¿Qué clase de Educación Ciudadana se enseña en nuestras aulas?

A las puertas de un proceso electoral, conviene preguntarse qué tipo de Educación Ciudadana se está impartiendo en las aulas de Costa Rica y hasta dónde la forma de narrar esas lecciones contribuye a un adormecimiento colectivo y a la resignación.

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Formar consumidores de contenidos dóciles, únicamente capaces de memorizar un dato para aprobar un examen es lo más alejado a las necesidades en formación ciudadana que demanda el siglo XXI. La educación debe entenderse como un acto político y como tal, debe oponerse a la comodidad y al facilismo de contar historias fragmentadas y sin contexto, que dejan poco espacio para el pensamiento crítico.

Comprender el entorno y cuestionar en el espacio en que habitamos solo se consigue a partir de la práctica y el diálogo. De esta forma, la educación ciudadana debe ser un ejercicio constante de conversación que exponga a quienes aprenden a la necesidad de argumentar, de explorar soluciones a los problemas comunitarios y de sentirse parte de una posible solución al problema.

Con ello, se evitaría el pensamiento iluso y cómodo de que la solución vendrá con un nuevo rostro, cada cuatro años. En la medida en que se prepara para un ejercicio consciente de la ciudadanía, se estimula la capacidad de análisis, la reflexión, la argumentación y la co-creación de soluciones orientadas al mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, la realidad de lo que se ofrece en nuestras aulas dista de ser así.

Enmarañados en la memorización de fechas y en la repetición de contenidos sueltos, sin un contexto que los respalde, tenemos estudiantes que son incapaces de establecer vínculos sobre la Historia costarricense, desconocen el rol de las instituciones del Estado, olvidan las estrofas del Himno Nacional, desconocen el mapa de su país y hasta les parece divertido no ejercer el sufragio.

El mayor riesgo de un statu quo tan deplorable y lecciones con contenidos tan básicos es caer en la resignación: esa idea de que todo está perdido y de que no se puede hacer nada por culpa de unos pocos (ajenos) y que evidencia la falta de formación para asumir las propias responsabilidades. Caer en esa pasividad es un grave error que el sistema educativo tiene la responsabilidad de revertir.

La creatividad y la posibilidad de co-crear soluciones colectivas para nuestras comunidades no se construye a partir de la memorización de fechas o personajes, sino a través de la colisión de ideas diferentes, de comprender el contexto, de poner en práctica la argumentación y de una capacidad crítica capaz de confrontar en esa búsqueda de la historia, la ética y la estética a la que hace referencia el programa de estudios de Educación Cívica vigente (pero que queda en el papel).

Tal y como anotan los investigadores David Arévalo y Susana García, la Educación Cívica Ciudadana y los Estudios Sociales tienen la oportunidad de trazar líneas de acción orientadas a la toma de decisiones de forma crítica, en la medida que “articular un proyecto ciudadano implica considerar la red de experiencias dando protagonismo a las relaciones, interacciones y formas de contacto para tener presente en nuestra intervención los procesos de maduración, interacción, acción, aprendizaje y crisis”.

Niñas, niños y jóvenes deben ser capaces de comprender en las aulas que sus actuales derechos son producto de la lucha de los movimientos ciudadanos a lo largo de la historia y la interacción entre pasado, presente y futuro.

El riesgo de ofrecer una lección de Cívica o de Estudios Sociales narrada sin contextos, ni vínculos en un mundo global interconectado, es caer en una distopía, en la que otros son culpables de todos nuestros males. En otras palabras, una irresponsabilidad y una acción ilusa de esperar que otros corrijan por nosotros.

La educación es un acto político y como tal, hay que perderle el miedo a romper con prácticas que siguen sin darnos buenos frutos. La Historia y la formación ciudadana de un país no se puede seguir enseñando en función de una fórmula de causas y efectos. Es preciso comprender el proceso, establecer vínculos, cuestionar, desempolvar a personajes que han sido invisibilizados y construir ciudadanía a partir de la práctica y el ejercicio cotidiano.

Quien no se siente parte de una comunidad, no hará nada para mejorarla y vivirá siempre en la ilusión de esperar a que otros lo hagan por él o ella. La educación ciudadana tiene el reto de revertir esa resignación.

La educación ciudadana tiene que ser contestataria y animarse a la argumentación. Es urgente enseñar en las aulas que las palabras y las acciones articuladas en un contexto provocan efectos individuales y colectivos. No se puede pasar por alto, como dice Benito Taibo, que “las palabras han hecho revoluciones, puentes, caminos”.

Cuénteme su opinión sobre este tema en mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com