Álvaro Cedeño: La gradería

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Se nos acostumbra de niños a valorar elogios o reprimendas de un cierto grupo de personas que nos rodean.

De ellos recibimos así, señales de alerta sobre lo que hay que corregir, lo cual generalmente interpretamos como lo que pone en riesgo el afecto que nos tienen. Y también señales sobre las facetas que valoran en nosotros, con lo cual nos van contaminando el camino que hubiéramos seguido, a partir de nuestros talentos, si no nos dieran todas estas señales.

Desde entonces, ese público, se hace más numeroso. La gradería se va haciendo más grande, hasta que en el peor momento de nuestra inmadurez, llega a albergar un llenazo.

El proceso de madurez consiste, entre otras cosas, en ir cerrando tramos de esa gradería, con lo cual vamos rescatando autonomía, esto lo que significa es que vamos siendo lo que creemos que hemos de ser, en vez de lo que a los espectadores les gustaría que fuéramos.

Idealmente, llega un momento del proceso de desarrollo personal en que el partido se juega a puerta cerrada. Sin público. Sin periodistas. Y hasta sin cuarteto arbitral. Son esos juegos en los cuales decidimos y accionamos solamente enfrentando el juicio de nuestra conciencia.

El psicólogo Carl Rogers sostiene que en un grupo de crecimiento, el facilitador no debe dar señales de lo que cree que está bien o mal para no contaminar el desarrollo de las personas. Hay que dejar ser y dejar explorar.

Tuve un profesor, quien nunca contestó nuestras preguntas. Ante cualquiera de ellas, siempre preguntó ¿A ti que te parece? Seguramente porque creía que la indagación individual es más valiosa que la respuesta ajena.

Vivimos en grupos y comunidades. Hay normas de convivencia. Hay que cumplirlas. Pero dejar que la opinión de los observadores influya en nuestras decisiones de las que somos individualmente responsables, nos lleva a ser, no lo que habíamos de ser sino lo que la opinión pública quiere que seamos.

Warren Bennis, especialista en liderazgo, dijo que el verdadero líder es alguien que ya no tiene que convencer a nadie de nada y entonces, simplemente, se expresa. Su juego es a puerta cerrada, sin aplausos y sin abucheos. Por eso puede romper moldes y sacarnos de la caja. Por eso, la frescura de su visión, seduce.