Se debe conocer el río Torres para salvarlo

Plan Tertulias en Movimiento invita a conocer historia del cauce, su contaminación y las diversas acciones para rehabilitarlo

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El río Torres, junto al María Aguilar, fueron claves para el desarrollo de San José.

Por el año 1750, el Torres abasteció de agua a los primeros pobladores de la aldea que, años después, se convertiría en la capital costarricense.

Su cauce también fue el primero en mover las turbinas que dotarían de electricidad al poblado y en sus orillas, las lavanderas se unían a la fuerza laboral aportando lo suyo al desarrollo del país.

“Es por ello que recorrer esta cuenca es transitar por parte de la historia josefina”, dice Alonso Briceño, guía de Tertulias en Movimiento, un plan que pretende rescatar el afluente.

VEA: (Galería) Conociendo el río Torres

Las organizaciones Río Urbano y Asociación de Amigos del Torres se han propuesto concientizar a los capitalinos sobre la importancia de este río, mediante un recorrido de cinco kilómetros por sus orillas.

"Nuestra intención es dar a conocer la historia, hablar de la problemática y mostrar esfuerzos que despiertan optimismo", dijo Robert Faulstich, también guía en esta caminata.

Los recorridos se realizan una vez al mes (el último sábado). La convocatoria se hace a través del perfil de Facebook de Río Urbano (www.facebook.com/RioUrbanoCR).

El cupo es de 12 personas (niños mayores de 12 años). La exigencia física es moderada en dos de los senderos (mariposario Spirogyra y la comunidad Los Cipreses).

Se cobra ¢5.000 por persona para pagar la buseta que ayuda a trasladar a la gente entre punto y punto así como la entrada al mariposario.

Se recomienda ropa y calzado cómodo así como bastón para caminar.

Lejos de quedarse entre las cobijas, Roberto Madrigal, Giovanna Calderón, Andrea Ixquiac y David Borge decidieron dedicar su mañana de sábado a conocer el Torres, porque solo conociéndolo se podrá salvar.

Pasado. De acuerdo con Briceño, los primeros pobladores de la capital se ubicaron a orillas del Torres para abastecerse del líquido, pero se alejaron cuando se fundó el centro.

Aún así, la ciudad se expandió siguiendo la lógica del cauce en dirección este a oeste, pero dándole la espalda.

Ya no era necesario acercarse al río para obtener agua porque se construyeron pozos y luego vinieron las tuberías.

Fue así como poco a poco se fue perdiendo esa noción de dónde venía el agua.

La abundancia del recurso hídrico hizo que no se estimara su importancia y, al crecer la ciudad, los ríos urbanos fueron contaminándose.

"Se creyó que era un recurso infinito. Estamos rodeados de ríos y montañas, dando por sentado que ahí están. San José pudo ser una ciudad que valorara sus recursos y la verdad no sé por qué existe tanta negación hacia ellos", acotó Briceño.

Si bien, a inicios del siglo XX inició la construcción de la red de alcantarillado y los últimos colectores se terminaron en la década de 1970, este resultó insuficiente cuando, a partir de 1950, se dio una migración del campo a la ciudad y la población de la Gran Área Metropolitana (GAM) se incrementó.

El café, que tanto ayudó al desarrollo del país, fue el primero en desechar sus brozas y mieles a los cuerpos de agua. Afortunadamente, esto empezó a mejorar a partir de 1990, cuando los beneficios implementaron medidas de manejo de residuos.

Los ríos también sufrieron con la migración del campo a la ciudad que se dio en 1950 y el consecuente crecimiento de la población en la Gran Área Metropolitana. La construcción –a inicios del siglo XX– de la red de alcantarillado fue insuficiente para evitar la contaminación.

Para Briceño, San José pudo ser una ciudad que valorara sus recursos y no se explica por qué hay tanta negación hacia ellos.

Al no contar con ese valor ambiental, los ríos fueron olvidándose hasta que resultaron invisibilizados como espacios.

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“Dejamos de ver al río como un espacio cotidiano y eso implicó que la gente se fuera alejando. Con ello, dejó de sentir que los ríos le pertenecían”, explicó el guía de Tertulias en Movimiento.

