Naturaleza enseña a finqueros de Sixaola a lidiar con el cambio climático

Nueve familias de Costa Rica y Panamá recurrieron a la adaptación basada en ecosistemas. Este es un enfoque que busca soluciones en el bosque, pero también lo aprovecha como protector.

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Los bosques tropicales nunca han requerido químicos artificiales para aumentar la fertilidad de su suelo. Las relaciones entre microorganismos en el humus, así como el rol que juega la temperatura y la humedad en los procesos de descomposición, proveen de los nutrientes necesarios a la exuberante vegetación.

En su finca, ubicada en El Guabo de Panamá, Donald Ruiz aprendió a elaborar biofertilizante tal cual lo hace el bosque. Para ello, el agricultor recurre a microorganismos de montaña que le ayudan a descomponer la materia orgánica, que combina con melaza y agua, para generar una sustancia llamada biol.

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Con ella, Ruiz y su esposa Imelda Acosta mejoran el suelo en la huerta familiar y el área donde tienen sembrados árboles frutales. La tierra no solo es fértil sino que también está más sana y, por ende, cuenta con mejores "defensas" ante la variabilidad del clima.

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Al igual que ellos, nueve familias que viven en la cuenca binacional del río Sixaola, que comparte Costa Rica y Panamá, están aprendiendo de la naturaleza para lidiar con las nuevas condiciones que traerá consigo el cambio climático.

"En palabras más simples, lo que estamos haciendo es recurrir a soluciones naturales que los mismos ecosistemas nos dan", explicó Elías Cruz, quien es ingeniero agrícola y asistente técnico de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

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La adaptación basada en ecosistemas (ABE) es un concepto adoptado por la Convención sobre Diversidad Biológica en el 2009 y, cada vez más, los países están incorporándolo en sus planes sobre cambio climático.

Aparte de las lecciones que puedan dar los sistemas naturales, ABE recurre a estos en su rol de protectores. Se sabe, por ejemplo, que los manglares constituyen la primera barrera frente a huracanes y tormentas mientras que los humedales logran regular el exceso de agua durante una inundación.

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Estas nueve familias están consciente de que, si el bosque y el río están bien, ellos también lo estarán. Por eso reforestan las orillas de las quebradas, diversifican los cultivos y los combinan con árboles. Tampoco están usando químicos para que estos no contaminen el cauce e intercambian semillas de especies nativas.

El clima está cambiando

Las familias forman parte del Proyecto de Adaptación, Vulnerabilidad y Ecosistemas (AVE), ejecutado por UICN gracias a fondos del Ministerio Federal de Medio Ambiente de Alemania.

"Esta es una cuenca ideal para demostrar que se pueden llegar a acuerdos de gobernanza. Toda la parte alta está conservada, en la parte baja -como ocurre en muchas cuencas- hay una intensa actividad productiva, pero a la vez hay poblaciones indígenas. Todas estas condiciones tan particulares nos permiten aprender de allí y así poder llevar esas lecciones a otras cuencas", comentó Marta Pérez de Madrid, coordinadora de AVE por parte de UICN.

La cuenca binacional del río Sixaola tiene una extensión de 2.848 kilómetros cuadrados. Nace en Costa Rica, a 3.820 metros sobre el nivel del mar, y desemboca en la frontera con Panamá.

A lo largo de esta cuenca viven unas 33.500 personas. Esta población tiene una fuerte presencia indígena Bribri y Cabécar en Costa Rica así como Bribri, Naso y Gnäbe en Panamá.

"La mayoría de la gente en la comunidad tiene conocimiento sobre el cambio climático, sabemos lo que es una sequía y hasta hablamos del fenómeno de El Niño", comentó Maura Lupario, quien se dedica a la agricultura con su esposo e hija.

Los agricultores de las comunidades de Yorkín, Shuabb, Paraíso y Catarina de Costa Rica así como en El Guabo, Washout y Barranco de Panamá logran explicar el impacto del cambio climático sin recurrir a mucho tecnicismo.

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Los científicos dicen que, para adjudicarle un impacto al cambio climático, este debe ser constante a lo largo de al menos 30 años. Lupario tiene 29 años, pero observa que algo cambió desde que era niña y sembraba con su abuelo.

"Antes, me acuerdo que mi abuelo decía que en el mes tal se sembraban frijoles porque no llovía y que el otro mes se sembraba otra cosa porque precisamente llovía. Ahora no, ni se sabe en qué mes llueve. Hay un descontrol de la naturaleza", dijo Lupario y agregó: "Por ejemplo, hace unos años no había monilia (hongo que ataca a los cultivos de cacao y banano) y ahora sí hay. Eso es por el descontrol de las lluvias".

