El silencio está en vías de extinción

Ruidos de carros, aviones y barcos enmascaran cantos de aves y ranas

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Encontrar el silencio, entendido como la ausencia de ruidos causados por el hombre, podría ser el santo grial de quien se dedica a “rastrear sonidos”.

Marco Colasso, ingeniero de audio de origen uruguayo, lo halló en mitad de la noche, en un sitio árido y desolado cerca de Ovalle, en el norte de Chile.

“En la noche, te escuchabas tus propias tripas y daba miedo. El silencio puede ser abrumador”, relató Colasso.

Sitios como ese ya existen pocos. Cada vez se abren más caminos, carreteras y rutas aéreas. Ni el océano se salva de la contaminación sonora.

El silencio está en vías de extinción, al punto de que existe una fundación que declaró “una pulgada cuadrada de silencio” en el Parque Nacional Olympic, en Washington (EE. UU.), con el fin de preservar el paisaje sonoro del sitio.

Para Colasso, debido a la contaminación, los seres humanos estamos perdiendo sonidos propios de nuestra especie, incluso aquellos relacionados con el comportamiento social.

Si la ciudad es nuestro hábitat, entonces el paisaje sonoro de San José o Alajuela no es igual al de Madrid, Miami, Nairobi o Vietnam.

“Costa Rica, al igual que otros países latinoamericanos, está lejos de valorar su patrimonio sonoro. Aunque sí existen algunas bases de bioacústica (sonidos de especies)”, dijo Felipe Loáiciga, ingeniero de audio costarricense y director del Festival Sonoro.

Colasso y Loáiciga utilizan los paisajes sonoros como herramientas de investigación y creación artística. “El estudio de los paisajes sonoros se preocupa del poder evocativo y connotativo de los sonidos, ya sea para una sociedad o grupo de personas. Al igual que el olfato, oír evoca lugares o momentos”, indicó el uruguayo.

Para otras especies, como las ranas, aves y ballenas, sus vidas dependen de poder escucharse.

La biología del sonido. Loáiciga escuchó su sonido favorito en la península de Osa. Allí fue capaz de oír el relevo entre especies diurnas y nocturnas.

“Conforme se va corriendo el sol –más bien, la luz– se escucha el cambio de una especie a otra”, detalló.

En el lenguaje del bosque, esos sonidos son alertas para esconderse de los depredadores, buscar comida o cortejar a una hembra.

Conforme se expanden las ciudades y las personas colonizan espacios con su ruido, la afectación de los ciclos biológicos es mayor.

Ya pasó en el Parque Nacional Carara. El ruido del tráfico obligó a las aves a modificar su canto para hacerlo más agudo o, al no poder competir, se fueron.

“El nivel de presión sonora que puede emitir una fuente está relacionado a la cantidad de masa. Entre mayor sea la masa, pues más capacidad de desplazar partículas de aire tiene y entonces es mayor es el nivel. En ese caso, las aves no van a poder competir con un camión”, reseñó Loáiciga.

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Ese es un ejemplo de enmascaramiento. En un rango de frecuencias, si se tiene un tono más alto que otro, el oído escucha el alto. “Ahí se empieza a degradar la percepción del mensaje. Conforme se van enmascarando las frecuencias, el mensaje original empieza a perder información y baja su calidad. Al estar en un ambiente ruidoso, las aves no pueden comunicarse”, detalló Loáiciga.

Incluso en el bosque, la percepción de sonidos no es la misma para todas las personas. “Yo trabajo con grupos. Cuando vamos por el bosque, les pregunto si oyen un ave específica y me contestan que no la escuchan. Es que uno, en un ambiente agresivo como una ciudad, tiene que bloquear, porque si escuchamos todo, nos volvemos locos”, comentó Eugenio García, biólogo y guía naturalista.

Salud ambiental. ¿Qué es el ruido? “Se puede ver, desde un punto de vista técnico, como la suma de frecuencias no armónicas en una composición. Desde lo perceptivo, el ruido está ligado a cuestiones no agradables, molestas, que tienen una explicación fisiológica”, declaró Colasso.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) le puso un número: por debajo de los 45 decibeles (dB), se considera una atmósfera sonora agradable, mientras que por encima de los 50 dB, ya hablamos de contaminación.

“El organismo, como protección, bloquea fuentes que tienen un nivel acústico alto. El cerebro empieza a discriminar todos esos impulsos y eso hace que trabaje aún más, por lo que el nivel de estrés aumenta”, señaló Loáiciga.

La contaminación sonora está asociada a estrés y, por tanto, a tensión arterial y riesgo cardiaco, insomnio, problemas de concentración y aprendizaje. También a la enfermedad del tinnitus o acúfenos (oír ruidos en ausencia de una fuente externa), así como a la fatiga auditiva (disminución temporal de la audición tras exponerse a un ruido intenso).

“El oído, en específico el tímpano, se empieza a endurecer como forma de protección ante ruidos tan altos”, agregó Loáiciga.

Colasso va más allá. “Estos estudios me llevan a reflexionar sobre la importancia de saber escuchar para el desarrollo cognitivo, la intuición, la atención y la creatividad”, destacó.

En ese sentido, la búsqueda del silencio es vital incluso para la humanidad. No vaya a ser que esta se enmascare a sí misma.