Un ejemplo de ello es el Laguito de Guadalupe, en Goicoechea, un espacio recreativo donde, entre 1940 y 1945, las personas nadaban, pescaban barbudos y remaban en bote.

La contaminación relegó los cauces, como el Torres, a ser un límite cantonal. Eso también hizo que los vecinos vieran al río como el que los separa del otro y lo convirtió en un espacio de nadie.

Presente. Con el tiempo, se llegó a otro punto extremo. Al proteger el afluente para tratar de revertir la contaminación, se prohibió su uso. La consecuencia: alejar a la gente e impedir que se sintiera idenficada con el afluente.

Faulstich conoce un sendero, en medio del mariposario Spirogyra en barrio Tournón, donde se puede bajar a la orilla.

Allí, la ciudad no se siente. En este bosque secundario viven aves, zorros pelones, osos perezosos, iguanas y ranas verdes. Entre tanto, en el cauce se aprecian olominas (peces) y caracoles.

Son señales esperanzadoras en un espacio del que quizá las personas piensan que no hay nada que hacer o ver, dijo Briceño.

Para declarar un río muerto, como ocurrió con el Támesis en Inglaterra, primero se descarta la vida en el agua, luego el oxígeno disuelto en esta y por último, la flora y fauna en las colindancias.

La sola presencia de peces y moluscos demuestra que hay una cantidad importante de oxígeno disuelto en el agua. “Por tanto, el Torres no está muerto”, dijo David Borge, estudiante de Ingeniería Civil cuya especialización es la hidrología urbana.

Sanear la cuenca podría tomar décadas, pero es posible. “Llegamos muy abajo con este pobre río, pero se empiezan a dar pasos, y sí, es un largo camino para arriba, pero hay que empezar a subir”, motivó el guía Robert Faulstich.

Futuro. El barrio Aranjuez , con su polideportivo y su Feria Verde, pretende recuperar ese espacio en la margen del Torres.

“Si bien es una feria del agricultor, se siente como un pequeño festival todos los sábados. Tiene un componente social que propicia el uso del espacio”, explicó el guía Alonso Briceño.

El otro ejemplo yace en barrio México, en la comunidad de Los Cipreses. Allí, los vecinos –cansados de la basura y los malos olores– recuperan cuatro hectáreas en la ribera del Torres.

Según Julio Mora, presidente de la Asociación de Vecinos de Los Cipreses, lo primero que hicieron fue instalar alcantarillado sanitario para dirigir las aguas a uno de los colectores y evitar que cayeran en el cauce del río.

Además, promulgaron un reglamento para disponer de los residuos sólidos y se mantienen vigilantes para evitar invasiones ilegales en las márgenes.

Los niños también participan y en su honor, se construye un bosque donde ya se han sembrado 300 árboles entre roble sabana, cenízaros y corteza amarilla.

“Todos cuidamos un árbol. Algunos cuidan uno, otros cuidamos dos o tres”, comentó el niño Keylan Campos.

“Venimos todos los días después de la escuela, los que pueden, y si no, venimos el fin de semana”, agregó Kenyelin Solera.

Los pequeños se encargan de echarles agua, ponerles abono, quitarles la hierba y los bichos.

Campos dijo que quieren tener un bosque en el barrio para atraer animales y para que los turistas conozcan cómo se cuidan, admiren el bosque y la naturaleza.

Voluntarios de la empresa Thomson Reuters se unieron a esta comunidad para construir senderos y acondicionar el área como un espacio recreativo.

“Quiero que el río se limpie para poder nadar”, comentó la niña Christiany Grant.

"Y hasta pescar", agregó Campos, quien también contó que trabajan en una huerta.

Gracias a estos esfuerzos, en el 2015, la comunidad Los Cipreses obtuvo el galardón de Bandera Azul Ecológica.

Julio Mora aduce que el éxito se debe a la combinación de conciencia, voluntad y organización. Los Cipreses es un buen ejemplo de que se puede, dijo Mora.

El vecino explicó que llevar las aguas sanitarias al colector les costó mucho dinero, pero todos aportaron. Hasta las señoras y los muchachos trabajaron haciendo las zanjas donde se pusieron las alcantarillas.