Respetar la diversidad se aprende desde la niñez

Empatía, comunicación y asertividad son herramientas que se aprenden en la casa y en la escuela: dos instituciones que deben romper el silencio cómplice ante todo tipo de burlas y maltratos.

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Homofobia, racismo, xenofobia, machismo y odio se deben combatir desde el hogar y la escuela. Si esas dos instituciones ignoran el peso que conlleva la burla, el desprecio y el maltrato hacia los otros, las redes sociales en Internet y las calles seguirán anidando comportamientos cobardes, violentos y destructivos, que evidencian las frustraciones y los miedos de quienes los propician.

Es vergonzoso que hay quienes, amparados en dioses, se escudan en su libertad de expresión, para emitir juicios y comentarios cargados de odio y discriminación, que denotan la urgencia de más herramientas educativas en aulas y familias que permitan que, desde la infancia, las diferencias sean vistas como un valor y no como un inconveniente.

En palabras del educador César Bona, “la empatía es un juego que hay que practicar a diario, sin que eso implique alejarse de lo que uno es, sino acercarse a lo que otra persona es y lo que siente. El día que consideremos la diversidad como un valor y no como un inconveniente habremos dado un paso importante en favor de la sociedad”.

Esa empatía de la que habla Bona, implica enseñar desde la niñez el valor de la diversidad, explicándole al niño que aún dentro del grupo más pequeño, todas las personas son diferentes y que no existen estándares que sean mejores que otros.

La educación para la diversidad le enseña al niño que no hay por qué forzar a que los demás piensen y actúen como él, sino que se debe ser capaz de ser empático, asertivo, compasivo, de mostrar respeto mutuo, de comunicarse y de desarrollar una verdadera inclusión, desde la infancia. No porque sean niños tienen el derecho de burlarse o maltratar a otra persona.

Hay quienes crecen escuchando en sus hogares que “llorar es de niñas”, que “los musulmanes tienen la culpa de lo que ocurre en Siria”, que “los nicas migran a Costa Rica y nos quitan el trabajo”, que “una mujer solo puede hacer pareja con un hombre” y de esta forma, el niño crece creyendo que tiene la potestad para etiquetar y maltratar a quienes piensen o se comporten diferente a él, con todos los signos de discriminación y maltrato que esto conlleva.

No es de extrañarse que sobren los ejemplos de quienes se mofan y ofenden al extranjero que cruza la frontera hacia Costa Rica, a la mujer trans que se educa y busca un empleo decente, a la pareja homosexual que se toma de la mano en la calle o a la familia que sale a marchar para apoyar la defensa de los derechos de otros.

En la educación está la respuesta. La burla y el maltrato evidencian la construcción de estereotipos, que normalizan la violencia con los años. Esos prejuicios, tan presentes en nuestras redes sociales digitales y en las calles, limitan la libertad de pensamiento y como dice Maya Angelou “representan una carga que confunde el pasado, amenaza el futuro y hace inaccesible el presente”.

El verdadero cambio educativo en favor de la diversidad ocurrirá cuando en aulas y hogares se generen más preguntas que permitan cuestionar el entorno en que habitamos, desestructurando los estereotipos y poniendo en evidencia a quien maltrata y discrimina, para también comprenderlo y corregir los daños que arrastra.

Es inaceptable que el odio gane terreno, con las miradas cómplices y el silencio de la casa y la escuela.

Cuénteme su opinión sobre el tema abajo en los comentarios, o bien, a mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com, o en mi cuenta en Twitter (@albertobace).