La solidaridad portuguesa ante la crisis sanitaria

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Desde la ayuda al personal sanitario hasta la distribución de comidas en las calles o la recuperación de computadoras para los escolares pobres, los portugueses redoblan su generosidad ante la crisis social provocada por la epidemia de coronavirus, pero las necesidades no dejan de aumentar.

La media docena de furgonetas aparcadas frente al hospital Santa María de Lisboa, el más grande de Portugal, se han convertido en el cuartel general de algunos de los 450 voluntarios movilizados en todo el país por Ricardo Paiagua, fundador de la asociación "Los Solidarios".

"El Estado no tiene dinero para todo. Nos toca ayudarnos mutuamente", explica a la AFP este empresario de 38 años, especializado en marketing y publicidad.

Conmocionado por las imágenes de las ambulancias haciendo cola frente a los hospitales saturados por la explosión de casos de covid-19 a finales de enero, pidió a su red que pusiera a disposición del personal sanitario decenas de furgonetas para que pudieran descansar o comer un bocadillo preparado por voluntarios reconocibles por sus jerséis blancos con capucha.

Un anfiteatro donado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa les permite almacenar en las proximidades las donaciones realizadas para agradecer al personal hospitalario su dedicación: bebidas y barras de cereales, productos de higiene, pero también colchones y computadoras viejas.

Gracias al confinamiento impuesto desde mediados de enero, la presión sobre los hospitales disminuyó y, como consecuencia, Ricardo Paiagua y sus voluntarios han empezado a recoger computadoras para los niños que no tienen, mientras que las escuelas han pasado a la enseñanza a distancia.

Con un mínimo de formalidades, Elisabete Evora, una colegiala de 15 años, pasa con su hermano mayor a recoger un ordenador portátil.

"Voy a usarlo para la escuela. Hasta ahora sólo tenía un viejo teléfono móvil", comenta.

En los suburbios del sur de Lisboa, Eva Medeiros y un grupo de unos 15 voluntarios preparan unas 500 comidas en sus propias cocinas, que distribuyen cada miércoles por la tarde en una plaza del centro de la capital.

Esta inmigrante brasileña de 35 años, masajista y esteticista que vive en Portugal desde hace unos diez años, creó en 2018 los "Amigos de la Calle" para apoyar a las personas sin hogar.

Pero con la crisis sanitaria, el perfil de los beneficiarios cambió y el número de comidas ofrecidas se duplicó.

"Si la gente tiene hambre, la alimentaremos. En estos momentos vemos a muchas familias que han perdido su trabajo a causa de la pandemia", explica, echando varios paquetes de espaguetis en una olla.

Es el caso de José Antonio, un desempleado de 51 años que, hasta el primer confinamiento de marzo pasado, vivía de trabajos informales.

"Vengo todas las semanas, incluso cuando llueve. No hay trabajo, así que tengo que arreglármelas", explica a la AFP después de atravesar la ciudad en bicicleta para comer un plato de fideos con pollo, servidos en una bandeja de aluminio.

Reconociendo que las necesidades están aumentando considerablemente, el gobierno socialista duplicó los recursos de su programa de ayuda alimentaria para extenderlo a un total de 120.000 personas.

Por su parte, la rama portuguesa de la oenegé católica Cáritas ha visto aumentar las "situaciones de riesgo" en 10% en 2020, y creó un proyecto especial para ayudar a unas 10.000 personas a pagar el alquiler o los servicios públicos.

"Nos encontramos con un aumento de las necesidades y, sobre todo, con nuevas personas que llaman a Cáritas, muchas de las cuales venían antes a hacer donaciones", precisa su presidenta, Rita Valadas.

El domingo, la institución lanzará su campaña anual de recaudación de fondos que, al igual que el año pasado, tendrá que seguir siendo virtual en lugar de movilizar a unos 4.000 voluntarios.

tsc/lf/slb/mab/me