Sin FARO, ¿cuál debería ser el rumbo?

La elaboración de planes remediales que respondan a los diferentes contextos comunitarios es una tarea prioritaria para superar el rezago educativo de los últimos cinco años. Articular acciones entre los sectores público, privado y la sociedad civil es uno de los desafíos.

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Cerrar el capítulo de las Pruebas Nacionales para el Fortalecimiento de Aprendizajes para la Renovación de Oportunidades (FARO), es una oportunidad para replantearse las preguntas básicas de la Educación: ¿qué se enseña?, ¿cómo se enseña? y ¿para qué? Responder a esas tres preguntas, sin que haya respuestas únicas, traerá resultados positivos porque implica reorganizar el presente y entender que el conocimiento y el aprendizaje solo se construyen de forma colaborativa y respondiendo a cada contexto comunitario.

Una escuela innovadora y que se adapte a los cambios que exige esta crisis no es aquella en la que todos los profesores recetan tareas de forma desmedida para mantener a sus alumnos ocupados. El primer paso para ser asertivos en la educación que demanda este siglo es una comunicación basada en la confianza, en la que se genere un intercambio sobre los aciertos y los errores, para así trazar nuevas rutas hacia la innovación que beneficien a niños, niñas y jóvenes.

La alfabetización digital, el razonamiento matemático, la comprensión lectora, las ciencias y las artes deben ser prioridades en los currículos, con el propósito de formar individuos más sensibles y capaces de hacer frente a las demandas propias de estos tiempos.

En Costa Rica, para dar ese paso hacia un modelo colaborativo es fundamental que impere la confianza y que el Ministerio de Educación Pública (MEP) subsane una serie de desafíos que viene apuntando, desde ya hace varios años el Informe del Estado de la Educación:

El estilo de gestión centralista y vertical del MEP, no favorece el trabajo colaborativo ni la promoción del liderazgo académico en las comunidades educativas.

En las direcciones regionales de educación del MEP, predomina el rol de transmitir información sobre el de contextualizar la política educativa. En la práctica, los supervisores realizan tareas principalmente administrativas que limitan el apoyo curricular.

  • La capacidad real de las direcciones regionales para trabajar bajo un esquema de gestión por resultados es limitada.
  • En la estructura operativa actual de las direcciones regionales, no existe una figura con la función o la capacitación necesaria para acompañar y apoyar a los directores y supervisores en el desarrollo de un liderazgo pedagógico.
  • Los asesores pedagógicos carecen de la capacidad operativa real para apoyar con éxito las reformas educativas.

Es vital priorizar contenidos con el propósito de no dejar a nadie atrás y de que los estudiantes adquieran las herramientas necesarias para el siglo XXI: habilidades de comunicación, trabajo en equipo, empatía, capacidad de adaptación, comprensión lectora, pensamiento crítico y resolución de problemas.

Para ello, es preciso articular acciones entre los sectores público, privado y la sociedad civil para la construcción de planes remediales, que respondan a las necesidades de las comunidades y que permitan subsanar la brecha existente y que agudizó la pandemia.

En palabras de Rosan Bosch, “si queremos un cambio en el mundo, debemos empezar por la escuela. ¿Es difícil? ¡Claro que lo es! Pero no cambiar no es la opción. Después de esta oportunidad de cambio, regresar al anticuado modelo educativo tradicional, organizado en hileras para memorizar y aprobar exámenes, es una terrible pérdida de tiempo.

Sin faro, es preciso remar juntos con optimismo, actuar con mística y esperanza y diseñar soluciones que respondan al contexto. El cambio de timón es urgente y el trabajo en equipo la llave para la efectividad.

Cuénteme su opinión sobre el tema abajo en los comentarios, o bien, a mi correo

barrantes.ceciliano@gmail.com , o en mis cuenta en Twitter (@albertobace).