"Uno antes decía: me voy a las 7 de la mañana a sembrar y me devuelvo a eso de la 1 de la tarde. Pero, ahora, a las 9 de la mañana el sol está demasiado caliente", comentó Acosta.

"Eso que dice mi esposa se ve en las hortalizas. El sol calienta demasiado y de repente se viene un aguacero. Entonces, eso ʻquemaʼ los productos", añadió Ruiz.

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Los agricultores perciben que el clima está cambiando y las vulnerabilidades de la zona -como pobreza, acceso limitado por carretera y falta de oportunidades- incrementan el riesgo.

Según el Instituto Metereológico Nacional (IMN), citado por UICN, unas 11.233 personas del cantón de Talamanca enfrentan un riesgo climático de sequía de medio a alto, con una potencial afectación de alrededor de 4.000 menores. De esta población en riesgo, el 99% es altamente dependiente de la agricultura.

En cuanto a eventos extremos de lluvia, IMN calculó una afectación de 8.326 personas debido al impacto de inundaciones, pero también por enfermedades transmitidas debido a la falta o pérdida de calidad del agua.

Las vulnerabilidades se acrecientan con la mala gestión de los recursos naturales, la fragmentación del hábitat, la pérdida de suelo y sedimentación de los ríos, entre otros.

Por ello, y en el marco de AVE, las comunidades están reforestando los bosques ribereños. Desde el 2015 a la fecha, se han plantado 7.500 árboles nativos.

Fincas integrales

En la cuenca del río Sixaola, las principales actividades productivas son el cultivo de banano, plátano y cacao así como el pastoreo y la ganadería.

El proyecto AVE trabaja con el concepto de finca integral, ya que aprovecha las características agroecológicas del lugar en función de la productividad.

Según William Solano, investigador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), una finca integral es una área productiva donde se integran los diferentes sistemas de producción agropecuaria y se maximiza el uso de los recursos naturales.

Un ecosistema, entre más diverso sea, pues más fuerte es. En las fincas, esa lección se aplica en la diversificación de cultivos. La finca Amores de Toñito, ubicada en Paraíso de Bribri (Talamanca) antes solo sembraba plátano y cacao. Depender de pocos cultivos, hacía a la familia Matarrita vulnerable económicamente debido a la fluctuación de los precios en el mercado.

Actualmente, y en la misma unidad de terreno, esta familia siembra 36 variedades de plantas como piña, manzana de agua, aguacate, mamón chino, frijoles, tomate y chile panameño, las cuales consumen y el excedente lo venden en la pulpería que les pertenece. También, y pensando en futuro, plantaron árboles maderables.

"El objetivo principal es diversificar. La idea es que dentro de la finca se puedan encontrar diferentes productos forestales, agropecuarios y energéticos", comentó Cruz.

La diversificación de los cultivos y la rotación de estos, según ha visto Ruiz en la finca La Familia ubicada en El Guabo de Panamá, mejora los suelos y no los agota como sí lo hace el monocultivo.

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También, la diversificación contribuye a una mejor alimentación de las personas. "La mala gestión del territorio, a nivel de alimentación, tiende a simplificar. La gente ahora solo come arroz y frijoles, dejando de lado otro tipo de alimentos por falta de variedades o porque las variedades autóctonas se van perdiendo a causa de las especies exóticas", comentó Melissa Marín, bióloga y oficial técnica de UICN.

Asimismo, Marín agregó: "La seguridad alimentaria está asociada a nuestra capacidad, como seres humanos, para enfrentar el cambio climático. Si estamos mejor alimentados, nos enfrentamos mejor a las épocas de sequía, por ejemplo. Lo mismo le pasa al bosque, si hay árboles adecuados al margen de los ríos, cuando viene la crecida, les va a afectar menos".

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De hecho, la reforestación en las riberas de los ríos se hace con especies arbóreas que son nativas, ya que están adaptadas a las condiciones ambientales del sitio y sus raíces evitan la erosión.

"Las zonas más ricas para sembrar son las orillas de los ríos, por la cercanía del agua. El banano no es árbol, por lo que sus tallos no son de madera. Durante una inundación, pues se pierde el cultivo y esto desemboca en una afectación a los ecosistemas naturales, a las personas y a la economía del sitio. No estoy en contra de sembrar banano, pero hacerlo en sitios más adecuados", señaló Mitzela Dávila, quien es asistente técnico de UICN.

