Carta a una maestra: ¿Cómo educar sin dejar a nadie atrás?

Educar con vocación implica trabajar con amor y empatía, porque es en la buena relación docente-estudiante que se construye la magia de enseñar para la libertad, sin dejar a nadie atrás y sin etiquetas. En Costa Rica, hay 53.000 jóvenes de entre 12 y 16 años fuera del colegio, ¿quién se ocupa de ellos?

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“Querida señora: usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos! Yo en cambio, he pensado mucho en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamás escuela, en los chicos que rechazás. Nos echás al campo y a las fábricas y nos olvidás”. Con estas líneas, el maestro italiano Lorenzo Milani comienza su libro Carta a una maestra: una obra de pedagogía que nos recuerda que el verbo educar se combina con transformar, soñar, cuestionar, sin dejar a nadie atrás, sin etiquetar.

Quien educa debe recordar que comparte el aula con personas y que dividir a sus estudiantes entre “los buenos y los mediocres”, en función de la capacidad que tienen para memorizar y repetir datos en un examen, no representa la esencia de la educación. Educar implica la comprensión mutua, en la que el adulto vuelve a ser niño, donde es capaz de reconocer sus errores, de hacer a un lado su ego y sus lecciones magistrales para innovar, compartir ideas y saberes y para motivar el debate con quienes asisten a su salón de clase.

El profesor Milani llegó en 1954 a Barbiana, en Italia, para atender a los alumnos “fracasados” del sistema educativo, con un aula abierta de “doce horas al día, 365 días al año”; su propósito era sacarlos del analfabetismo y de la pobreza. En su Carta a una maestra sugiere “para que el sueño de la igualdad no siga siendo un sueño”, basta con que aquel que etiquetamos de “vagabundo” encuentre en el aula una motivación, sin necesidad de colocarle y repetirle ese eslogan de “fracasado, vagabundo, disperso o mediocre”. ¿Cuántos niños y jóvenes dependerán de esa motivación, de esa sonrisa de su maestra, de ese buen gesto, de la lección amena, porque en su hogar no hallan la esperanza?

El ejercicio de educar implica entender a los demás y hacerse entender. “Ser aficionado en todo y especialista solo en el arte de hablar. Porque solo la lengua nos hace iguales. Igual es el que sabe expresarse y entiende la expresión ajena”, dice Milani. Un buen docente es aquel que aprende que el problema de los demás es el suyo y hace que la escuela no sea un sacrificio, sino un privilegio, donde se aprende y se construye esperanza.

En términos prácticos, el buen docente es aquel que acompaña, que no rechaza, que construye con base en las diferencias, sin buscar excusas en el entorno ni arrastrando los problemas de su casa al trabajo. Educar es uno de los verbos más sublimes: hacerlo bien es un compromiso con mejorar la calidad de vida y con disminuir la desigualdad social de un país.

Continúa Milani en su Carta a una maestra: “Durante los ejercicios de clase usted pasaba entre los bancos, me veía con dificultades o equivocarme y no decía nada. También en mi casa me encuentro en esas condiciones. Nadie a quien dirigirme en varios kilómetros a la redonda. Ni un solo libro de más” ¿Cuántas historias como estas (escritas en 1963) se repiten a diario en el contexto actual del nuestro sistema educativo? ¿Quién pone la mirada sobre estos niños y jóvenes? ¿Su entorno los condiciona al fracaso?

En Costa Rica, el último Informe del Estado de la Educación (2019) afirma que hay 53.000 jóvenes de entre 12 y 16 años que no asisten al colegio. Estar fuera de las aulas solo les resta oportunidades.

¿Quién se fija en estos jóvenes para evitar su fracaso? ¿Qué podemos hacer por ellos para evitar que el pulso de la brecha de oportunidades nos siga ganando esta partida? |

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