Para hablar y comer pescado…

Cuando se educa en empatía y responsabilidad, se enseña que para hablar y comer pescado, no solo hay que tener cuidado sino poner en práctica el verbo educar: una acción que encierra tanto y que, definitivamente, no solo está en los diplomas.

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Hablar para desinformar, asustar y dividir, revela cuán devaluado está el micrófono para quienes en su afán por llamar la atención, son capaces de elevar su tono para luego pedir disculpas, sin medir las consecuencias de lo que ya dijeron o hicieron. De ahí, que la comunicación asertiva y responsable sea una práctica necesaria de incorporar en la escuela del siglo XXI y desde la niñez.

El reporte titulado ¿Qué se espera que aprendan los estudiantes de América Latina y el Caribe? (2020) puntualiza que la fraternidad, la empatía, la felicidad y el conocimiento del mundo son ejes temáticos ausentes en más de la mitad de los países de la región, incluida Costa Rica. “Este hallazgo preocupa dado que estos temas ayudan a abordar uno de los principales desafíos de la globalización, acentuado por la pandemia: cómo vivir juntos”, enfatiza el informe.

Esa empatía tan ausente en los currículos es preciso vincularla con la comunicación, para que ésta última sea más asertiva, para que se eduque desde los primeros niveles sobre la importancia de asumir responsabilidad sobre lo que se dice y se escribe y así evitar frases que siembren odio, división o que generen desinformación entre quienes las leen o escuchan.

En América Latina, urge más acción en esta área

Fruto de la falta de ese pensamiento crítico (que lleva décadas sin cultivarse) y de las débiles herramientas de comunicación con que se forman niñas, niños y jóvenes, tenemos como resultado que solo el 1% de los jóvenes de 15 años sabe diferenciar entre un hecho y una opinión, según reseña el último informe de las pruebas PISA.

La desinformación y la falta de empatía combinadas son un alto riesgo para la vida en democracia. Educar en favor de la empatía es generar herramientas para frenar las actuaciones irresponsables de figuras altaneras que, con frases incendiarias, desde un micrófono o un teclado, siembran división, desconfianza, miedo, en favor de sus propios intereses.

Urge educar en asertividad para frenar a aquellos que se esconden detrás de un teclado, creyendo que bajo el anonimato pueden decir y hacer lo que quieran, sin consecuencia alguna. Hay que revertir el mito de que en Internet y en los videos que circulan de celular en celular no hay responsabilidad sobre lo que se dice y se hace. No se borran los efectos de un comentario, solo con darle clic al botón “eliminar” o con pedir una disculpa.

En un mundo cada vez más diverso e interconectado, educar en empatía se traduce en aprender a respetar la diversidad misma. Es preparar a las nuevas generaciones para uno de los principales desafíos de la globalización: cómo vivir juntos, bajo el principio del respeto y aprovechando las herramientas de la interconectividad como fuentes para el progreso, no para la tontería y la verborrea. Educar en la empatía implica enseñar a hablar con argumentos y a saber también cuándo es oportuno guardar silencio.

Si se quiere cambiar el mundo, hay que empezar por las aulas y desde la niñez. En palabras del coordinador de este análisis regional de la UNESCO, Carlos Henríquez, “la escuela es uno de los principales agentes socializadores, por eso se deben garantizar oportunidades en el currículo de desarrollar conductas integradoras, como reconocer la diversidad, adquirir valores como la empatía y la fraternidad, y conocer problemas mundiales”.

Cuando se educa en empatía y responsabilidad, se enseña que para hablar y comer pescado, no solo hay que tener cuidado sino poner en práctica la educación. Esa palabra que encierra tanto y que no solo está en un diploma.

Cuénteme su opinión sobre el tema a mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com