, por suerte, pudo intercambiar mensajes con su esposo y recibió el aviso de la escuela de su hija de que la niña estaba bien.

"Pasamos como dos horas afuera esperando si podíamos volver a los edificios. Fue muy desesperante estar así porque no tenés noticias de nada. No sabés qué está pasando. Pude conversar con mi esposo hasta mucho rato luego del sismo y el boca a boca de las noticias solo crea ansiedad; da mucha angustia", comentó.

Cuando los cuatro se reunieron hacia el final de la tarde, recibieron instrucción de las autoridades locales de permanecer en el edificio para facilitar el paso de los cuerpos de rescate por las calles. Su casa tenía algunas grietas en las paredes y algunos adornos se habían volcado.

Fue una mezcla rara, afirma, porque dice que pasaron una tarde relativamente tranquila pero en alerta e intercambiando mensajería electrónica con sus parientes en Costa Rica.

"Te das cuenta de que hay más personas pendientes de lo que uno se imagina. Acá donde vivo, en realidad no hubo tal desastre, pero a la familia de uno lo que les llega son las imágenes de la destrucción. Ver eso, y desconocer si la hermana, la hija o la amiga está segura es durísimo. Poder comunicarse, y descartar lo peor, tranquiliza allá en Costa Rica y a nosotros nos da una sensación de cariño y afecto. Todo esto ha sido tristísimo. Nosotros dormimos y comimos bien pero a 35 kilómetros hay familias en el peor de los infiernos. Eso es descorazonador".