Salud mental sin etiquetas en el aula

Las etiquetas tienen un peso innegable y, sean positivas o negativas, se traducen en exigencias o en desmotivación que afectan los procesos de aprendizaje y las emociones

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Escuchar a diario que es “la mejor de la clase” o “el vagabundo” trae consecuencias para el desempeño académico y la salud mental de niñas y niños, en su tránsito por la escuela.

Las etiquetas en las aulas se traducen en aislamiento, burlas, discriminación, división entre el grupo de pares, desencadenan complejos, culpas, presiones innecesarias y representan un semillero de violencia y malos tratos, en ocasiones, perpertuado por la majadería o la ignorancia de los adultos.

Quienes educan tienen una alta responsabilidad de romper con los estereotipos y de generar ambientes en favor del respeto por la diversidad y de valorar a cada estudiante en función de sus capacidades, comprendiendo su entorno, las inteligencias múltiples y los distintos ritmos de aprendizaje.

El educador y conferencista británico Ken Robinson afirma que la base para educar es una buena relación entre profesores y alumnos: “el éxito o fracaso del proceso, dependerá de lo fructífero y eficaz que sea ese vínculo”. Porque enseñar es más que transmitir conceptos sobre una materia en específico; la magia del que enseña está en su capacidad de inspirar, motivar, transformar y no en función de asignar adjetivos que perpetúen desigualdad.

El riesgo de colocar etiquetas, tanto negativas como las erróneamente consideradas positivas, es que demandan expectativas exigentes o desmotivan al estudiante y llegan a afectar su proceso de aprendizaje y sus emociones.

Cada vez con más frecuencia, el Hospital Nacional de Niños y el Hospital Nacional Psiquiátrico reciben en sus servicios de Urgencias a más menores de edad sin motivaciones para vivir (con auto-lesiones, ideación suicida, desesperanza). De ahí, la importancia de hacer de la salud mental un tema prioritario desde la niñez, cerrando espacios a todo tipo de burla y discriminación en las aulas.

De poco sirve que se redacten protocolos contra la discriminación, si encontramos adultos en las aulas que avalan este tipo de conductas, que asumen un silencio cómplice ante la discriminación o que, en ocasiones, sean quienes las fomentan, bajo el mito de que son inofensivas, porque ellos también las vivieron y crecieron para replicar los complejos que arrastran.

Conviene preguntarse: ¿hay consciencia sobre de las consecuencias que representa la imposición una etiqueta para la salud mental?, ¿se conversa en familia sobre este tema?, ¿qué mecanismos de prevención se fomentan en las aulas para erradicar todo tipo de discriminación? ¿reciben los docentes la preparación necesaria para hacerle frente a este tema?

La escuela no es una fábrica ni una vitrina de productos, debe ser el espacio donde se cultive confianza, seguridad, curiosidad por comprender el entorno, creatividad y capacidad de adaptación a los cambios, de lo contrario los niños solo crecerán con más miedos, frustraciones y culpas, esperando a ver con quién puedan desquitarse.

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