Competencia Perfecta: El que a veto mata...a resello muere

Grupos políticos de oposición con representación legislativa deben evitar, a toda costa, la condescendencia y el riesgo de mimetizar el discurso populista

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Cuando la política es dominada por el discurso populista –obsesionado siempre por los índices de popularidad y por las manifestaciones vacías de poder construidas sobre el narcicismo exacerbado, la prepotencia y la testosterona típica de la pubertad– los instrumentos institucionales y jurídicos creados como herramientas para operacionalizar los pesos y contrapesos, necesarios para gestionar las tensiones normales entre poderes que se presentan en todo sistema político que se precie de democrático, corren el riesgo de desdibujarse; pues se les instrumentaliza en una especie de “ojo por ojo y diente por diente” que conduce, finalmente, a una peligrosa espiral sin fin de revanchismo.

Cuando esto sucede todos perdemos. Pierden las instituciones al verse su legitimidad aún más diezmada; pierde el debate político al transformase en una rabieta de niñatos mimados y, al final del día, pierde la convivencia democrática pues se le darán más razones a las ciudadanías para indignarse y sentirse abandonada a su suerte, al constatar que sus demandas siguen sin ser escuchadas y, menos, satisfechas; lo que por cierto no dudará, el cínico e hipócrita populista –cuyo alimento es el descontento y la frustración– en usar como argumentos para justificar su estrategia de polarización, concentración de poder y autoritarismo.

La respuesta a los discursos políticos polarizadores, amenazantes y que desprecian la verdad sin ningún disimulo no debe ser, en ningún caso, más confrontación irreflexiva, ni otra verdad alternativa, ni más violencia; debe ser más democracia, más respeto y altura de miras, para procurar llenar con respuestas y soluciones efectivas, los vacíos en las políticas públicas que aprovecha el populista para infectar el tejido democrático.

Los grupos políticos de oposición con representación legislativa deben evitar, a toda costa, la condescendencia y el riesgo de mimetizar el discurso populista.

La respuesta a las posturas antidemocráticas del populista no es tolerarlas condescendientemente, ni permitir su normalización bajo el pretexto de que constituyen sólo una puesta en escena, la creencia en la fortaleza de las instituciones o, simplemente, porque una cierta confluencia de intereses conduce a que, utilitariamente, se transen principios por acciones concretas.

El otro extremo –responder al populista en sus mismos términos y con sus mismas estrategias– es igual de peligroso. Las bancadas legislativas de oposición deben responder con firmeza, pero con espíritu democrático, deben oponerse, pero construyendo alternativas viables y responsables y, sobre todo, llenando los vacíos que el populista explota y, por supuesto, no desea llenar, en la política y las intervenciones gubernamentales.

Como nunca, la oposición debe ser firme, clara y sobre todo propositiva, evitando responder con instrumentos que promuevan la percepción de parálisis política y legislativa, y mucho menos con ocurrencias que, en el mejor de los casos parecen bromas de mal gusto, pero que, en el peor, pueden con facilidad terminar exacerbando los riesgos de gobernabilidad y las tensiones políticas, económicas o sociales.

En este sentido, la acción legislativa –las propuestas de ley, la enmienda a los proyectos iniciativa del Ejecutivo, las votaciones y, por supuesto, los resellos– deben servir a una agenda constructiva y de desarrollo y no simplemente a una vacía vendetta política.

Sobra decir, por supuesto, que las agrupaciones políticas más estructuradas deberían a toda costa conjurar cualquier riesgo de que la desesperación por ganar una elección –luego de años o décadas de sequía– conduzca a la tentación de lograrlo con las mismas tácticas y deriva populista que para otros resultaron exitosas.