Los árboles, al combinarse con cultivos, proveen sombra y eso evita que los productos agrícolas "se quemen", como dice Ruiz. Además, si estos son frutales, están cumpliendo un doble propósito porque sus frutos también sirven de alimento a las familias y a los animales silvestres que visitan las fincas.

"Con este proyecto hemos aprendido a que la misma finca puede producir cosas y ya no es necesario comprarlas. Después del intercambio que se hizo en la feria, trajimos muchas semillas y, gracias a Dios, pudimos cosechar habichuelas y tomates. Esas cosas antes se compraban y ahora las cosechamos en la finca", manifestó Iraida Gutiérrez, agricultora de la finca Los Monkys, ubicada en en Las Tablas de Changuinola (Panamá).

La experiencia en las fincas integrales también ha servido para rescatar dinámicas de trabajo que habían caído en el olvido. Por iniciativa propia, las familias de Yorkín se organizaron y, una vez a la semana, todos van a trabajar a una de las fincas. Durante ese día, y aprovechando que son más personas, realizan el trabajo más pesado.

Aparte de ahorrar en la contratación de peones, Lupario considera que esta práctica fomenta el sentido de comunidad. "Esa era una cultura que teníamos antes y que fuimos perdiendo. Con este proyecto estamos tratando de rescatar eso de ayudarnos unos a otros y pienso que sí lo vamos a lograr", dijo Maura Lupario.

Es más, ella y su esposo Milton Hernández están involucrando a su hija Yumai en los quehaceres de la finca. Por ejemplo, Yumai está a cargo de los pollitos y chanchitos. "Son tareas que uno le va poniendo para que ella vea que, lo que hay aquí, es por trabajo. Las cosas se ven bonitas, pero cuestan y tienen un precio", destacó Lupario.

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Los finqueros recolectan semillas, las cuales intercambian en la Feria de Agrobiodiversidad e Intercambio de Semillas que se realiza una vez al año. Ese intercambio no solo permite que se esté reforestando y cultivando con especies nativas sino que rescata culturalmente a las semillas criollas.

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De hecho, y según Pérez, el reto del proyecto ahora está en apoyar el acceso a los mercados locales.

Transformación productiva

Las actividades en estas nueve fincas están generando una serie de datos que permite probar metodologías. "Son laboratorios vivos que construimos con la gente para ver qué funciona y qué no", destacó Pérez.

Sobre todo, ese conocimiento servirá para escalar la experiencia al resto del territorio.

La firma de un acuerdo de cooperación fronteriza entre Costa Rica y Panamá favoreció la creación de una comisión binacional y esto ha facilitado el trabajo en la cuenca del río Sixaola. A través de esta comisión, otras organizaciones e instituciones mostraron interés en fomentar este modelo en 36 fincas más.

"Lo que buscamos es la gestión territorial de la cuenca y lograr la transformación productiva para ser más resilientes al cambio climático", explicó Pérez.

La adaptación al cambio climático permitirá a las personas mantener sus modos de vida, los cuales no solo están relacionados con lo económico sino también con lo cultural. Un modo de vida está ligado a la identidad de un territorio.

En este sentido, Pérez considera que falta mucho por hacer en construcción de capacidades. "Para la gente no es fácil planificar a futuro, por lo que se necesita muchísimo acompañamiento de las organizaciones de base", dijo.

Entre estas organizaciones están las municipalidades y estas también necesitan ayuda. Por ejemplo, Talamanca en Costa Rica y Changuinola en Panamá son municipios con bajo índice de desarrollo humano.

"Para mí, el siguiente paso en la estrategia de cambio climático es involucrar a las municipalidades, pero ya en serio. Al final, ellas son las que están ahí, lidiando con los efectos del cambio climático", manifestó Pérez.

Lo aprendido en la cuenca binacional del río Sixaola está sirviendo también en lo nacional. Según Pérez, la información generada por estas fincas sirve de insumo al Plan Nacional de Adaptación que está trabajando el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) de Costa Rica.

De hecho, UICN realizó un inventario en línea donde los proyectos de adaptación que se ejecutan en Mesoamérica están georreferenciados y detallan información sobre las medidas que funcionaron y las que no. Según Pérez, esto también sirve para identificar las necesidades de los países en ciertas temáticas, por ejemplo, agua.