Álvaro Cedeño: Cultivar el desapego

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En la academia –en la buena academia– se presenta un trabajo y amigos y enemigos por igual, lo critican. Es el esfuerzo de falsación, crisol en el cual se separan los errores, de la verdad. Se somete al fuego el trabajo presentado. No se ataca al autor. Parece que todos dijeran con Aristóteles: Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.

La regla de juego formal en la academia, es que una cosa es el resultado de la investigación y otra el investigador y que cuando se ataca los resultados, no se ataca a quien los elaboró. Ahí, más o menos, el que se mete a jugar, tiene que aguantar.

Usted presenta una propuesta a sus colegas ejecutivos quienes le plantean muchos cuestionamientos. Algunos son hechos con mala uva. Otros son bien intencionados. Suponga que sus colegas son amigos, pero más amigos del buen resultado; por eso tratan de mejorar su propuesta.

Pero lo que ocurre, tanto en la academia, en la empresa y en nuestro hacer cotidiano, es que nos saben mal las críticas a los resultados que producimos, aunque sean bien intencionadas. Tenemos un apego maternal con nuestra obra. Crear es como parir, a lo mejor hasta con vínculos de oxitocina y todo.

¿Cómo separar al autor de su creación? ¿Cómo desapegarnos de la obra? Valoramos tanto ser aceptados que las dudas sobre esa aceptación, nos hieren. Tenemos que aprender a separarnos de nuestras obras e ideas. Así podríamos ser más objetivos para acoger aportes o ataques que sirvan para mejorarlas. Tenemos que convencernos de que podemos cometer un error y no por eso ser mentecatos. Podemos afirmar algo incorrecto y no por eso tener la mente torcida. Podemos adherir a una tesis equivocada y no por eso estar descarriados.

Un paso de madurez es concientizarnos de que todo lo que hacemos es mejorable. Que la crítica no menoscaba los vínculos afectivos. Que no somos perfectos y no solo podemos producir obras defectuosas, sino que también tenemos defectos. Y que se nos puede tener afecto, aunque nos falte mucho por mejorar.