La necesidad de enseñar a ser emprendedores

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Un padre lleva a su hijo escolar a pasar la mañana en su oficina, con el objetivo de que vea cómo es su trabajo.

Al final de la mañana, el padre invita al niño a decirle cómo ha sido la experiencia y el niño le dice que quiere pedirle algo. Quiere pedirle que los trate a todos en casa, con la misma amabilidad con la que trata a sus clientes.

Una cosa es adquirir conocimientos y otra, lograr transferirlos a otras áreas.

Está claro que al artillero le sirven los conocimientos de balística, pero también le sirven al basquetbolista. Los conceptos de choque elástico o inelástico le sirven al diseñador de automóviles, pero también al jugador de billar.

Lo que aprendemos para el trabajo exitoso en equipo es transferible a la forma como nos relacionamos en nuestro propio hogar.

¿O es que la buena escucha solo debe ser practicada cuando sirve solo para afirmar el liderazgo y no cuando sirve para tener una convivencia más rica en casa?

El concepto de estrategia, que saltó de los campos de batalla a la empresa, ¿no puede ser aplicado por una familia o por una persona?

¿No es acaso una forma de plantear cosas deseables y posibles en función de las circunstancias externas e internas de cada quien?

Hoy escuchamos mucho sobre la necesidad de desarrollar el emprendimiento. Lo empezaron a sentir las empresas con la vista puesta en el lucro.

Luego saltó a las universidades: los graduados no deben salir de la universidad a buscar empleo, sino a crear su propio proyecto productivo.

Pero, ¿no es que toda persona desarrollada debería tener una iniciativa despierta, exploradora, proactiva?

Y, entonces, la idea de emprendimiento, transformada en fomento de la iniciativa, debería estar presente no solo en las escuelas de negocios o de ingeniería, sino en todo nuestro quehacer educativo.

El ser humano es un ser para la acción. ¿Por qué se nos ha olvidado fomentar sistemáticamente esa dimensión?

¿Por qué dejamos que la rutina y la pusilanimidad nos tengan atados?