Menos es más: ¿cómo recuperar el tiempo perdido en las aulas?

Priorizar contenidos de los currículos y ofrecer programas de nivelación para los estudiantes será fundamental para paliar los efectos de la cantidad de días fuera de las aulas y la desigualdad de condiciones en que se ha recibido la educación a distancia.

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Las interrupciones en los ciclos lectivos que los estudiantes enfrentan desde el año 2018 tiene consecuencias alarmantes en sus niveles de aprendizajes: el tiempo perdido en las huelgas de 2018 y 2019, más los efectos de la pandemia por covid-19 repercuten directamente en su nivel para responder, argumentar, reaccionar y cuestionar el entorno en que habitan y sus desafíos.

El Banco Mundial ya había afirmado que “antes de la pandemia el 53% de escolares de 10 años de países en vía de desarrollo no eran capaces de leer y comprender un texto sencillo. Se prevé que este indicador podría empeorar sin una acción política agresiva, dejando como resultado menos oportunidades para los menos favorecidos”, afirma el Informe en sobre el impacto del coronavirus en la educación (2020).

Según el informe de Perspectivas Económicas 2021 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la interrupción de los aprendizajes presenciales en estudiantes costarricenses llega a los 325 días, mientras que en el resto de los países es un poco menor de 200 días. La situación es peor para los 215.000 estudiantes pobres sin acceso a Internet en Costa Rica y ya hay alertas suficientes para la región de que, a este ritmo, la pobreza y el trabajo infantil aumentarán.

¿Qué hacer?

La crisis ocasionada por el coronavirus es una oportunidad para repensar una nueva escuela de manera colectiva, en la que será vital priorizar contenidos y poner el foco sobre habilidades básicas para el siglo XXI, tales como la compresión lectora, escritura, razonamiento matemático, trabajo en equipo y resolución de problemas: tareas descuidadas por el sistema educativo durante las últimas décadas.

El tiempo perdido debe atenderse con priorización de contenidos, trabajo articulado con los hogares y programas de recuperación pero que no sean optativos, sino un requisito para avanzar. Por ejemplo, la Universidad de Costa Rica preparó con el MEP cursos de preparación para nivelar las carencias de estudiantes que venían de secundaria, pero solo 6.955 estudiantes de 41.000 que se invitaron a participar matricularon los cursos (un 17%).

Los docentes tienen en sus manos la oportunidad de repensar de forma colectiva  una nueva forma de enseñar, cuya ruta debe ir orientada en que nadie se quede atrás y en generar acciones para garantizar una formación para la vida: esa que orienta a los individuos a ser agentes de cambio, capaces de cuestionar su entorno y de plantear acciones para mejorarlo.

El cambio de timón para la educación debe estar orientado a la cocreación de los aprendizajes, donde los docentes sean vistos como facilitadores del proceso y donde el tiempo para copiar de una pizarra y memorizar conceptos para un examen sea historia del pasado. La nueva escuela debe pensarse en función de superar la vergonzosa cifra de que, a la fecha, un 50% de los estudiantes cruza de Primaria al colegio sin comprender lo que leen o incapaces de escribir argumentos que den soporte a una idea.

La Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) en su informe”Efectos de la crisis del coronavirus en la educación” afirma que conforme se reducen los días de instrucción en escuelas y colegios, se impacta el rendimiento académico de niños y jóvenes en el corto y mediano plazo, se corre el riesgo de una mayor exclusión escolar y, en el largo plazo, se traduce en menos oportunidades y menos salarios para los sectores menos favorecidos.

Como señala el informe de OEI, “menos es más: si se sabe priorizar contenidos, la reducción del ciclo educativo podría tener un impacto más suave”. Los docentes tendrán  no necesariamente que apegarse a lo que dicen los currículos educativos, sino a hacer que sus estudiantes dominen habilidades básicas para la vida, como la capacidad de adaptarse al cambio, la comprensión lectora, el razonamiento matemático.

Luego de esta pandemia, lo que se enseñe escuela será útil en la medida en que niñas y niños se sientan parte del proceso de aprendizaje, más allá del cumplimiento de un plan de estudios o de aprobar con un setenta o un cien en el examen. El cambio ocurrirá cuando las lecciones logren provocar emociones desde la niñez, despertar preguntas, resolver problemas, formar ciudadanos competentes y responsables con el entorno en que habitan.

El camino no es mejorar la situación actual sino emprender nuevas direcciones, desde un enfoque de aprendizajes significativos. El tiempo perdido es posible recuperarlo cuando la planificación es oportuna y las acciones contundentes.

Cuénteme su opinión sobre el tema abajo en los comentarios, o bien, a mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com, o en mi cuenta en Twitter (@albertobace).