Investigadores ticos escuchan arrecifes en Isla del Coco

Se colocaron hidrófonos en punta María, a 30 metros de profundidad

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Micrófono acuático en mano, investigadores ticos “escucharon” los arrecifes coralinos de Isla del Coco para conocer el estado del hábitat y las especies que allí viven.

Esto como parte del proyecto piloto de monitoreo acústico que científicos del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar), de la Universidad de Costa Rica (UCR), realizaron hace una semana en este parque nacional.

En el sitio conocido como punta María, al norte de la isla, se colocó el instrumento SM2M de Wildlife Acoustics, que consta de dos hidrófonos (micrófonos acuáticos).

Este se sumergió a 30 metros de profundidad gracias a un contrapeso y una boya. En la cuerda que conectaba el instrumento con la boya se sujetó un HOBO Tidbit, que es usado para medir la temperatura del agua.

¿Cuál fue el rango de registro? “Es difícil saberlo porque depende de cuán ruidoso es el ambiente. Si es un lugar muy ruidoso, el micrófono capta en rango muy reducido. No es algo que sea fijo, depende de las condiciones”, explicó Melania Guerra, del Cimar.

Al ser la primera vez que se registran los sonidos del arrecife, estas mediciones se considerarán una “línea base”. Aún se está a la espera de los análisis.

“La idea es tener una caracterización general del ambiente a partir de la firma acústica de los patrones atmosféricos (como lluvia o viento), así como de las especies para hacer un índice acústico de biodiversidad”, dijo Guerra.

Esas mediciones acústicas complementarán los censos visuales que se realizan en la isla desde hace dos años.

“La palabra clave es complementar. Si pudiéramos dejar este instrumento por seis meses o un año, se tendría un registro de lo que pasa en el arrecife cuando no estamos ahí”, acotó Guerra.

El sonido es un indicador de diversidad, abundancia y estado de salud de los ecosistemas coralinos. Para Guerra, los arrecifes saludables concentran una mayor biodiversidad y por tanto, tienden a ser más “ruidosos”.

Con este proyecto, también se quiso detectar la presencia acústica de cetáceos (delfines y ballenas) en este parque nacional.

Aparte de las especies, los investigadores registraron el sonido submarino generado por procesos atmosféricos y geofísicos como olas, truenos, viento, mareas, corrientes y lluvia.

“El ruido natural de fondo constituye parte importante del entorno acústico en que habitan y se desarrollan estas especies”, justificaron los científicos en el documento que entregaron a los guardaparques del Parque Nacional Isla del Coco.

La tercera fuente de sonido que documentaron vino de las embarcaciones. Tras aislar a las embarcaciones de guardaparques, guardacostas y empresas de buceo, se tendrá un registro de barcos pesqueros. “Eventualmente, la idea es cuantificar la pesca ilegal”, manifestó Guerra.

Monitoreo de arrecifes. Esta investigación es financiada por Conservación Internacional (CI) y se enmarca en el programa de monitoreo, gestión y manejo del paisaje marino del Pacífico Tropical Oriental, que se implementa en Costa Rica, Ecuador, Colombia y Panamá.

“Lo hacemos por una sencilla razón: la ciencia genera conocimiento y el conocimiento genera mejores decisiones. Este trabajo lo realizamos en alianza con socios como el Cimar, utilizando metodologías comparables entre los cuatro países que nos permiten tener información para impulsar el manejo efectivo”, dijo Ana Gloria Guzmán, del CI.

Aparte de la metodología que usa el hidrófono, los investigadores aplicaron otro método que pretendía evaluar la biodiversidad fuera del arrecife. “Evaluamos peces pelágicos (viven en la columna de agua) que no están dentro del arrecife, pero sí en los bordes”, explicó Arturo Ayala, de la Universidad Autónoma de Baja California Sur.

En transectos de 20 metros de largo por cinco de ancho, se observaron los animales que están en esa área de transición. En total, se monitorearon 10 sitios.

“Lo hacemos a diferentes profundidades: a 30 metros para ver depredadores como tiburones y pargos, mientras que a 10 y 20 metros podemos ver otros pelágicos como jureles”, explicó Ayala.

Asimismo, se continuó con la metodología de las dos expediciones anteriores, que consistía en censos visuales de biodiversidad y abundancia en 17 sitios.

Contar con datos a largo plazo permite a los científicos seguirle el “pulso” a la isla para así conocer su estado de salud.

“Si sabemos que algo es así normalmente y de pronto cambia, entonces podemos detectarlo a tiempo”, destacó Juan José Alvarado, del Cimar.

En este sentido, los censos visuales realizados han traído buenas noticias. “Gracias a esa información hemos visto una recuperación. El manejo del turismo viene siendo más efectivo en la isla, con horarios y control, y eso se refleja en el arrecife”, añadió.

Asimismo, el biólogo agregó: “Estamos viendo biomasas cada vez más grandes y cambios en las estructuras de peces. Por ejemplo, la presencia del tiburón tigre vino a cambiar las estructuras tróficas (cadena alimenticia). Aún no sabemos si estamos frente a un escenario de sucesión con respecto a lo que fue la isla hace 100 años. Tampoco sabemos si vamos para eso o nos dirigimos a algún otro escenario.

”Lo cierto es que vemos un cambio en las poblaciones y no sabemos si se debe a que la isla se está restaurando completamente, está volviendo a su estado ‘original’, si ese cambio obedece a la influencia de los corredores marinos en el Pacífico Tropical Oriental o si estamos frente a un nuevo escenario”.

De allí, los investigadores hacen hincapié en la relevancia de continuar con los monitoreos en Isla del Coco.