Memorias de El Salvador

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Estuve por primera vez en El Salvador a inicios de mayo. Fui a participar en un taller sobre el fenómeno de las pandillas en el marco del Foro Centroamericano de Periodismo que cada año organiza el diario El Faro y aproveché la visita para conocer de cerca la realidad que viven los jóvenes que pese a que no son pandilleros, su día a día tiene que ver con la violencia.

Es esperable recibir más advertencias que peticiones de fotos y sugerencias de comidas cuando se cuenta que se va para El Salvador. No ande sola, no use buses, y si se va a montar a un taxi que sea de confianza.

Llegué el 10 de mayo a las 3 de la tarde, en pleno Día de la Madre. Supongo que por el feriado el aeropuerto estaba casi vacío. Mientras esperaba a la amiga que iría por mí, lo único que resentía era el calor húmedo infaltable en ese lado del trópico.

Cuando me adentré en la ciudad, el paisaje empezó a revestirse de cerros, hasta que se impuso el volcán de San Salvador y llenó el panorama con su presencia majestuosa.

Durante mi estancia de una semana, estuve alojada en Antiguo Cuscatlán, un municipio seguro del Área Metropolitana. Ahí es fácil olvidar que uno se encuentra en uno de los países más peligrosos del mundo, donde el año pasado asesinaron, en promedio, a 18 personas por día.

Hay un perímetro que determina una región en la que es posible moverse con tranquilidad y que incluye a la Zona Rosa de la capital, la cual ofrece una amplia variedad de bares, restaurantes y hoteles.

Fuera de esa burbuja, hay ciudades como Soyapango, una de las más pobladas del país que está a unos 25 minutos del centro y tiene una fuerte presencia de pandillas. El ambiente para caminar se vuelve un poco más pesado y muchas de las paredes de las casas están rayadas con grafitis de la Mara Salvatrucha o el Barrio 18 para dejar claro quién manda en la zona.

El Salvador está a menos de una hora en avión de Costa Rica y resulta tan fascinante como tan lleno de contradicciones.

Es el país donde la mayoría de lugares quedan cerca, donde las grandes estructuras de centros comerciales se repiten con frecuencia, donde para la gente también es una opción viajar apuñada en camiones o en la cajuela de algún pick-up cuando se trata de distancias un poco más largas. Es el país del Pollo Campero, donde hay tráfico al mediodía, porque los trabajadores se van a sus casas a almorzar (como les queda cerquita) y los policías caminan con armas que miden la mitad de sus cuerpos. Es también donde vecinos de algunos barrios deciden apoderarse de las calles con portones y agujas para controlar quién entra y quién no, lo que conlleva al malestar de los conductores a los que les cierran el paso a determinadas horas.

El Salvador es un país conformado por otros varios paisitos. La desigualdad es evidente cuando en las montañas se ven mansiones y dos kilómetros más adelante están los pequeños poblados dominados por pandillas. Se refleja en los niños que cuidan carros en las afueras de los restaurantes o piden plata en la calle.

Es el país más pequeño de Centroamérica y el más densamente poblado, es el que está acostumbrado a lidiar con asesinatos y donde las pandillas se han asentado como una estructura social. Es un país de paradojas que lo lleva a uno a preguntarse cómo puede haber tanta violencia en un lugar donde la gente es tan amable. Hasta que se vuelve a mirar para atrás y se reconoce a un país forjado a punta de guerras.

Por: Ximena Alfaro M.